Finalmente sucedió: Argentina, 1985, la película de Santiago Mitre sobre el Juicio a las Juntas, es el estreno argentino más visto del año. Mientras sus productores esperan que llegue al millón de espectadores a lo largo de las próximas dos semanas, la película ya está disponible en Amazon Prime.
La película que Mitre escribió con Mariano Llinás ha generado unas cuantas discusiones y polémicas. Algunas, muy interesantes, acerca de los mecanismos de la ficción cinematográfica para representar hechos históricos. Otras, agrietadas y estériles, sobre cuán peronista o radical es la película según las decisiones estéticas de sus guionistas. Se la ha calificado de “necesaria”. Hay colegios que la adoptan como material educativo. Es la candidata que el país va a mandar a competir en los Oscar, dicen, con bastantes chances de quedar en la shortlist de las nominadas. Las redes están llenas de testimonios del público en la sala emocionado con escenas clave de la película, aplaudiendo y llorando. El presidente de la Nación, cuentan, ya la vio dos veces.
El fenómeno tiene incluso más mérito considerando las condiciones de su estreno. Recordemos: las grandes cadenas de cines –Cinépolis, Showcase, Cinemark y Hoyts, dueñas de la mitad de las salas del país y casi el 40% de la recaudación– decidieron no exhibir Argentina, 1985v en rechazo a la condiciones que impuso Amazon, co-productor de la película: una ventana de “apenas” tres semanas en salas hasta que sus suscriptores puedan en sus pantallas hogareñas. La ventana “habitual” entre salas y streaming era de 45 días, que antes eran 3 meses y, allá no tan lejos en el tiempo –cuando reinaba la TV por cable– era un año y medio. Es una disputa corporativa global que se está dando a niveles que exceden al cine argentino, y que acá tuvo la mala suerte de estallar con el blockbuster más “local” del año, lo cual resultó en un boicot que dejó algunas lecciones y abrió muchos interrogantes.
“Las condiciones en las que se estrenó hacían que cualquier proyección fuese bastante difícil, poco certera”, afirma Axel Kuschevatzky, coproductor de la película. “Nosotros estamos acostumbrados a hacer proyecciones en condiciones muy estándar y en realidad esta vez no tuvimos eso”, agrega. Para otros referentes de la industria, las expectativas eran evidentes. “Esta película nos trajo la evidencia de una discusión internacional, que evidentemente los CEOs argentinos no pudieron –o no quisieron, o quisieron y no los escucharon– explicar a los gerentes internacionales de Cinemark, Cinepolis, etc, y es que esta película tenía una relevancia importante y sin duda iban a ganar dinero, no iban a perder. Está haciendo más números que cualquier película estadounidense que hayan estrenado en esas semanas”, afirma Vanessa Ragone, productora de éxitos como El secreto de sus ojos y presidenta de la Cámara Argentina de la Industria Cinematográfica. “Se la perdieron, porque habrían hecho un número espectacular”, agrega.
El boicot a Argentina, 1985 tuvo, por otro lado, algunas consecuencias positivas inesperadas, como un alcance mucho más federal. Al haber sido estrenada en salas nacionales e independientes, muchas de ellas en las provincias, la película llegó a lugares que, si se hubiese estrenado solo en las grandes cadenas, quizás habría tardado más en llegar. Al mismo tiempo, cuenta un productor, la enorme demanda de público en algunas salas –con funciones agotadísimas– empujó el retorno de antiguos horarios que hace rato no se veían, como la mañana o la trasnoche. Argentina, 1985, entonces, quizás esté señalando que hay otros caminos posibles de exhibición más allá de los que el sector da por sentado. ¿Se aplica esta lógica para todas las películas? “Probablemente no”, responde Kuschevatzky. “Eso también es cierto. Pero por lo pronto sabemos que la posibilidad, aunque difícil, no es imposible”.
Hoy, con el diario del lunes, la decisión de no proyectar Argentina, 1985 parece efectivamente un paso en falso. En especial si consideramos que esta puja global por el tiempo de exhibición en salas es una negociación constante que no parece en absoluto resuelta, y la herramienta del boicot está resultando anacrónica. De hecho, hace poco más de una semana, los exhibidores más grandes de EE.UU –AMC, Regal y Cinemark– acordaron con Netflix que su próximo estreno Glass Onion: A Knives Out Mystery, secuela de la exitosísima Knives Out, será exhibido en salas por solo una semana, aprovechando el feriado del Día de Acción de Gracias, un mes antes de su estreno en la plataforma. Son las mismas cadenas que ya habían boicoteado estrenos de Netflix como Roma, de Alfonso Cuarón, en 2019, o The Irishman, de Martin Scorsese, en 2020. Días después de anunciado el deal, una declaración de Ted Sarandos, CEO de Netflix, sobre las prioridades de la plataforma, volvió a sacudir la paz que parecía sellada. Lo que está claro es que el tema –y la dinámica de la industria– sigue en movimiento.
El episodio es otro eslabón más en la mutación que está atravesando el modo en que vemos películas. “Argentina, 1985 más que dejarnos enseñanzas genera un montón de preguntas a futuro”, dice Kuschevatzky. “¿Cómo se relaciona el público con los contenidos? ¿Pueden los contenidos convivir en plataforma y en salas a la vez?”, se pregunta. Este fin de semana, por ejemplo, es el turno de El gerente, primera película original de Paramount+ en Argentina, dirigida por Ariel Winograd, que tendrá un estreno simultáneo en la plataforma y en los cines de la cadena Atlas durante una semana.
El cine argentino sigue buscando acomodarse en un escenario fluido, en el que las plataformas ocupan un lugar preponderante no solo en exhibición sino –principalmente y hace rato– en la producción audiovisual. En términos de financiamiento, las películas con aspiraciones de público masivo ya dependen de compañías como Netflix o Amazon para su existencia. “Hoy las plataformas son las únicas fuentes de financiamiento posible para hacer películas, sea del modo que sea”, sentencia Ragone. Una circunstancia agudizada por la desaparición del INCAA como instancia de financiación para películas que apunten a un público masivo, en gran medida por la devaluación de la moneda y una desactualización de los costos medios considerados para otorgar subsidios. De hecho, el sistema mismo de financiación pública del cine y otras artes corre riesgo de desaparecer por completo este mismo año si el Senado no aprueba la prórroga de asignaciones específicas para industrias e instituciones culturales que Diputados aprobó en junio. Un dato que Llinás se encargó de recordar en la proyección especial para funcionarios de gobierno y organismos de derechos humanos que se organizó en el cine Gaumont.
La producción local de cine en este contexto cambiante sigue llena de interrogantes. Y el caso Argentina, 1985, con su omnipresencia en la conversación social y mediática de las últimas dos semanas, también demuestra que para determinadas películas la exhibición en salas previa al streaming es también una manera de aumentar el volumen y la calidad de la conversación, un activo difícil de generar a puro marketing. Y una ventana muy pequeña también puede cortar esa circulación. “La discusión social es algo que a las plataformas les interesa mucho, que haya ruido alrededor de sus estrenos”, opina Ragone. Y si hay algo que esta película generó fue ruido. De periodistas, juristas, intelectuales, un premio Nobel y hasta uno de los jueces de la Cámara Federal que condenó a los jerarcas del terrorismo de Estado. El desafío para el cine argentino, hoy, quizás sea demostrar que la mejor caja de resonancia para ese ruido es, todavía, la sala de cine.
AM