Se va Merkel y se abre un interrogante sobre quién liderará la Unión Europea

Andrés Gil

Corresponsal en Bruselas —

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“Espacio que se deja, espacio que ocupa un rival”. Es un dicho habitual en política para explicar las tomas o cesiones de posiciones en instituciones u órganos de partidos. Este 26 de septiembre se abre en Europa un gran vacío con las elecciones alemanas que elegirán al sucesor de Angela Merkel como canciller. Y está por ver quién –o quiénes– lo ocupará en el ámbito europeo, un ámbito en el que Merkel ha ejercido un liderazgo indiscutible en los últimos tres lustros. Eso sí, de momento no parece haber otra mujer entre los sucesores.

A diferencia de Estados Unidos, donde el presidente puede tener una actitud más o menos multilateral o más o menos implicada en según qué asuntos internacionales, ningún país de la UE puede desentenderse de los asuntos europeos. Y menos aún si se trata de un país fundador del bloque y, además, la principal economía continental.

Los cimientos de la Unión Europea comienzan a ponerse al final de la Segunda Guerra Mundial con varias lecciones aprendidas de la posguerra de la Primera. En 1945, se apostó, en lugar de por las sanciones de guerra, por la reconciliación entre Francia y la Alemania –ocupada–, protagonistas de los dos grandes guerras en Europa. La búsqueda de la paz entre los vecinos y la construcción de un modelo económico social propio europeo, diferente al liberalismo estadounidense y al socialismo real del bloque soviético fueron pilares fundamentales del alumbramiento de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) en 1952. Y en esa CECA había seis países: Alemania, Francia, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo.

Dos años antes, el 9 de mayo de 1950, Robert Schuman, ministro francés de Exteriores, pronunció una declaración que alumbró lo que vino después: “Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho”.

Si bien la UE tiene sus orígenes en la búsqueda de la reconciliación de vecinos que parecían irreconciliables, como Alemania y Francia, el desarrollo de la Comunidad Europea fue evidenciando que el eje carolingio, la alianza francoalemana, se convirtió en una locomotora imprescindible para el rumbo que tomaba el proyecto y su avance, que mucho tenía que ver con el pacto entre socialdemócratas, democristianos y liberales.

Y este domingo una de sus protagonistas, Angela Merkel, se convertirá en canciller en funciones a la espera de un nuevo gobierno alemán.

¿Quién ocupará su lugar?

Lo primero es pensar en alguno de sus sucesores, previsiblemente el socialdemócrata Olaf Scholz. A falta del carisma de Merkel, lo cierto es que heredará el mismo país con el mismo tamaño y el mismo PIB, que al final es la carta de presentación cuando se sienta en una mesa con otros 26 socios. Tampoco es un recién llegado a la escena europea, en tanto que es ministro de Finanzas del actual gobierno y, como tal, asiste al Eurogrupo y Ecofin. Pero sí necesitará un tiempo para ubicarse en la cancillería, y habrá qué ver qué agenda interior tiene en esos momentos que pueda distraerle del liderazgo europeo y, también, qué tipo de coalición conforma –rojiverde con Die Linke o la coalición semáforo con los liberales–.

Y en Europa hay más actores con mucho peso, en particular París, la pareja habitual de Berlín, que está demostrando en estos días su importante capacidad de influencia en las instituciones europeas a raíz del revés comercial francés con Australia, que ya se ha convertido en un asunto europeo con consecuencias comunitarias.

Por un lado, el anuncio de la alianza entre Australia, Reino Unido y EEUU (AUKUS, por las iniciales de los países en inglés) ha motivado que la UE reflexione sobre su impacto en el calendario de las negociaciones de un acuerdo de libre comercio con Australia, cuya próxima ronda se programó en principio para octubre.

Y, lo que es más profundo, la Comisión Europea va a “analizar” el impacto que la alianza AUKUS puede tener en su negociación comercial con el Estados Unidos de Joe Biden, ni más ni menos, semanas después del fiasco de Afganistán tras la decisión unilateral de Washington de abandonar el país.

“Algunos describen la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán y el acuerdo AUKUS entre Estados Unidos, Australia y el Reino Unido como una llamada de atención para Europa”, ha dicho este martes el comisario europeo de Mercado Interior en el Consejo Atlántico en Washington, el –por otro lado– francés Thierry Breton: “Hay un sentimiento creciente en Europa, y lo digo con pesar, de que algo está roto en nuestras relaciones transatlánticas. Después de los últimos acontecimientos, existe una fuerte percepción de que la confianza entre la UE y EEUU se ha erosionado. Por lo tanto, probablemente sea hora de hacer una pausa y restablecer la relación UE-EEUU”.

El anuncio el pasado jueves de esa nueva alianza en defensa, que implicó la cancelación por parte de Australia de un millonario contrato con Francia para que este país le suministrara submarinos en favor de un nuevo pedido de sumergibles nucleares a EEUU, pilló por sorpresa a la Unión Europea.

Tras haber manifestado los Estados miembros solidaridad con París, que considera la anulación del contrato de los submarinos un “asunto europeo”, la UE cuestiona ahora el mantenimiento del programa de negociaciones previsto con Estados Unidos.

El peso de Macron

Macron, quien ha impulsado la Conferencia sobre el Futuro de Europa que arrancó en primavera, cuestiona la OTAN y apuesta por la autonomía estratégica de Europa, es el mejor colocado para aspirar al protagonismo de Merkel en la escena europea. Algo que también dependerá de cómo le vayan las elecciones presidenciales del próximo año.

Y de cómo vayan las elecciones en Alemania: si efectivamente hay vuelco electoral y los populares europeos se quedan sin la cancillería alemana, se quedarán sin ningún gobierno de los siete fundadores de la UE, y fundamentalmente aislados en gobiernos del Este sin el mismo acervo comunitario y alejados de las posiciones social-liberales de Macron.

En efecto, parte del misterio carolingio es que el tándem Miterrand-Kohl lo formaban un socialista y un democristiano, del mismo modo que el tándem Merkel-Macron lo forman una democristiana y un liberal: son familias políticas diferentes y complementarias obligadas a entenderse en torno a una agenda común como, por ejemplo, el plan de recuperación europeo frente a la pandemia.

Merkel tuvo 16 años para construir su liderazgo entre los líderes de la UE. Durante ese tiempo, ha convivido con cuatro presidentes franceses.

Otro país del G7, la tercera economía europea, es Italia. Y su primer ministro, Mario Draghi, goza de gran respeto en Bruselas tras su paso por el Banco Central Europeo, donde contribuyó a estabilizar el euro en la última crisis financiera, aunque, para algunos, tardó más de lo debido en hacerlo.

Pero el problema de Draghi es que viene del sur, que su país, aun siendo rico, no tiene las cuentas tan bien ordenadas como los vecinos frugales y hanseáticos de Alemania. Y, además, teóricamente Draghi es una solución temporal y de compromiso ante el desconcierto político italiano.

No obstante, en una Europa a 27 –o 19 si es la del euro– ni siquiera la alianza francoalemana es siempre suficiente: en los últimos tiempos, no fueron capaces de colocar a la española Nadia Calviño al frente del Eurogrupo, por ejemplo, y tampoco han sido capaces de poner en marcha el presupuesto del euro –BICC, en sus siglas en inglés–. Pero sí fueron capaces de repartirse hace dos años los principales presidencias de las instituciones europeas –presidencia de la Comisión Europea, presidente del Consejo Europeo y presidenta del Banco Central Europeo–.

Si en 2015 la apuesta de Merkel por no poner muros a las personas migrantes que huían de la guerra fue fundamental para la política de acogida europea, aunque a trompicones, sin pacto migratorio, con la oposición de Orbán y Salvini y con la subcontratación de Turquía mediante, ahora ha sido clave en que la respuesta a la crisis no fuera la que ella decretó en 2008 –recortes y sacrificios–, sino la contraria: gasto público, compras masivas del BCE y fondos de recuperación emitido con deuda conjunta –unos seudo eurobonos como los que ella misma vetó hace una década–. Sin embargo, Merkel abandonará sin que esté definida la reforma de las reglas fiscales europeas, algo clave para saber cómo se volverá a los topes de déficit y de deuda.

Alianza con Rutte

¿Quién ejercerá ese liderazgo? Todo apunta a Francia, pero Francia sola no podrá. En Europa siempre se da una suerte de geometría variable, y Macron ya se ha apresurado a firmar un acuerdo con la Holanda de Mark Rutte para la coordinación en asuntos europeos. Pero Holanda no es tan grande como Alemania. Seguramente veremos un liderazgo más abierto, con otros actores relevantes, como Draghi o como Pedro Sánchez, el presidente socialista del país más importante de la UE a la espera del desenlace alemán.

Lo que sí parece claro es que Merkel se va a marchar con altas cotas de popularidad, lejos de los odios de la anterior crisis financiera. Según una encuesta del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR) en los 12 Estados miembros más importantes de la UE, es la favorita para una hipotética presidenta de Europa. Preguntados por quién votarían entre Merkel y Macron para presidir la UE, la encuesta constata que la mayoría del apoyo en los Países Bajos (58%), España (57 %) y Portugal (52%) fue a Merkel.

La encuesta, además, revela que los europeos creen que sin Merkel habría habido más conflictos en el mundo, según los datos de España (33%), los Países Bajos (30%) y Portugal (28%),

El “mayor éxito de Merkel en la política europea es probablemente que ha colocado a Alemania en el corazón de una UE ampliada y ha reducido significativamente el miedo de sus vecinos al dominio alemán”, según escriben los autores del estudio, Piotr Buras y Jana Puglierin. Señalan que “el público europeo parece estar mucho menos preocupado por una toma de poder alemana en las instituciones de la UE que las élites en Bruselas”.

¿Cómo se ocupará el espacio que deje Merkel? El tiempo dirá si el futuro sigue teniendo que ver con la locomotora francoalemana o se abre un liderazgo más colectivo.