A menos de una semana de instalados en el gobierno, los actos “terroristas, vandálicos, criminales y golpistas” del segundo domingo de enero fueron la ocasión que abrió un primer conflicto en la relación entre el Partido de los Trabajadores (PT) y el Presidente petista que había asumido en Brasilia el primer domingo del mes y primer día del año 2023. Al menos, el primer diferendo público. El sector del PT nucleado en los diputados y diputadas que ganaron sus bancas en las elecciones generales del 2 de octubre fue el más vocálico en reclamar al Presidente petista la cabeza del ministro de Defensa. Piden su reemplazo por una figura más dura con las FFAA que su actual titular
El reclamo del PT que pide un Ministerio de Defensa más firme con las FFAA que el actual ministro José Mucio pone de manifiesto, más de lo que propiamente abre, un conflicto que ni es inesperado ni es de momento amenazador. Fue muchas veces anticipado, y en los últimos meses se fueron precisando cuáles serían sus contornos futuros. Corresponde a la lógica política conocida. Tuvo un envión el 2 de octubre. Dejó de ser el candidato del PT inmediatamente después de ganar la primera vuelta. Para ganar la segunda, tenía que mostrarse como el líder de una coalición electoral. Fue el candidato de 10 partidos coligados, uno de los cuales era el PT. Así ganó el balotaje del 30 de octubre y la tercera presidencia de su vida. Como presidente electo, dejó de ser candidato, para convertirse en el líder de una coalición política formada por liga electoral de 10 partidos + 3 partidos del Centrón de derecha.
Un triángulo de desamor, el PT, la Presidencia de centro izquierda y las FFAA
El Partido de los Trabajadores (PT) fue el primer partido político de la historia brasileña que no nació del Estado. Nació de las bases que esperaban integrar el gobierno, donde nunca habían participado. E incluso aspiraban a ser gobierno. Al momento de su fundación, sin embargo, no había competencia electoral libre y competitiva entre partidos que rivalizaran por ganar el voto. Porque las FFAA retenían el poder desde el golpe de Estado de 1964. Antes de siquiera pensar en formar un nuevo partido político, aquello que unía a los movimientos, las organizaciones, las comunidades, las personas que fundaron el PT era la resistencia contra la dictadura militar. Este era el lazo común, y éste es el dato originario. La articulación del combate contra las FFAA orientó estructura y mirada primigenias del PT.
Después de gobernar Brasil por 21 años, al fin de la dictadura los militares también gobernaron la transición democrática. Vencieron la oposición del PT, y a través de los partidos de derecha, los puntos de vista de las FFAA se impusieron en la confección de la Constitución de 1988, aún vigente. Desde entonces, la tensión y la distancia del PT con las FFAA, y el recelo de las FFAA con el PT y la izquierda, componen una de las dinámicas mayores entre las constantes de la vida política en el Brasil.
Un presidente muy pragmático, una presidenta muy ideológica
Cuando el PT integró el poder en 2003 tras la primera victoria electoral de Lula, las FFAA se relacionaron con el Partido a través del Presidente. A lo largo de los dos mandatos consecutivos del petista (2003-2010), los vínculos mejoraron. Las cúpulas militares empezaron a ver con ojos aprobadores a un ex obrero y ex sindicalista que respondía a sus demandas corporativas, fuera equipamiento de guerra, fueran viviendas para el personal del Ejército. La relación se hizo más cercana, y llegó a un clímax cuando el acuerdo estratégico con Francia. El Estado brasileño, y la cúpula militar, confeccionaron su lista de compras eligiendo helicópteros, aviones, submarinos, de entre la panoplia de los artilugios bélicos franceses más ultramodernos.
En la presidencia y media de Dilma Rousseff, los nexos entre el gobierno y las FFAA parecieron retrotraerse hasta posiciones más antiguas del PT, hasta una impostación de mayor dureza y de más grande enfrentamiento. Con un pasado profundo que incluía una pretérita militancia en la lucha armada guerrillera, la sucesora de Lula estaba más alejada ideológicamente de las FFAA. Aunque cerró en 2014 su duración funcional, la Comisión de la Verdad dejó un disgusto militar duradero. Creada por Dilma en 2011 en coordinación con su ministerio de Defensa, esta institución limitaba su propósito a la historia y la memoria. Pero su objeto de investigación eran los crímenes de la dictadura militar, que las FFAA preferían que no fueran estudiados por iniciativa de una ex guerrillera.
En la segunda década del siglo XXI el ciclo del boom de las commodities sudamericano llegaba a su fin. El Tesoro y la cuenta corriente de Dilma no eran como en tiempos de Lula. Las denuncias de corrupción, los escándalos de Odebrecht y Petrobras, la cruzada del Lava Jato le subían también la temperatura al hervor del malcontento militar.
Bolsonaro capitaliza el antipetismo de las FFAA
En 2018, la candidatura presidencial de Jair Bolsonaro, ex capitán del Ejército, capitalizó la nueva atmósfera de antipetismo que se respiraba densa en las FFAA. El 3 de abril de 2018, un día antes de la fecha prefijada para el tratamiento del habeas corpus de Lula por el Supremo Tribunal Federal (STF), las FFAA intervinieron en la vida política brasileña con una voluntad inocultable de determinar el curso inmediato de los acontecimientos. El general Eduardo Villas Bôas tuiteó que “el Ejército”, como “todos los ciudadanos de bien”, “respeta la Democracia y la Constitución”, por lo cual toda “impunidad” le resulta repudiable. Más aún, intolerable: el Comandante en jefe de las Fuerzas de Tierra “le aseguraba a la Nación” que “está atento” por si llegara en el caso de que “el Ejército” tuviera que cumplir “con sus misiones institucionales”.
El General se abstuvo en las redes de mencionar por sus nombres a Lula y a los Jueces Supremos. Esta intervención de las FFAA en la política nacional fue más directa que ninguna anterior en tiempos de la Constitución de 1988 (que cumplía entonces 30 años), y menos recatada que ninguna otra demanda militar formulada desde 2018. El STF rechazó el habeas corpus de los abogados de Lula.
El ex presidente petista, condenado por el juez federal Sérgio Moro en cuatro procesos del Lava Jato, privado de sus derechos políticos, no pudo rivalizar con Bolsonaro en las presidenciales de 2018. Demoró en proponer quién sería candidato en su lugar, una falta de pronta resolución que resintió al PT. En el balotaje, Fernando Haddad fue derrotado por el candidato derechista del Partido Social Liberal (PSL). Rechazado el habeas corpus, Lula siguió preso.
Petismo modelo 2023: la izquierda susceptible
El candidato Jair Bolsonaro había aplaudido a rabiar al general Eduardo Villas Bôas. El general se retiró de las FFAA en 2019. Hasta 2022, fue asesor del Gabinete de Seguridad Institucional de la Presidencia de la República (GSI/PR). Las reacciones de la izquierda y del PT al tuit del Comandante del Ejército habían sido desafiantes. Chico Alencar, diputado del Partido Socialismo y Libertad (PSOL, disidencia de izquierda del PT fundada en 2004), declaró que el PSOL también estaba en contra de cualquier impunidad, “incluida la de los torturadores del régimen militar”. La senadora Gleisi Hoffmann, actual presidenta del PT, declaró que “el PT también respeta la Constitución, especialmente en lo que dice acerca de cuál es y cuál no es el papel de las FFAA”.
Después del balotaje del último domingo de octubre, el pastor, líder evangélico Edir Macedo les comunicó a su feligresía y a la Nación que él creía escuchar la voz de Dios detrás del resultado electoral. Una voz que parecía decirle que habría que perdonarlo a Lula. La respuesta de Gleisi Hoffmann fue inmediata. Le dijo al líder de la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD) que era él el que tenía que “pedirle perdón a Dios por todas las mentiras que había dicho” en contra de Lula y a favor de Bolsonaro durante la campaña.
La tercera presidencia de Lula es la primera en la que no tiene oposición a la izquierda. Todas las formaciones políticas izquierdistas están integradas en la coalición electoral que lideró el PT. A esta circunstancia única se unen otras tres circunstancias también sin precedente. La izquierda hizo el 2 de octubre su peor elección legislativa en 20 años, mientras que ese mismo domingo de elecciones generales brasileñas, la derecha hizo en el Congreso la mejor elección de su historia. Más peculiar, más de la interna e intimidad partidarias, es otra novedad. Aquellas candidaturas que ganaron las bancas que el PT ocupará en la Cámara de Diputados corresponden a las líneas y a las posiciones ubicadas ideológicamente más a la izquierda, entre todos los sectores que conviven en el PT.
El 30 de octubre, Lula ganó una segunda vuelta presidencial donde el margen por el que superó al perdedor (apenas un 1,8%) fue el más ajustado que se haya constatado jamás en la democracia brasileña. La derecha tiene mayoría absoluta en el Congreso, y gobierna la mayoría de los 27 estados. El Presidente vivirá su mandato bajo la necesidad cotidiana de buscar el mejor acuerdo posible con esas derechas. También bajo la inquietud de que su base de apoyo, que es escasa, se agite turbulenta en perpetuos descontentos, al no conectar con su política y su diplomacia las alas petistas ubicadas en una izquierda más a la izquierda que la suya.
Lulismo modelo 2023: un negociador en apuros
En procura de votos para la Legislatura 2023, Lula busca un entendimiento con Republicanos, el partido político fundado por la Iglesia Universal. Al que estaba afiliado José Alencar, su vicepresidente en los dos mandatos anteriores. Las conversaciones buscan que Republicanos se integre al bloque del PT en la Cámara. La respuesta de la presidenta del Partido al obispo Macedo no es un auxilio en este acercamiento. Aseguran que el timbre de aquella respuesta partidaria terminó de decidir a Lula, que habría estado dándole vueltas al asunto durante noviembre y diciembre: concluyó que en un Gabinete presidencial amplio, de 37 Ministerios, no hay sin embargo un lugar para Gleisi Hoffmann.
En su primer desayuno con periodistas después del asalto a Brasilia, el Presidente descartó de plano la posibilidad de que le pidiera la renuncia a José Múcio Monteiro Filho. Lula no fue ambiguo este jueves: “El que pone y saca a los ministros soy yo. José Múcio no se va. Si tengo que reemplazar a los ministros cada vez que uno comete un error, este Gabinete va a tener el récord de rotación de mano de obra más grande de todo Brasil”.
El PT había criticado a Múcio porque no se impacientaba delante los acampes golpistas delante de los cuarteles del Ejército. Más comprometedoramente, el ministro de Defensa había opinado que esas protestas “formaban parte del juego de la democracia”. Menos proféticamente, había previsto que, después de la asunción de Lula, poco a poco los bolsonaristas iban a levantar campamento.
La designación de Múcio en Defensa corresponde al cupo en el Gabinete del PTB. El Partido Laborista Brasileño (PTB) fue fundado en 1979 con la coloración ideológica de un suave socialdemocratismo; en 2023 se define de derecha y es definido como de ultraderecha conservadora, nacionalista, e incluso militarista. Es, sin embargo, de observancia electoral democrática estricta. En el Congreso, tiene 3 diputados y dos senadores.
Las críticas petistas contra la moderación del Ministro laborista eran tanto más puntiagudas, porque el Ministerio de Defensa había sido uno de aquellos que más había ambicionado el Partido de los Trabajadores en los meses de transición, y uno más de los que se sintió desposeído. En 2003, en el primer gobierno de Lula, PT dominó 19 de los 34 Ministerios; en 2007, 16 de 36. En 2023, son del Partido de los Trabajadores 10 de los 37 ministerios: la menor proporción en tres mandatos.
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