La deforestación galopante de la Amazonía no era, como podía parecer, un fenómeno inevitable. Tras doblarse la superficie anual destruida entre 2018 y 2022, la desaparición del bosque amazónico en Brasil revirtió su tendencia (desbocada) hacia la devastación: en lo que va de año se asoló un 50% menos de superficie que en el mismo periodo de 2022, según los datos del Instituto Nacional de Investigación Espacial (INPE) de Brasil. De 7.100 a 3.700 km2.
El cambio de rumbo ilustra un viraje en la gestión del bosque tropical: el descenso en la deforestación comenzó en enero pasado, cuando asumió la presidencia de Brasil Inacio Lula da Silva tras el mandato del ultraderechista Jair Bolsonaro. Brasil se convirtió en la gran potencia de pérdida de bosques primarios en el mundo. En 2022 fue responsable del 43% del total mundial, según el World Resources Institute (WRI) por delante de Rusia, la República Democrática del Congo o Bolivia. Allí se destruyeron, no solo en el Amazonas, 1,8 millones de hectáreas, unos 18.000 km2.
Para ponderar qué significa esa destrucción, además de la pérdida de biodiversidad, hábitats y tierras para grupos indígenas, 18.000 km2 menos de bosque primario en Brasil supuso liberar 1,2 Gt de CO2 a la atmósfera para exacerbar el efecto invernadero que recalienta el planeta y provoca el cambio climático. Multiplica por 2,5 las emisiones de país al quemar combustibles fósiles, que ese año fueron unas 0,497 Gt según Global Carbon Atlas.
El nuevo presidente aseguró al iniciar su gestión que adoptaría una política de “deforestación cero” para el año 2030. Tanto en julio como agosto de este año –los meses usualmente más destructivos– la pérdida de bosque se redujo un 66% respecto al año anterior. En septiembre el descenso fue del 56% en comparación con 2022.
El gobierno de Brasil ha retomado las operaciones de comando y control en la Amazonía lo que tiene un efecto directo sobre la deforestación en ese bosque y cambia la percepción de impunidad
“El gobierno de Brasil retomó las operaciones de comando y control en la Amazonía”, explica el investigador de Ecologistas en Acción Tom Kuchard. “Y esto no solo tiene un efecto directo sobre la deforestación en ese bosque, sino que también cambia la percepción de impunidad de los que podrían cometer nuevos crímenes ambientales”, remata Kuchard.
En ese sentido, ilustra la situación anterior que, si bien la destrucción del bosque anual casi se había doblado durante el mandato de Bolsonaro, al mismo tiempo, el número de multas por deforestación ilegal y daños a la flora decrecieron un 40%.
También se decretaron recortes presupuestarios para las agencias de protección ambiental brasileñas. La organización austriaca All Rise remitió una petición a la Corte Penal Internacional en 2021 –en estudio– para que se investigara a Jair Bolsonaro por crímenes contra la humanidad por la destrucción masiva de la Amazonía.
El responsable de la campaña de Amazonia de Greenpeace Brasil, Romulo Batista, señala que “el cambio en el discurso del Gobierno federal, el incremento de las inspecciones y las acciones en el campo han hecho que aumentaran las multas y las incautaciones”. Además, insite, “se han lanzado algunas acciones como el Plan de prevención y combate contra la deforestación”
Kuchard añade que también comenzó un proceso “para identificar tierras públicas no destinadas a la agricultura y definirlas como tierras indígenas, territorios quilombolas [afrodescendientes] y unidades de conservación”. Eso, en teoría, las pone a salvo de la deforestación. Al estar en fase inicial “seguramente no hay efectos visibles todavía, pero habrá”, según la profesora e investigadora de la Universidad Federal de Bahía, Diana Aguiar.
En la organización de Batista subrayan que “la notable reducción de la deforestación en los ocho primeros meses del año abre una esperanza. Aún así, a pesar de ese descenso significativo todavía se ha producido un alto número de incendios”. Los incendios en la Amazonía no pueden ser un proceso natural como en el bosque mediterráneo o el boreal, no se dan por causas naturales porque hay demasiada humedad. “La deforestación cero es la gran contribución que Brasil puede hacer a la mitigación del cambio climático”, concluye la organización.
Un cuarto de la emisiones globales de efecto invernadero
Porque “la deforestación y degradación de turberas contribuyen con entre el 12% y el 20% de las emisiones globales” de gases de efecto invernadero, según explica la London School of Economics. Al destruirse las plantas, el carbono almacenado en ellas se libera y se añade a la costra de gases de efecto invernadero. De hecho, debido a la destrucción del bosque tropical la humanidad ya no puede confiar en que los árboles del Amazonas se queden con la contaminación de carbono que genera. En la década que va de 2010 a 2019, el bosque tropical amazónico emitió un 20% más de CO2 del que absorbió para realizar la fotosíntesis. (16.600 millones de toneladas por 13.900 millones). La deforestación a base de incendios y talas ha producido el cambio.
Romulo Batista dice que “es necesario intensificar la lucha contra la deforestación sobre todo en esta época del año que aquí se conoce como verano amazónico cuando la región sigue muy cálida”. También es preciso, prosigue el activista, “que los gobernadores se unan a la alianza para alcanzar la deforestación cero en 2030”.
La pérdida de bosques tropicales en el mundo no para. Pasó de unos 2,5 millones de hectáreas en 2002 a más de cuatro millones en 2022 –solo el 14% fue por incendios–. En 2022 se perdió “el equivalente a 11 campos de fútbol por minuto”, según los datos recopilados por la Universidad de Maryland (EEUU) que analiza el WRI.
“Toda esa pérdida de bosques produjo la liberación de 2,7 gigatoneladas de CO2 a la atmósfera, el equivalente a las emisiones anuales de India al utilizar combustibles fósiles”, ejemplifica el análisis del Instituto.
Con todo, el freno en la Amazonía brasileña tuvo un reverso en su ecosistema vecino de El Cerrado. Si la deforestación en el bosque tropical cayó, la de la sabana tocó cifras de récord. Allí se destruyeron 658 km2 en septiembre, un salto del 140% respecto al mismo mes de 2022. Es el dato más alto desde que hay registros por satélite (2018).
“Se presume que las operaciones en la Amazonía han redireccionado la expansión de la frontera agrícola en El Cerrado y otros biomas”, explica Tom Kuchard. Esto es, el aclaramiento de bosque para hacer sitio al cultivo de soja para piensos y la propia expansión de la ganadería. “Por eso pedimos que se incluya El Cerrado y otros ecosistemas en la meta de deforestación cero”.