“Ladrón sin personalidad”; “anticristiano”; “corrupto”; “presidiario”. Seguramente estas serán algunas de las frases condenatorias que deberá escuchar el público esta noche, cuando asista al primer debate entre Luiz Inácio Lula da Silva y Jair Messias Bolsonaro transmitido por la TV Bandeirantes en esta segunda vuelta. La ofensiva del presidente brasileño busca restar votos a su enemigo con consignas “moralistas”, tal como viene desarrollando desde el inicio de su campaña por la reelección. En las anteriores confrontaciones, acudió a epítetos y condenas para abrumar al líder petista, pese a la anulación de todos los juicios que pesaban sobre el oponente. El plan del cuartel general bolsonarista es adobar el rechazo de los electores a la figura identificada con los “demonios de izquierda”.
En el comité de campaña por la reelección de JMB creen disponer de tiempo y argumentos suficientes como para provocar un giro en la franja de ciudadanos indecisos. Y aunque a ese segmento pueda no gustarle la violencia intrínseca del discurso presidencial, en contraposición mantiene todavía en su memoria el recuerdo de las manifestaciones de los años 2014-2016, cuando gigantescos muñecos inflables con los rostros de Lula y Dilma Rousseff, vestían uniformes de presos.
En el comando de campaña de Lula, por su parte, afirman que el ex mandatario contará con “artillería pesada” para responder a esos ataques. Dicen que el candidato de la Coalición de la Esperanza procederá a combinar denuncias con relatos de la realidad social brasileña. Arguyen que después de 4 años de bolsonarismo, con pandemia de por medio, el país no luce precisamente en buen estado: se combinan, en el actual escenario, la miseria y el hambre, la salud deteriorada, la educación sin presupuesto y la seguridad ciudadana complicada por la pobreza. Esos son los parámetros que podrán obstaculizar la recolección de adhesiones por parte del Jefe de Estado, quien para conseguir un eventual éxito deberá sumar como mínimo unos 8 millones de votos adicionales a los que obtuvo en la primera parte de los comicios.
Ese es, según especialistas en campañas, el punto más débil de Bolsonaro. Evalúan, entonces, que Lula da Silva “debería dedicar su tiempo en el debate a temas centrados en la vida cotidiana del elector, como los salarios bajos, la inflación de alimentos y servicios en alta, y el endeudamiento elevado que aqueja a la clase media”. El politólogo Vitor Marchetti, profesor en la Universidad Federal del ABC, describió las fragilidades conque debe toparse esta noche el ex líder sindicalista: “En la primera vuelta se observó la menor diferencia de la historia brasileña entre el primer y segundo candidato”. En efecto, la compulsa terminó en 48,4 a 43,2 por ciento. “El presidente salió atrás pero no tan fragilizado, con condiciones inclusive de imponer algún viraje”, sostuvo el experto.
Otros analistas señalaron que habrá que ver cómo reacciona Bolsonaro en el debate. El actual presidente puede insistir en las pautas morales o “tratar de destruir la imagen de lo que fueron los gobiernos del PT entre 2002 y 2015 en materia de realizaciones económicas y sociales”. No hay certeza total, ni siquiera en el comité de campaña del oficialismo, en relación al impacto que tiene sobre la población el hecho de reducir el discurso a la alternativa de “ángeles versus demonios”.
Los medios brasileños destacan hoy que una “neblina tóxica” se cierne estos días sobre la competencia tan polarizada. Para uno de los extremos, el de Bolsonaro, se estaría al borde de un precipicio moral donde la única alternativa que queda a los brasileños es adherir fervorosamente a “Dios y a la familia”. Contra esa prédica conspiran, sin embargo, los propios errores del actual mandatario y sus ex ministros, que esta última semana adquirieron un tono rimbombante.
Uno de los casos ocurrió el sábado por la mañana con relatos del presidente, realizados a una emisora de radio, respecto de un desfile de motos que protagonizó el año pasado. Durante el trayecto de aquella “motociata” vio unas adolescentes que lo miraban atentamente y decidió volver sobre sus pasos para dialogar con ellas. Según contó el gobernante, “vi esas chiquitas bonitas de 14 y 15 años, que estaban muy arregladitas. Sentí que había un clima de que algo pasaba entre ellas y yo. Entonces, entré en la casa y vi que había muchas venezolanas de la misma edad, que se estaban arreglando. Y me pregunté: un sábado por la mañana ¿para qué se pintan las adolescentes? Para ganarse la vida”, se replicó a sí mismo.
Las redes sociales no perdonaron el paso en falso: desde pervertido a pedófilo, sobraron las acusaciones contra su narración de los hechos. Lo que más conmocionó fue esa frase de “un clima de que algo pasaba”.
El escándalo por esas declaraciones, que según la campaña del mandatario sólo apuntaban a cuestionar a Venezuela (por la pobreza que induce a la prostitución), podría neutralizar las acusaciones contra Lula y la izquierda. Especialmente aquellas imputaciones del séquito bolsonarista vinculadas a presuntas propuestas para estos comicios de salas de baño “multi sexo” y “mamadera peniana”.
Otras cuestiones, ya en el terreno de la política, pondrían de relieve el carácter autoritario de Bolsonaro. Por ejemplo, el intento de enjuiciar a las consultoras de encuestas, por los resultados divergentes entre los números de esas pesquisas y los cómputos, que le dieron menos votos de los que finalmente obtuvo.
EG