Cuidar de nuestros pies es, en el fondo, cuidar del resto de todo nuestro organismo. Los pies son el sustento de nuestro cuerpo y constituyen una compleja pieza de anatomía gracias a sus 26 huesos, 33 articulaciones, 107 ligamentos, 19 músculos y tendones, que mantienen una sofisticada arquitectura y que hacen posible una gran variedad de movimientos.
Unos pies que, si hacemos caso a las recomendaciones sobre cuántos pasos conviene dar al día para mejorar nuestra salud, darán unos 8.000 (que se traduciría, en distancia, en unos 6,4 kilómetros).
Una cifra nada despreciable y para la que todas las partes tienen que funcionar juntas, combinando mecánica y fuerza estructural, para desplazarnos de un lugar a otro sin dificultad. Cualquier problema o mal funcionamiento puede provocar molestias no solo en los pies sino también en otra parte del cuerpo.
Qué cuidados básicos necesitan nuestros pies
Escondidos en los zapatos y las medias durante la mayor parte del tiempo, y con años de desgaste, con zapatos no adecuados, un escaso cuidado e incluso una genética poco amable con nosotros, podemos provocarles lesiones y trastornos que pueden llegar a afectar en gran medida nuestra movilidad. De ahí que sea primordial dedicarles algo de atención:
Una higiene adecuada. La higiene es clave para prevenir infecciones y mantenerlos en buen estado. Esto implica lavarlos de forma regular con agua tibia y un jabón suave, prestando especial atención a los espacios entre los dedos. Muchas veces, tras una ducha, nos secamos con la toalla y, al llegar a los tobillos, es fácil que pasemos por alto el secado de los pies o solo hagamos un secado superficial. Sin embargo, que quede humedad entre los dedos es una causa frecuente de que aparezcan hongos.
Elegir el calzado correcto. Siempre es importante que nuestro pie se sienta cómodo con el calzado que nos ponemos. En invierno es mejor que optemos por uno transpirable pero resistente al agua para protegerlos de la humedad. Además, tiene que tener un buen soporte para el arco y que sea suficientemente ancho para prevenir rozaduras, dejando aproximadamente un centímetro entre el dedo más largo y el final del zapato.
De hecho, la sensación de malestar y la aparición de problemas como ampollas, callos, juanetes o fascitis plantar son consecuencia de la compresión de un calzado demasiado estrecho. Por tanto, también es importante prestar mucha atención a las costuras internas que puedan sobresalir demasiado y lesionar el pie.
Si somos de los que nos ponemos el mismo zapato durante días, es mejor que dejemos de hacerlo y que alternemos dos o tres pares. También es recomendable que los zapatos de tacos altos o angostos los guardemos. Pero, si usamos taco, este debe ser confortable para impedir desplazamientos laterales. Como recuerda el Consejo General de Colegios Oficiales de Podólogos de España (CGCOP) en este video; un taco de cinco centímetros puede causar “afecciones como metatarsalgias o juanetes”.
Otro error común es alargar la vida útil de un zapato porque nos encanta, estamos cómodos y no queremos desprendernos de él. Pero, si ya tiene la suela desgastada y lleva unas cuantas caminatas encima, es mejor que prescindamos de él porque puede provocarnos lesiones y alteraciones en el pie.
Cortar las uñas de forma recta y dejar unos tres milímetros de longitud. Esto nos ayudará a no cortarlas en exceso o con forma redondeada y evitar así la aparición de uñas encarnadas. Nos podemos ayudar de una lima de cartón para rebajar suavemente las esquinas afiladas o los bordes ásperos.
Las cutículas no debemos cortarlas porque, además de que es innecesario, estas actúan como una barrera natural contra bacterias y hongos en el lecho ungueal.
Hay que hidratar bien los pies, de la misma manera que hidratamos el resto del cuerpo. Los pies tienen más glándulas sudoríparas por centímetro cuadrado que cualquier otra parte del cuerpo. En concreto, unas 250.000 que son las que hacen que, en ocasiones, transpiren más que cualquier otra parte del cuerpo.
Por tanto, hidratarlo y controlar la pérdida de humedad es fundamental, no solo para la salud del pie sino también para la salud en general. Pero no nos sirve la misma crema que usamos para otras zonas porque la piel del pie es más gruesa y necesita cuidados distintos. A la hora de hidratarlos optaremos por una crema específica para ello y nos centraremos al menos en zonas como los talones, la planta y alrededor de las uñas.
No abusar del esmalte. Si nos gusta llevar las uñas de los pies pintadas debemos saber que tendremos que dejar que descansen del esmalte porque, de lo contrario, el esmalte puede hacer que la uña se decolore. Si esto ocurre, debemos dejarla limpia al menos durante un par de semanas para que vuelvan a su color normal.
Hacer estiramientos y ejercicios de fortalecimiento. Aunque es algo que no solemos hacer, estirar la parte inferior y superior de los pies, así como el tendón de Aquiles, nos puede ayudar a tratar y prevenir el dolor. Fortalecerlos nos ayuda a prevenir dolores y tirones musculares, sobre todo si estamos de pie todo el día: cuanto más fuertes tengamos los pies, más cómodos nos sentiremos.
Descansar. Nuestros pies soportan el peso de nuestro cuerpo y están en constante movimiento. Por tanto, debemos tomarnos el tiempo necesario para que puedan descansar y recuperarse. Podemos hacerlo poniendo los pies elevados al final del día; esto nos ayudará a reducir la inflamación y mejorar la circulación sanguínea.
Inspeccionar los pies con regularidad en busca de ampollas, enrojecimiento, pequeños cortes, piel agrietada, hinchazón, erupciones cutáneas, descamación, signos de infección, bultos o marcas rojas. Revisar los pies y las uñas de los pies es la base de un buen cuidado. Es importante, frente a cualquier problema o algo fuera de lo común, no ignorarlo y consultar con un podólogo. El autoexamen es particularmente importante para las personas con diabetes ya que son más propensas a infecciones y otros problemas.
MC/CRM