Me vine a Uruguay para el 8M. Me dio un poco de culpa no estar en mi país el 8 de marzo más difícil que recuerdo. No hubo (no, durante el macrismo tampoco) desde la vuelta de la democracia un gobierno que le hiciera la guerra abierta al feminismo. Que no solo no tuviera ningún interés en tender puentes con algo que ni siquiera es “un sector” de la sociedad (porque no hablo de la militancia: hablo de las madres que les contaron a sus hijas que se hicieron un aborto alguna vez, de todas las personas que piensan que tienen un conocido que no paga cuota alimentaria y saben que es un canalla, de los millones que salieron a la calle por la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo y no lo hicieron por ninguna otra cosa), sino que dedicara energías y acciones concretas a agitar el antifeminismo en sus filas. Esto es nuevo, y es terrible. Pero me invitaron a un evento en el cual iba a poder escuchar hablar sobre feminismo a funcionarias de primera línea -Beatriz Argimón, vicepresidenta de Uruguay por el Partido Nacional, y Carolina Cosse, intendenta de Montevideo y precandidata a la presidencia por el Frente Amplio- y siempre aprendo mucho de ver qué pasa con las políticas mujeres en otros países, así que me vine nomás.
No me gusta hablar demasiado categóricamente de la política de otros países porque una siempre sabe poco, así que voy a intentar limitarme a usar algo de lo que aprendí para hablar de lo que conozco un poco mejor, que es mi propio país. No debería emocionarme que dos personas de partidos diferentes, aunque no sean “representativas” de sus partidos enteros (las figuras feministas de los partidos nunca lo son), puedan hablar en el mismo evento de y usar frases como políticas públicas con perspectiva de género, sin dedicar ni una línea a la autocrítica al feminismo por pasarse de la raya o a separar el buen feminismo del mal feminismo o a defender a los miembros de sus partidos que no comulgan con sus causas. No debería emocionarme porque debería ser un piso mínimo, pero me emociona y me angustia, porque sé que si en este momento de la Argentina alguien invitara a hablar sobre derechos de las mujeres a la vicepresidenta del partido de gobierno y a alguno de los referentes más importantes de la oposición, lo más esperable es que ninguno de los dos fuera. Pero si fueran, Victoria Villarruel daría un discurso antifeminista sin pudor, y el referente de la oposición (que no sé quién sería, pero por ahora, todos los que circulan en primera línea son varones) probablemente daría un par de volteretas retóricas para explicarles a las feministas que es importante trabajar con el antifeminismo, que mejor no ser demasiado feministas por un rato, o por lo menos que no se note.
casi todos los espacios políticos y casi todas las figuras mediáticas parecen creer que es un pésimo negocio ser feminista en la Argentina de hoy, y es menos probable que estén todos tan equivocados a que la equivocada sea yo
Ninguno de los dos daría un discurso feminista para ser cortés porque es 8 de marzo, más bien todo lo contrario. En Uruguay, al menos en apariencia (y en una democracia las apariencias son importantes: no es para nada irrelevante si en un país un funcionario puede o no hacer comentarios racistas, machistas o antisemitas públicamente, más allá de lo que sea capaz de decir en privado), ser feminista en el sentido de reconocer la desigualdad de género y estar comprometido con combatirla forma parte de los consensos básicos de los que el arco político debe al menos pretender participar. En la Argentina no, y casi lo contrario: el feminismo es una agenda de la que incluso las personas que pertenecen a partidos que históricamente supieron promoverla están intentando despegarse.
Lo que creo que es curioso es que, al tiempo que esto me parece modestamente cierto, me parece igual de modestamente cierto que los reclamos feministas son bastante transversales. Lo pensé pasando stories en Instagram ayer: vi fotos de gente que conozco que votó a cualquier candidato que no fuera el actual presidente, mujeres de todas las edades, de muchas clases sociales y extracciones culturales o ideológicas, cartelitos de tías contra la violencia, memes de hijas de amigos, de mujeres para las que he trabajado y que han trabajado para mí; vi de todo, y también hablé con amigas que me dijeron que fue una de las movilizaciones más concurridas de los últimos tiempos.
No soy ingenua: no quiero decir que todas esas personas (que, de verdad, lo único que tienen en común es que son todas mujeres) puedan reunirse bajo cualquier clase de reclamo como lo hicieron a favor del aborto, mucho menos bajo un partido o un candidato. No digo nada de eso, pero me resulta muy sorprendente esta disonancia entre una clase política (y un establishment mediático, incluyendo el neoestablishment mediático del mundo del streaming) que se divide entre ser antifeminista y pedir disculpas por no serlo y una sociedad que no parece estar tan uniformemente ubicada en ese lugar. Dicho en pocas palabras: yo no creo que la ciudadanía argentina sea mucho más antifeminista que la uruguaya y, sin embargo, en el discurso mainstream la diferencia es profundísima.
No miento cuando digo que creo que hoy ser feminista, como oposición, es estratégico; de hecho es una causa con la que el peronismo sedujo a muchísima gente que jamás había sido peronista antes, y que jamás los hubiera votado de otra manera (y el que cree que es más importante si esa gente es “peronista de verdad” que si es capaz de votarte entiende muy poco de razonar como peronista). Es muy poco probable, por otro lado, que la gente que votó a Cristina Fernández de Kirchner en 2011, a Mauricio Macri en 2015, a Alberto Fernández en 2019 y a Javier Milei en 2023 (que matemáticamente tiene que existir) haya ido de un candidato a otro por culpa de los excesos del feminismo. Creo que todo esto que digo es cierto, pero así y todo debo estar perdiéndome de algo, porque casi todos los espacios políticos y casi todas las figuras mediáticas parecen creer que es un pésimo negocio ser feminista en la Argentina de hoy, y es menos probable que estén todos tan equivocados a que la equivocada sea yo. Lo digo en serio, con humildad y auténtico desconcierto.
TT/MF