“Mujeres van a morir”, “No toquen nuestros cuerpos”, “Justicia reproductiva para todas”, “Actuemos antes de que sea demasiado tarde”, “El aborto es un derecho humano”, “Nuestros cuerpos, nuestros futuros, nuestros abortos”: he aquí algunos ejemplos de las leyendas que figuraban en las pancartas que podían verse el pasado sábado 14 de mayo en la gran manifestación de Washington DC. Es decir, una de las 380 que ese día tuvieron lugar en los Estados Unidos contra la más que probable revocación de la ley que garantizó el derecho al aborto en 1973.
El activismo Pro-Choice se intensificó luego de que el periódico Político diera a conocer el borrador pergeñado por uno de los integrantes de la mayoría republicana que conforma la Corte Suprema de Justicia, Samuel Alito, designado por George W. Bush. De confirmarse esta propuesta, se anularía el histórico fallo de hace 49 años, Roe v. Wade, que garantizaba el derecho al aborto con alcance federal (aunque pudiendo cada estado decidir sobre la aplicación de restricciones).
Ciertamente, Donald Trump, que ahora se muestra calladito al respecto, preparó deliberadamente el escenario para el derrumbe de un derecho que tantas luchas costó, al apurarse a nombrar a la ultra reaccionaria jueza Amy Coney Barrett en reemplazo de la feminista demócrata Ruth Bader Ginsburg, que acababa de morir. Trump lo hizo 8 días antes de las elecciones de 2020 que ganaría Joe Biden. Una doble pérdida que llenó de dolor y de oscuros presagios los corazones feministas. Prontamente, se acentuaron las limitaciones y los condicionamientos en los estados de Arkansas y Texas, donde se prohibió el aborto más allá de las 6 semanas de gestación.
La fundamentación del borrador de Alito para la decisión que debería tomar la Corte a la brevedad -prevista, en principio, para los primeros días de junio- es francamente absurda y denota la mala fe del juez: “Las mujeres no figuran en la Constitución y se debería demostrar que el derecho al aborto está de alguna manera implícito en ese texto”, anota refiriéndose a una declaración de 1787, de unas 4 mil palabras, redactada en una época en que el aborto era un tema tabú. Como se escribió en la revista The New Yorker, “tampoco la Constitución dice nada de úteros, vaginas, embarazo, sangre menstrual, mamas, lecha materna”. Más aún, “no hubo mujeres delegadas en la Convención, no había en ese momento ni juezas ni legisladoras. Las mujeres no votaban. Prácticamente, no existían como personas”.
Se calcula que, de derogarse Roe v. Wade, la catástrofe alcanzaría a muchísimas mujeres de al menos 26 estados del sur y medio oeste, perjudicando a las de menores recursos que se verían en grandes dificultades para viajar a estados más permisivos donde efectuar la intervención. Y la alarma no solo suena para las mujeres, como lo han hecho notar personalidades de la política como Pete Buttigieg, secretario de Transporte, primer miembro declaradamente gay de la administración estadounidense, quien sostuvo que la anulación del fallo que dio legalidad al aborto en los tempranos ’70 puede ser el inicio de la acotación o cancelación de otros derechos individuales, entre los cuales, el matrimonio igualitario. Para James Traub, columnista de Político, “una guerra civil metafórica entre estados podría tener lugar, un enfrentamiento que no se había visto desde la Guerra Civil” (en la segunda mitad del siglo XIX). O sea, una gran polarización entre pro-choice y pro-life. Y a la gente desmemoriada les recuerda Traub: “Hizo falta una guerra para abolir la esclavitud”.
Otra vez la violación como arma de guerra
Dos años después de que la Suprema Corte norteamericana garantizara el derecho al aborto, la descollante periodista y ensayista Susan Brownmiller (1935) dio a conocer un imprescindible estudio sobre la violación a las mujeres como consecuencia de la cultura patriarcal dominante: Contra nuestra voluntad (1975), editado por primera vez en español por Planeta, en 1981. En el prólogo de este trabajo amplio y profundo que no ha perdido vigencia en el siglo XXI, Brownmiller reconoce que durante años había preferido negar que la amenaza de la violación hubiera afectado su vida, hasta que tuvo que dar una conferencia sobre el tema a jóvenes mujeres de la secundaria. Entonces, se puso a investigar minuciosamente, a reflexionar a conciencia; y ya frente a su auditorio, pudo aceptar sus miedos, bajar sus defensas intelectuales: “Yo, que jamás había querido aceptar mi vulnerabilidad fui impulsada por mis hermanas feministas a contemplarla de frente. Escribí este libro porque soy una mujer que cambió de idea respecto de la violación”.
En este tratado que va de la presencia admitida de la violación en mitologías y religiones, a distintos episodios a través de la historia en el mundo (la colonización, la esclavitud, la brutalidad policial, etcétera), el capítulo 3 está dedicado a la guerra y elige como acápite una frase de las memorias del general George S. Patton sobre lo inevitable de las violaciones en tiempos bélicos. La autora subraya: “Cuando los hombres conquistan nuevas tierras, sometiendo a otros hombres y consiguiendo victorias, como dice Patton, sin duda habrá violaciones. Así ha sido siempre: por caso, la violación figuró en las guerras de religión por parte de los cristianos…”. Y siglos más adelante, para citar apenas un par de ejemplos, en la Primera Guerra fue arma de terror, cuando los alemanes atravesaban Bélgica; así como fue arma de venganza cuando los rusos marcharon hacia Berlín en la Segunda Guerra. Aunque en tiempos modernos la violación está prohibida como acto criminal, sigue siendo un acto de guerra habitual que proviene de una larguísima tradición. “El rapto de las sabinas que supuestamente condujo a la fundación de Roma”, recuerda S.B., “es un exponente famoso de robo de mujeres durante la guerra”. Una narración mítica que, vale agregar, estimuló a pintores y escultores (en particular a Giambologna, 1579, Florencia), que erotizaron la escena donde las mujeres de la tribu de los sabinos son arrancadas de su grupo familiar por orden de Rómulo, simplemente porque había carencia de esposas entre los romanos…
Este apartado del libro que detalla numerosos hechos de violencia documentados en Occidente y Oriente, se detiene -por una cuestión de fechas- en las guerras de Corea y de Vietnam, siempre considerando que se trata de poco más que la punta de iceberg que oculta las violaciones no registradas. Contra nuestra voluntad ha merecido traducciones y reediciones en muchos países, fue celebrado como unos de los 100 libros más importantes del siglo XX por la Biblioteca Popular de Nueva York, y recuperado con reverencia en 2017 por el movimiento MeToo. Desgraciadamente, hay que decir que el ensayo cobra renovada actualidad en 2022, a tres meses de comenzada la invasión rusa a Ucrania, una zona donde la violación de soldados rusos a mujeres se está usando, una vez más, como arma de guerra. Se están denunciados inenarrables hechos de abuso, con la consecuencia, para una parte de las víctimas, de embarazos. Los ruegos de ayuda para abortar están siendo escuchados por diversas ONG que hacen lo que está a su alcance en semejantes circunstancias. Para mayor calvario, las mujeres que en esas condiciones han logrado refugiarse en Polonia, se topan con la prohibición del aborto en ese país, desde 1993. Organizaciones como Women on Web -con base en Canadá- están ayudando a las mujeres ucranianas a acceder a la interrupción de esos embarazos forzados enviando kits por correo, previa teleconsulta con un/a médico/a.
El estado de cosas en Polonia, donde el 90 por ciento de quienes se refugian son mujeres y niños/as, es desesperante ya que solo se autoriza la interrupción del embarazo en casos excepcionales, y si se trata de una violación, hay que probarla. Activistas como Justyna Wydirzynska que forma parte de la Coalición Aborto sin Fronteras se arriesgan a ser procesadas por defender el derecho al aborto. Entretanto, miles de píldoras del día siguiente son enviadas a hospitales ucranianos por International Planned Federation, según informó el periódico inglés The Guardian, para asistir las urgencias de las ucranianas. Lyudmila Denisova, comisaría de los Derechos Humanos del Parlamento de Ucrania ha denunciado que, desde comienzos de abril, se siguen sumando los casos reportados de mujeres violadas que quedaron embarazadas muy a su pesar, no hace falta aclararlo. Mujeres que al trauma del abuso brutal y a menudo reiterado se les superponen los obstáculos para liberarse de sus consecuencias, amén de la necesidad apremiante de apoyo psicológico profesional. Entre ellas, niñas apenas ingresando en la adolescencia.
MS