Alberto Fernández maniobró, contra reloj, para evitar lo que parecía irreversible: que su plan de restricciones, moderado en comparación con el 2020 y sobrio respecto a los vigentes en países vecinos, llegue deshilachado, se ejecute a medias y en varios territorios parezca un anuncio ajeno. Como si fuese de otro país.
Fernández trató de gambetear un síndrome: que las provincias, a las que el año pasado les cedió un margen amplio de autonomía para definir las medidas preventivas, operen de manera silvestre. Y que desafíen públicamente a la Casa Rosada. La pandemia entró, como todo, en modo campaña.
Juntos por el Cambio (JxC) rechaza, antes de saber en qué consisten, las medidas que Alberto Fernández ajustó en un intento desesperado y posiblemente ineficaz de controlar la segunda ola.
Ocurrió, más sobriamente, en enero: Fernández propuso “cerrar la noche” de 23 a 6 AM en pleno verano y chocó con una resistencia casi unánime de los jefes territoriales. Los opositores la visibilizaron porque encuentran ahí un rédito político: Horacio Rodríguez Larreta, que cómo Fernández tiene un chip más apto para el acuerdo que para la pelea, despliega sus rebeldías a los planes nacionales como un libreto para hablarle al mercado más ultra del PRO. Ese votante le pide más sangre que sudor o lágrimas.
¿A quién le habla el mensaje de JxC, que parece calcado de una pancarta de las marchas anticuarentena de mediados del año pasado? ¿Juntos por el Cambio adivina que su votante quiere eso? ¿Se mueve con la certeza -digamos científica, de encuestas- de que el rechazo a las medidas en medio de un récord de 20.870 casos le depara beneficios?
El documento publicado el atardecer del martes es, a simple vista, funcional a Larreta que juega en minoría en la mesa con Nación y provincia de Buenos Aires. Pierde dos a uno en las medidas pero gana en otro terreno: el de convertirse en dueño de la moderación que alguna vez fue el capital de Fernández, que se mueve en un punto intermedio: restringir sin tocar la economía ni las clases. Es casi imposible y lo admiten en la cima del gobierno: “Es lo que se puede hacer, habrá que ver para qué alcanza”, le dijo un funcionario a elDIarioAR.
La coreografía de Larreta la repiten, con más histrionismo, el gobernador mendocino Rodolfo Suárez y el jefe político de la provincia, Alfredo Cornejo, que maniobran con la convicción de que Mendoza se convirtió en la capital nacional del antikirchnerismo, donde Fernández dejó de ser visto como algo diferente a Cristina. Por eso, como regla, Suárez y Cornejo rechazaron todo lo que venga de los Fernández aunque, en la letra chica, las medidas sean parecidas.
No hay indicio ni antecedente ni magia terrenal que permita fantasear con que en las próximas dos semanas la curva deje de crecer: la duda no es si subirá o no, la duda es sobre la velocidad con que lo hará y si tiene un techo soportable.
Suárez fijó este lunes una veda nocturna entre las 0.30 y las 5.30, casi idéntica a la que Nación le propuso, vía Santiago Cafiero el martes a la noche, para provincias como Mendoza donde el riesgo está en amarillo. Pero Suárez firmó, junto a Cornejo, el comunicado de Juntos por el Cambio (JxC) que rechazó, aun antes de conocerlas, las medidas que Nación ajustó en un intento, desesperado y posiblemente ineficaz, de controlar la segunda ola.
Algo similar ocurrió con Gustavo Valdés, el radical que gobierna Corrientes y que puede, incluso, terminar aliado al PJ en su intento de ser reelecto este año. Valdés participó de la sentada cambiemita, firmó el documento contra las restricciones pero volvió a su provincia y dispuso que un municipio vuelva a fase 3 como hizo, antes, con otras tres localidad. Dato no menor: los cierres dieron resultado y lograron bajar la curva de casos.
Vale para Axel Kicillof. El bonaerense, por el perfil que encarna su staff de Salud, pone el foco en medidas de restricción duras -hasta sugirió cerrar colegios secundarios por dos semanas- para evitar un rebrote que ya empezó y este martes superó los 10 mil contagios solo en la provincia. Hace una semana, la media fue de 4.125 casos. Kicillof milita una política más rígida como si se moviera en espejo con Larreta que siempre luce más aperturista y que, al final, Fernández tratará, como un celestino agotado que conciliar los extremos.
No hay ningún indicio ni antecedente ni magia terrenal que permita fantasear con que, al menos, las próximas dos o tres semanas la curva deje de crecer: la duda no es si subirá o no, la duda es sobre la velocidad con que lo hará y si hay un techo soportable. Es decir: un número que aún alto permita que el sistema sanitario resista y no se haga carne el fantasma de tener que elegir a qué enfermo ponerle un respirador.
Fernández opera, con nostalgia, sobre la hoja de ruta que ya no existe: la del 2020 cuando su gobierno estaba en alza y no había elecciones a la vista. Por eso intentó un acuerdo federal que fracasó en enero y vuelve a tropezar, ahora, con las diferencias que plantearon CABA, Mendoza y Córdoba.
Las rebeldías tienen orígenes múltiples. Hay mucho de política, de previa electoral, bastante de la experiencia anterior que fue a destiempo en el interior. Allí la pandemia llegó luego de meses de encierro sin casos. Pero, sobre todo, por la incertidumbre de no saber qué receta funciona o, peor aún, si alguna receta funciona.
PI