Durante el gobierno de Evo Morales, Bolivia se adjudicó no pocos logros en el marco de la ola de gobiernos progresistas de principios de siglo. Cuando se ven a los gobiernos progresistas uno por uno, salta a la vista que el paraguas que los cataloga bajo un mismo epíteto ha sido en extremo generoso; sirvió para hacer converger a inclinaciones de izquierda más moderadas como más maximalistas; del mismo modo que aunó tendencias más democráticas con derivas autoritarias. En un mundo más matizado, el gobierno boliviano del proceso de cambio sorteó con éxito varios de los desafíos que se le presentaron. Cuando Evo Morales asumió el poder en su segunda reelección en 2014 podía decirse con certeza que había inscrito su nombre en la historia con notablemente más luces que sombras.
Los días felices
El PIB boliviano alcanzó números récord para la modesta escala de su economía. Creció a un promedio de 4,2% anual entre los años 2005 y 2019 y pasó de los 9 mil millones de dólares en 2005 a los 40 mil millones de dólares en 2018. La viga maestra de ese crecimiento fue la nacionalización de los hidrocarburos que recuperó la propiedad Estatal que había sido entregada en los años de neoliberalismo a empresas extranjeras. La pobreza se redujo sensiblemente. En 2005, 47% de la población vivía en la pobreza y para 2018 ese número se redujo: 19% de la población se encontraba en pobreza. La desigualdad, medida según el índice de Gini, pasó del 0,59 en 2005 al 0,41 en 2019. La desigualdad en Bolivia todavía era y es un problema con el valor de ese indicador, Bolivia sigue siendo parte del tercio más desigual de países en el mundo. Pero al mismo tiempo era indudable que se avanzaba en una dirección deseable.
No todo fue miel sobre hojuelas. El gobierno de Evo Morales priorizó el gasto social por encima del blindaje de las operaciones de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB). Decisión difícil que hoy se pondera demasiado costosa. El gobierno apostó a la sustitución de importaciones y así fue declarado innumerables veces. Sin embargo, Bolivia no despegó industrialmente y hoy es más primario exportadora que a inicios de siglo. Todo tiene un costo.
Con estos logros Bolivia se acercó a la media de los indicadores latinoamericanos, pero no hay que olvidar que tomó casi 200 años estar en una situación en la que el país pudo quitarse el traje de cenicienta de la región. Al mismo tiempo, resolvió el antiguo problema cepalino del casillero vacío: la inexistencia de modelos económicos aplicados en países en los que el crecimiento económico vaya acompañado de reducción de la pobreza.
La articulación política que se encontraba detrás de esos años de bonanza tuvo su propio protagonista. El de movimientos sociales es el concepto sociológico que los invoca y en su realidad material son plurales y diversos. El movimiento campesino con bríos nunca antes vistos, una Central Obrera Boliviana (COB) movida por los naufragios del neoliberalismo, los campesinos de zonas de ocupación relativamente reciente con politizaciones vigorosas. Y a ellos, otros sectores que se organizaron en las ciudades frente a situaciones agraviantes como la privatización del agua de lluvia o las intenciones del último estadista neoliberal, Gonzalo Sánchez de Losada, de que el gas boliviano, el recurso natural más preciado a inicios de siglo, sea vendido vía Chile a EEUU a precios de gallina muerta.
Evo Morales fue por entonces quien fungió como cohesionador de corrientes que iban en la misma dirección que no siempre encontraban los modos de converger. Con su influjo, muchas de las discordes tendencias de la izquierda se enlazaron, en cierto modo de manera inaudita y contraintuitiva. El resultado fue un bloque histórico que arrasó en elecciones generales por más de una década y que trazó el plan de la plurinacionalidad en Bolivia. Si bien Evo fue quien tendió los puentes, hay que poner de relieve que en el concierto, a veces cacofónico, de los actores movilizados, hubieron ideas que sintetizaron unas preocupaciones generales y un espíritu de cambio: presencia del Estado en la economía, nacionalización de recursos estratégicos, ampliación de derechos sociales y económicos.
El otoño del Patriarca (y del Proceso de Cambio)
El actual presidente boliviano Luís Arce Catacora y el ex presidente Evo Morales Ayma coinciden ideológicamente. Tienen en el neoliberalismo su enemigo declarado y reconocible. Asimismo recurren a un arsenal de respuestas políticas y económicas semejantes. La pugna entre ellos no se dirime en el campo de la ideología o de las propuestas programáticas. Su desavenencia es “política en estado puro” en cuanto pugnan por definir quién será el candidato titular de la fórmula presidencial de su partido histórico, el Movimiento al Socialismo (MAS), en las elecciones de 2025, año del Bicentenario de la independencia de la República.
En la Bolivia del presidente Luis Arce hoy faltan dólares. En el país clásico exportador de hidrocarburos, la gasolina -que está subsidiada por el Estado en su precio de venta a los consumidores también falta. Las protestas de distintos actores -algunos evistas, otros no- rompen con la rutina y hacen escalar el miedo y los precios. Los bloqueos de caminos desplegados por el movimiento campesino en Cochabamba, valle en el centro del país, llevan más de quince días y hacen escasear los productos básicos en las ciudades. La incapacidad gubernamental para restablecer el orden delata la poca cintura política del oficialismo.
En las pasadas semanas las facciones del Movimiento Al Socialismo han expuesto sus debilidades. Evo Morales encabezó una marcha hacía la ciudad de La Paz en el mes de septiembre. La cantidad de adherentes a la medida fue reportada por los evistas como cercana al millón mientras que entre las fuerzas opuestas se llegó a decir que habrían, si acaso, dos mil personas. Lejos de los extremos, la marcha mostró que Evo no está solo, pero tampoco goza de la popularidad de antaño.
El gobierno de Luis Arce pierde aceptación rápidamente en cuanto su gobierno corre el riesgo del descarrilamiento económico y de resucitar a los fantasmas de la hiperinflación boliviana de inicios de la década de 1980. En el país faltan dólares y gasolina; las protestas de distintos actores –algunos evistas, otros no necesariamente– rompen con la rutina y hacen escalar el miedo y los precios. Los bloqueos de caminos desplegados por el movimiento campesino en Cochabamba, valle en el centro del país, llevan más de quince días y hacen escasear los productos básicos en las ciudades. La incapacidad gubernamental para restablecer el orden delata la poca cintura política del oficialismo.
Por su parte Evo Morales debe enfrentar acusaciones que lo ubican en posiciones incómodas. Como parte del conflicto dentro del MAS, se han desempolvado casos que acusan a Morales de estupro. La judicialización está motivada por el interés en anularlo políticamente, pero el señalamiento de esas motivaciones no libera a Evo del estigma de, presuntamente, haber establecido relaciones sexuales con menores de edad. Como ha comentado Martín Sivak en entrevista con elDiarioAR, Evo no parece comprender a cabalidad ni las dimensiones de lo que se le acusa ni el daño que la sola acusación ya le causa de por sí a su imagen.
Evistas, arcistas, sucesión, paredón y después
El conflicto sucesorio es un problema que esconde otro más profundo y que tiene que ver con la articulación de las fuerzas populares en Bolivia y su proyecto político. Durante los años del gobierno de Evo Morales se produjo un cambio de élites políticas. Muchas instancias de decisión fueron ocupadas por personas provenientes no de universidades extranjeras sino de movimientos sociales proviniendo de orígenes populares. Es cierto que estas presencias populares en el Estado se dieron en combinación con clases medias de tradición izquierdista, no siempre tan próximos al polo indígena. Aun así, no se puede negar que el cambio de la composición del Estado es un hecho democratizante.
Cuando una generación de políticas públicas se agota y no se ve sustituida en Bolivia por nuevas y vigorosas medidas que construyan el segundo piso del Proceso de Cambio impulsado y desarrollado bajo el liderazgo del MAS desde 2006, se impone el interés sectorial de organizaciones -o sus dirigencias- en pos de beneficios corporativos.
Transformar el Estado boliviano resultó más difícil que utilizar sus viejas prácticas de prebenda. Mientras hubo impulso de construcción de un Estado que a la vez que generaba excedentes económicos de la mano con redistribución de la riqueza, se atenuó la cooptación rapaz de fracciones del aparato público. Cuando una generación de políticas públicas se agota y no es sustituída por nuevas y vigorosas medidas que construyan el segundo piso del Proceso de Cambio, se impone el interés sectorial de organizaciones –o sus dirigencias– en pos de beneficios corporativos.
En cierto modo es como que, ante el desgaste y agotamiento de un ciclo de construcción del Estado en afán de apartarse del neoliberalismo, los movimientos sociales hubieran cedido a la primacía de los intereses corporativos. La orfandad de un proyecto de construcción plurinacional es lo que dispersa y hace impracticable tender los puentes que en algún momento cohesionaron a una multiplicidad de actores sociales y políticos. Así pues, en la disputa entre Luís Arce y Evo Morales ambos están desprovistos de agenda que reconozca logros pero también errores y proponga una renovación de acciones. La pugnacidad de la rapiña se enfatiza porque cualquiera sea el que gane, las posibilidades en el futuro para los derrotados son exiguas. Mientras tanto Winter is Coming.
AGB