El reencuentro en Girona de dos hermanas ucranianas separadas durante 20 años

Ashifa Kassam

Girona —

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Un grito de alegría se escuchó cuando las dos jóvenes -una de ellas, tras 34 horas de viaje desde Ucrania, y la otra, recién salida de su turno de trabajo nocturno- se encontraron en una acera de Girona. El reencuentro se había gestado durante décadas y los últimos detalles se precipitaron mientras los tanques rusos rodaban por las calles de Ucrania.

“Fue un momento triste y feliz a la vez”, rememora Angelika Batiai, de 24 años. “Volvía a ver a mi hermana después de 20 años, pero por otro lado acababa de dejar a mi familia y amigos en un país en guerra”.

Las dos hermanas de madre pasaron los primeros años de su vida juntas en el pueblo ucraniano de Nikolaev, en el sur del país, apoyándose la una en la otra mientras crecían con una madre ausente para cuidarlas. Los problemas familiares las separaron al poco tiempo; Angelika, de cinco años, fue enviada a vivir con una tía y Tatyana, de seis, con una abuela, antes de acabar bajo la tutela del Estado.

Intentaron que las mantuvieran juntas, recuerda Tatyana Kluge García, de 25 años. “Pero económicamente era imposible, la tía de Angelika no podía permitirse acogernos a las dos”, precisa. A los ocho años, Tatyana fue adoptada por una familia de Girona y cambió su arduo comienzo en la vida por una nueva familia, un nuevo país y un nuevo idioma.

Incluso cuando su dominio del ucraniano se desvanecía paulatinamente, su hermana seguía estando presente en sus pensamientos. “Siempre dije que iría a Ucrania a buscarla”, dice Tatyana. De adolescente, buscó en las redes sociales cualquier rastro de su hermana e incluso llegó a descargarse la red social rusa VK.

A más de 3.000 kilómetros de distancia, en Ucrania, Angelika hacía lo mismo. Cuando en 2019 se topó con un perfil de Facebook que mostraba a una joven radiante en España, tuvo la certeza de haber encontrado a su hermana Tatyana. “Simplemente supe que era ella”, recuerda ahora.

En pocas semanas las dos ya estaban chateando prácticamente a diario, superando las barreras lingüísticas y culturales. “Era como una novia a la que vas conociendo pero que en realidad es tu hermana y quieres compartir tu vida con ella”, apunta Tatyana. Con mucha ilusión, hicieron planes para reunirse en España, pero la pandemia desbarató la posibilidad.

En febrero, mientras las tropas rusas se acumulaban en la frontera de Ucrania, Tatyana llamo desesperada a Angelika. “Le dije que aquí estaban diciendo que iba a haber una guerra”, explica. Angelika trató de calmar los temores de su hermana. “Esperaba que todo esto se disipara y fuera bien”, apunta. “Pero todo fue empeorando”.

Ella y su prometido acabaron abandonando su casa en Nova Odesa, a pocos kilómetros de Mikolayiv, y se dirigieron a un pueblo cercano donde su primo había convertido su sótano en un refugio improvisado. Cuando el sonido de los bombardeos se escuchaba a distancia, se escondían en el sótano. “Tatyana me enviaba mensajes de texto todos los días, diciéndome que hiciera las maletas, que todos la esperábamos, que estábamos preocupados”, explica Angelika.

Angelika sondeó a su entorno, pero sus seres queridos estaban decididos a quedarse. “Fue una decisión muy difícil porque no quería dejar a mi familia”, asegura. “También estaba muy preocupada por cómo iba a llegar allí por mi cuenta: era un largo camino”, relata.

Al final fue un mensaje de la madre adoptiva de Tatyana, confirmándole que estaría a salvo en España, lo que convenció a Angelika. Salió hacia la frontera polaca en un vehículo con otros ucranianos que querían marcharse, preparándose para lo peor. “Tenía miedo de que nos detuvieran o de que hubiera una alerta aérea”, señala Angelika. Su ansiedad se mezclaba con el nerviosismo por lo que le esperaba: “Todo el camino pensaba en cómo sería ver a mi hermana y si me aceptaría”, recuerda ahora.

Desde su casa en Girona, Tatyana siguió cada paso de Angelika. Le compró un billete de avión desde Varsovia, y tuvo que luchar contra las barreras lingüísticas y la falta de cobertura de los móviles para asegurarse de que su hermana llegara al vuelo. “Me estaba volviendo loca”, dice Tatyana. “Nunca había subido a un avión, no sabía cómo hacer el check-in ni facturar su equipaje”.

Los días de ansiedad se esfumaron en cuanto vio a su hermana. “Siempre me había preguntado cómo sería ese momento”, explica Tatyana. “Piensas: 'Quizá me quede en shock, quizá no sepa qué decir, quizá llore'. Pero al final no podía creer que estuviera pasando”.

En el mes transcurrido desde la llegada de Angelika a España, las hermanas se han acostumbrado a una cómoda convivencia en el apartamento de Tatyana, utilizando gestos con las manos, un puñado de vocabulario compartido y mucho Google Translate para comunicarse.

La facilidad de sus interacciones contradice las décadas que las separan. Angelika, que odia llevar bolso, mete su teléfono y su cargador en el bolso de su hermana mayor cada vez que salen de casa, mientras que las dos intercambian silenciosos asentimientos de afirmación cuando ahondan en los detalles de su pasado. “Hay días en que la miro y todavía no me lo puedo creer”, apunta Tatyana. “Sólo pienso: 'Estás aquí'”.

Con la misma incertidumbre a la que se enfrentan muchos de los 135.000 refugiados ucranianos que han llegado a España en los últimos meses, ninguna de las dos hermanas sabe lo que vendrá después: si Angelika acabará volviendo con su prometido y su familia en Ucrania, o buscará traerlos a España y empezar de nuevo. “Desde que éramos pequeñas hemos soñado con volver a vernos, pero nunca hubiéramos imaginado que sería a causa de una guerra”, dice Tatyana.

Para Angelika, volver a estar con su hermana ha sido una “sensación maravillosa e increíble”. La alegría, sin embargo, rivaliza con la angustia de dejar a sus seres queridos en un país en guerra. “No puedo dejar de pensar en ello”, concluye.