“Nosotros vamos a volver y el pobre va a volver a los aeropuertos” advirtió Luiz Inácio Lula da Silva en su discurso, en la sala de ingreso al departamento de Geografía e Historia, en la Universidad de San Pablo (USP). La frase, pronunciada anoche frente a una multitud de profesores y estudiantes, aludió directamente al surgimiento bajo su gobierno de una “clase media emergente” que pudo volar por primera vez. Así enunció su principal compromiso en caso de lograr un tercer mandato: la recuperación del estatus y ascenso económico alcanzados por más de 32 millones de brasileños bajo su Gobierno (2003-2010).
En esa misma línea, habló de la misión de las universidades públicas de formar profesionales sin distinciones de clases y raciales. Aunque rige el sistema de cupos que implantó el ex presidente para personas negras, esa regla fue en la práctica “olvidada” los últimos años. Lula desafío al presidente Jair Bolsonaro a dar un debate en la USP, tal como acaba de hacer él. Pero advirtió que el jefe de Estado “no va a venir porque como dijo su ministro de Educación, la universidad no necesita ser de todos. Es solo para una pequeña parte”.
El acto, en la ciudad universitaria, fue restringido a docentes, estudiantes, invitados y prensa. Es que oficialmente la campaña electoral para la primera vuelta comienza hoy. Bolsonaro eligió inaugurar la suya en Juiz de Fora, la ciudad de Minas Gerais donde recibió un cuchillazo en septiembre de 2018. El mandatario cree que esa “victimización”, que pudo costarle la vida, finalmente le trajo suerte: “Fue un milagro” dijo ante un público esencialmente evangélico.
Lula, en cambio, había elegido ir, a las 7 de la mañana de hoy, a las puertas de la fábrica de Volkswagen en el ABC paulista. Era todo un símbolo porque fue allí donde se formó como sindicalista, que resultó en el trampolín para navegar en política. Pero ese inicio emblemático debió ser suspendido. La federación Fuerza Sindical, organizadora de evento, indicó que el lugar elegido tenía un serio problema según el comité de campaña del ex presidente: carecía de ruta de fuga en caso de ataques.
Donde sí irá el líder petista es a Brasilia, porque hoy asume el juez Alexandre de Moraes como presidente del Tribunal Superior Electoral. Lula fue invitado en calidad de ex presidente. Y allí también estará Bolsonaro, acompañado por su candidato a vice, el general Walter Braga Netto. Es la primera vez que ambos adversarios compartirán el mismo espacio y podrán verse “face to face”; aunque, como señalan los medios locales, difícilmente cumplan con la formalidad de saludarse.
El presidente brasileño mantuvo una disputa feroz con la Corte Suprema, a la que también pertenece Moraes, durante casi toda su gestión. No obstante, cuando solo faltan 47 días para la primera vuelta (el 2 de octubre) de los comicios, se desespera por hacer las paces. Entre las razones que lo inducen a recomponer relaciones con la Justicia figura la necesidad de moderar su imagen de presidente que no respeta las leyes. Pero también media la conciencia de los juicios que deberá enfrentar cuando deje el Palacio del Planalto. No en vano, en más de un discurso ante sus partidarios, solía argumentar: “Jamás iré preso”.
Nueva encuestas entre tanto echaron un balde de agua fría sobre los publicistas que conducen su campaña. En una semana Lula volvió a tener 45% de las preferencias, según una de las consultora que le había adjudicado 41% el 8 de agosto último. Otro estudio, del instituto Ipec (ex Ibope), muestra a Lula con 44% de los votos y Bolsonaro con 32%; es decir, a una distancia de nada menos que 12 puntos. De hecho, el ex sindicalista mantiene ventajas en los tres estados provinciales con mayor cantidad de habitantes. Sumados San Pablo, Minas Gerais y Río de Janeiro, Lula aventaja a su enemigo en más de 2 millones de votos.
Bolsonaro apostaba a empardar a Lula ya en la primera vuelta, a partir de maniobras electorales que debían en teoría rendirle grandes frutos. Pero las expectativas cedieron lugar a la frustración. En junio pasado, el Gobierno consiguió que el Congreso le aprobara, en tiempo récord, una medida para declarar el “estado de emergencia” del país. Y gracias a esa decisión parlamentaria, el Palacio del Planalto logró aumentar en 50% el llamado “auxilio Brasil”, un estipendio para los más pobres, que acaba de pasar de 400 a 600 reales (de 80 a 120 dólares). Creó además el llamado “Vale Gas” que recorta el precio de ese insumo esencial para las familias de bajos ingresos. Y a eso le sumó un subsidio para taxistas y camioneros, a fin de compensar los aumentos en los precios de los combustibles.
Pero ese “paquete de bondades”, como bautizaron los brasileños, no ha logrado acortar la brecha con su archienemigo Lula. El dirigente conserva su primacía entre los más pobres y las clases medias bajas, que representan en conjunto un tercio de la población.