Pacto de Mayo

La Argentina de Milei encuentra un texto con gramática espantosa

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Sería razonable que una Argentina que se mira al espejo de sus cuatro décadas de democracia y se concibe como una casa común para sus 46 millones de habitantes convoque a su dirigencia política, social, sindical y empresarial a acordar un decálogo para los próximos años.

Es cierto que la Constitución marca una senda y que existen ámbitos de acuerdo institucional avalados por mandato popular, pero un 9 de julio en Tucumán siempre es una ocasión para un acto simbólico significativo, a la vista de todos.

Un primer punto de ese hipotético pacto refundacional debería abocarse a la principal falencia de una democracia que creció y se desarrolló en cuanto a derechos políticos y civiles, pero no logra superar lastres sociales y de desigualdad acumulados en severas crisis periódicas, la última de las cuales comenzó hace casi una década y encuentra en un Gobierno ultra una aceleración premeditada rumo a un deterioro con pocos precedentes.

El acuerdo podría empezar así: “La reducción de la desigualdad de ingresos y las condiciones de vida de los habitantes será la directriz principal de las políticas públicas”.

El objetivo de este punto va de suyo. Que los hijos de un empresario del transporte urbano que recibió millones de dólares en subsidios y se dedicó a formar sociedades en Miami tengan similares posibilidades de educación, salud y esparcimiento que los hijos de un campesino mapuche, un cartonero, un científico, una inmigrante costurera, un obrero industrial o una maestra.

El segundo punto de un Pacto de Mayo o de Julio que piense a la Argentina del futuro podría rendir tributo a un logro distintivo del país. “Las políticas de Memoria, Verdad y Justicia sobre los crímenes del terrorismo de Estado son irrenunciables. Los firmantes se comprometen a garantizar los derechos humanos en la relación de las fuerzas policiales con la sociedad y en su tarea de brindar seguridad a la población, una de las deudas de las últimas décadas”.

Un segundo Nunca Más debería extenderse a que no habrá ministros de Seguridad que promuevan y celebren el gatillo fácil y la represión ilegal de la protesta. No más disparos por la espalda, ni crueldad con los adolescentes, ni balas de goma en los ojos, ni cárceles inhumanas, ni muertos en un bosque de Bariloche ni goce ofensivo con los familiares de Santiago Maldonado.

El decálogo podría continuar con la prohibición de incurrir en experiencias lacerantes de deuda externa, el respeto irrestricto por el equilibrio fiscal, un sistema impositivo que contribuya a la equidad, la vocación por los vínculos con los países y los pueblos de América Latina, la calidad y gratuidad de la salud y la educación públicas, el desarrollo científico y tecnológico nacional, el fomento de la independencia y la deselitización del Poder Judicial y la instrumentación de prácticas de eficacia y transparencia en la administración pública.

Un segundo Nunca Más debería extenderse a que no habrá ministros de Seguridad que promuevan y celebren el gatillo fácil y la represión ilegal de la protesta.

Algunos de esos ejes serían toda una novedad en la historia argentina, pero otros encontrarían eco en un arco que va desde liberales y conservadores, a peronistas y radicales de centroizquierda. Los nombres de Domingo Faustino Sarmiento, Julio Argentino Roca, Hipólito Yrigoyen, Juan y Eva Perón, Raúl Alfonsín, Arturo Illia y Néstor Kirchner podrían ser citados, con todas las polémicas que suscitan, como ejemplos a seguir en alguna de esas materias. Sería todo un gesto en favor de la unidad nacional.

La realidad es muy distinta.

La letra distópica

El Pacto de Mayo que redactó Milei y obligará a sus aliados a abrigarse bien esta noche —porque ese acuerdo fundacional no podría competir con un partido de fútbol el 9 de julio en un horario normal— ofrece una gramática de una Argentina odiante, improvisada e inculta.

El texto pinta de cuerpo entero a los ultras a cargo del Ejecutivo y a un cúmulo de gobernadores, a los que se suman dirigentes en su mayoría de menor valía, que no se quieren perder el tren de la historia, aunque conlleve la deshonra.

Los hermanos Milei son afectos a la simbología. No podría ser de otra manera si una de ellos fue tarotista hasta hace poco, por lo tanto, experta en símbolos. Ese plantel infinito de secretarios, subsecretarios, directores y asesores dedicados a la comunicación gubernamental buscó en Google un tipo de letra que se asemejara al del acta de la Independencia de 1816. Salió un archivo en Twitter con tipografía tan pequeña que se tornó casi ilegible.

Superada esa dificultad visual, el texto permite saber que el peronista cordobés Martín Llaryora, el radical mendocino Alfredo Cornejo y el vendido tucumano Osvaldo Jaldo pondrán su rúbrica “bajo la mirada del Eterno”, e implorarán el éxito a “las fuerzas del cielo”, según rezan la primera y la última línea, respectivamente.

Ese plantel infinito de secretarios, subsecretarios, directores y asesores dedicados a la comunicación gubernamental buscó en Google un tipo de letra que se asemejara al del acta de la Independencia de 1816. Salió como resultado un archivo ilegible

Se puede tomar esa retórica celestial como un capricho de los Milei y atender con más detalle el contenido programático.

El peronista catamarqueño Raúl Jalil, su par misionero Hugo Passalacqua y el radical correntino Gustavo Valdés —si concurre, atribulado por otras cuestiones— adherirán a un texto que se propone reducir el gasto público a 25% del producto bruto interno (tercer punto del Acta).

Para esos tres gobernadores de provincias que dependen en más de 80% de su presupuesto anual de la coparticipación federal y las transferencias discrecionales, tal meta de gasto, equivalente a unos diez puntos porcentuales menos que en la actualidad, significa un suicidio económico.

Si se cumple tamaño dislate, Argentina quedaría con un Estado raquítico, a enorme distancia de los países europeos y de vecinos como Uruguay y Brasil. Así las cosas, las provincias más pobres deberán enfrentar las necesidades de la población sin asignación universal por hijo, o sin jubilaciones, o sin escuelas, o sin programas alimentarios. Habrá que elegir.

Parece más lógica la rúbrica del porteño Jorge Macri, el santafesino Maximiliano Pullaro —si concurre— y el petrolero neuquino Rolando Figueroa. Ellos llaman a redistribuir la coparticipación y “poner fin al modelo extorsivo actual” (punto 6 del acuerdo), que en su prédica ya conocida equivale a que le toque a cada distrito lo suyo, sin redistribuir a provincias con menos recursos. Así, Jorge Macri podría exhibir una capital tan deslumbrante como París, hasta con más recursos, aunque siempre —un sello del PRO— con subtes calamitosos. Pullaro verá crecer más rascacielos en el Puerto Norte de Rosario y Figueroa coronará su Neuquén saudita, para beneplácito de la industria.

El chubutense Ignacio Torres estacionó su efímera rebeldía y dará el presente, así como el entrerriano Rogelio Frigerio. No queda claro en qué beneficia el Pacto a sus provincias, pero a ambos los arrastra su pertenencia al PRO.

¿Quién hubiera imaginado al salteño Gustavo Sáenz, al rionegrino Alberto Weretilneck y al chaqueño Osvaldo Zdero firmando un texto inspirado en la Escuela Austríaca? Nadie les quitará lo bailado.

El gesto de Macri

Las fuerzas de cielo oficialista celebraban en las últimas horas la presencia de Mauricio Macri en la noche tucumana. El expresidente pagará el precio de suspender su gira y acaso perderse la final de la Copa Europa en Alemania.

Sin la presencia de los expresidentes Cristina Fernández de Kirchner y Alberto Fernández, los jueces de la Corte, al menos cinco gobernadores (Buenos Aires, Tierra del Fuego, La Pampa, La Rioja y Formosa), varios referentes de la oposición del bloque “Déjese ayudar, Presidente” se dieron de baja, así como los dirigentes sindicales. Una eventual ausencia del expresidente Macri habría permitido la pregunta de si no era más sencillo hacer un acto solemne en un estudio de La Nación + que en la medianoche del Jardín de la República.  

La letra, la redacción, la grandilocuencia y el contenido del Pacto de Mayo entrarán pronto en el olvido. Quedará la postal del Presidente, su hermana y los gobernadores emponchados todo lo posible para soportar el frío.

Acaso Milei diga su palabra favorita en la noche de la Casa de Tucumán, “carajo”, y el resto disimulará su incomodidad ante un mandatario cada vez más grosero. 

SL/DTC