Opinión

La denuncia de Cristina Kirchner sobre el vandalismo judicial merece respuestas no cínicas ni oportunistas

19 de julio de 2022 09:56 h

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El argumento de Cristina Fernández de Kirchner contra la Corte Suprema, difundido en la tarde del lunes a través de Twitter, es parcial y contiene omisiones, pero exhibe una solidez y una coherencia no muy presentes en sus incursiones públicas recientes. Dada esa fortaleza, las réplicas a la postura de la vicepresidenta no deben caer en tangentes como la “oportunidad” ni en abordajes que tienen que más que ver con el cinismo que con los valores democráticos.

Primero, las omisiones. La vicepresidenta se saltea el dato de que uno de los integrantes de “la Corte de los cuatro”, la actual, a la que define como “decadente”, fue designado por Néstor Kirchner. Ricardo Lorenzetti tuvo una primera temporada de sintonía con “la política de Estado” de memoria, verdad y justicia y otros paradigmas kirchneristas, lo que derivó en una amable convivencia entre los abogados santacruceños y el santafesino. Si, con los años, la relación se enturbió y Lorenzetti se mostró mucho más como un oportunista que dejó las huellas marcadas en varios contubernios, es algo de lo que deberían dar cuenta tanto el cortesano como quienes lo entronizaron.

Algo similar cabe con respecto a Juan Carlos Maqueda, designado en la Corte durante el interinato de Eduardo Duhalde. Tras una armonía que duró los tres períodos del primer kirchnerismo, ahora Cristina se percata de que el abogado del PJ cordobés es pasible de graves sospechas.

Más allá de las fronteras de la Corte y un puñado de designaciones de jueces y fiscales, la relación de Néstor y Cristina Kirchner con los tribunales de Comodoro Py tuvo de todo menos ejemplaridad. El botón de muestra es que Claudio Bonadio fue salvado en el Consejo de la Magistratura por la muñeca del entonces kirchnerista Miguel Ángel Pichetto, cuando, en 2005, se lo acusaba de entorpecer la investigación por el atentado a la AMIA. Con el tiempo, Bonadio aceleró y se transformó en un prevaricador serial, allanó y privó de la libertad a diestra y siniestra con la aplicación de su propio código penal y se prestaron servicios mutuos con la mesa judicial de Mauricio Macri. Es probable que la alegoría utilizada por Cristina —“sicario”— haya sido excesiva.

Segundo, las fortalezas. Se desconocen voces dispuestas a refutar lo que Cristina define como “la Corte ejemplar” designada por su esposo. Varios de sus integrantes exhibían solvencia jurídica, prestigio académico y pergaminos como demócratas, y ello se tradujo en un ciclo de sentencias garantistas sobre derechos civiles, ambientales y políticos.

A las absoluciones y el cajoneo que signaron los años del peronista de derecha Menem y el peronismo de izquierda de los Kirchner, con el republicano Macri se sumaron causas inventadas, procesamientos y detenciones arbitrarios

Desde el título “la decadencia”, la enumeración de Cristina es, no por conocida, menos demoledora: la inédita designación de Carlos Rosenkrantz y Horacio Rosatti por decreto, el impúdico tándem Lorenzetti-Bonadio-Sergio Moro, la doctrina del “poder residual” para justificar detenciones arbitrarias con la firma de Martín Irurzun (que quedó perimida no bien Macri dejó el Gobierno), el autovoto de Rosatti para presidir el cuerpo, el fallo sobre el Consejo de la Magistratura con quince años de atraso, la protección de jueces trasladados a dedo por Cambiemos a la Cámara Federal, las visitas a Olivos, las aventuras Stornelli-D’Alessio, etcétera.

Descaro y pudor

La “mayoría automática” de Carlos Menem sentó un precedente nefasto, pero el advenimiento del macrismo lo superó con creces. A las absoluciones y el cajoneo que signaron los años del peronista de derecha Menem y el peronismo de izquierda de los Kirchner, con el republicano Macri se sumaron causas inventadas a partir de pruebas y peritajes falsos contra opositores, críticos y molestos, seguidas por procesamientos y detenciones arbitrarios decididos en acuerdo tripartito con organismos de inteligencia y medios de comunicación. Algunas de las víctimas eran corruptas y merecían largas temporadas en la cárcel, pero la venalidad del proceso en su contra arruinó la posibilidad de alcanzar justicia.

El descaro con el que opera Comodoro Py es absoluto. Quienes más claro lo tienen son los abogados de Macri, sus ministros y sus espías, que dan lo que no tienen para que los tribunales federales de Retiro absorban cualquier expediente que involucre a sus clientes. Vuelan las absoluciones cruzadas entre jueces y fiscales que, o bien ocupan sillas en forma ilegal (lo dijo la Corte, pero asombrosamente no dictaminó su remoción), o visitaban a Macri en Olivos y fallaban en consecuencia, o extorsionaban en complicidad con los servicios. Dio pudor constatar la celebración del expresidente, Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal ante el sobreseimiento de Macri en el espionaje a los familiares del submarino hundido, tras arrancar el expediente de otro fuero. Mientras festejan los goles perpetrados y los que van a venir, da la sensación de que nadie en la alianza UCR-PRO-Coalición Cívica está dispuesto a sacar los pies del plato, temerosos de cámaras indiscretas.

La pulida narración de la vicepresidenta generó repudios políticos y títulos periodísticos autómatas sobre “otra embestida de Cristina contra la Corte”. Es razonable: resulta más fácil pasarle por arriba al asunto o simular equilibrismo antes que refutar argumentos y demostrar que lo que dice no es cierto. Los jueces y fiscales señalados pueden no molestarse en responder; les quedan los dictámenes y las sentencias.

Dio pudor constatar la celebración del expresidente, Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal ante el sobreseimiento de Macri por el espionaje a los familiares del submarino hundido, tras arrancar el expediente de otro fuero

Otra crítica no tiene que ver con la simulación de la “defensa de la independencia de la Justicia” mientras se amparan desmanes institucionales —genio y figura de los liberal-conservadores argentinos— sino con una visión supuestamente pragmática: “no es el momento”, “no le importa a nadie”, “la gente está preocupada por la inflación”. Esa línea argumental puede ser útil para un tuit, pero no es seria para el debate político. Tampoco desacierta el video de Cristina cuando une las preocupaciones económicas de las mayorías con la existencia de jueces y fiscales dignos. Es así, aunque resulte complejo de explicar en un fogonazo televisivo.

Hasta aquí, los argumentos. Para subsanar el escenario, la vicepresidenta rema en el Senado una reforma hacia una Corte de 25 miembros con representación de las provincias, un proyecto estrambótico de aprobación imposible en el balance de fuerzas actual, que daría paso a un proceso tortuoso de designaciones. Si bien la iniciativa sacaría al máximo tribunal de las manos de cuatro desprestigiados cortesanos, dispararía otros problemas.

Mientras tanto, la vicepresidenta se resiste a lo que parecía factible hasta hace poco: nombrar a un procurador general (Daniel Rafecas) en reemplazo del interino puesto allí a los empujones por Macri. Esa Cristina, la que lucha por una meta imposible e inútil y bloquea otra posible, se reencuentra con la dirigente política desenfocada que viene siendo, al menos, desde diciembre de 2019.

Nada de eso exime a Juntos por el Cambio de su responsabilidad ni a medios de comunicación que actuaron como artífices de la página más oprobiosa del Poder Judicial desde el retorno de la democracia.

Ni, tampoco, libera del compromiso a miradas progresistas y de izquierda que prefieren la comodidad de la bisectriz.

SL