Opinión

Elogio de la letra con cuerpo

0

¿Por qué resultan fascinantes los carteles escritos a mano en las marchas? No es solo el deleite de quien lee mientras marcha, también de fotografiarlos y hacerlos circular. Hay una lectura en marcha, a la intemperie, que los hace parte misma de eso que se habla y comenta mientras nos movemos. Hay en esa circulación, por cierto, el efecto buscado de quienes se reunieron a escribirlos, a pensar frases, a acordarse del fibrón y de la témpera, de la cartulina o el cartón. 

En la multitudinaria marcha del orgullo antifascista y antirracista de ayer se vieron cientos, en una suerte de enhebrado de respuestas a los dichos de Milei en Davos pero, de modo más amplio, como una burla artesanal a sus frases replicadas hasta el hartazgo en los multimedios cuyos dueños están, como nunca, al mando del mundo virtual y geopolitico.

En los trazos a mano hay una indisciplina de la letra que se contrapone a aquello que solo circula de modo virtual a fuerza de agresión. Porque el insulto fascista hecho propaganda y trolleo adquiere velocidad y masividad a fuerza de plataforma (redes, wasaps, y sus infinitas réplicas). Es en esa letra sin cuerpo donde la inteligencia artificial ya no requiere de producir sentido para garantizar la reproducción sin límite. Es en esa letra sin cuerpo donde el odio avanza.

La inteligencia artesanal del cartel marchante es exactamente otra: tiene el ritmo de quien lo porta, de quienes lo han creado, y a quienes quiere llegar. La materialidad del cartel, con su pequeñez y su forma de llevarse sin más que con las propias manos, le pone letra al cuerpo y cuerpo a la letra. Justo lo que los trolls no pueden, porque su tarea deliberada es sacarle el cuerpo al asunto.

El elogio de la letra con cuerpo es entonces un elogio a ese texto híper personal y colectivo que se lleva puesto. Que articula una inteligencia y una sensibilidad —muchas veces chistosa pero también reivindicativa y manifiesta— que sintetiza otra gramática en las respuestas a la agresión continua del discurso presidencial y de sus servidores.

Se puede decir que esos cartelitos arman declinaciones “programáticotelegráficas”, para robarle el término a Jaques Derrida. Lo telegráfico responde a la necesidad de contar con textos ágiles, pero también con explorar la potencia de las consignas políticas ligadas a la inventiva de una situación que parece presentarse ya exhausta de palabras. 

Las consignas así hechas son lo contrario a lo que se conoce como consignismo (la fórmula de la consigna como directiva). ¿Por qué? Porque no se oponen a las preguntas. Experimentan, por el contrario, con la vibración programática y el lenguaje popular. Hay allí una gramática que se insubordina respecto al lenguaje de la época que todo lo cuantifica, que todo lo mide en parámetros binarios de éxito o fracaso, que cuadricula las visibilidades según los caprichos de los dueños.

La letra con cuerpo reclama un lugar en una economía de la atención agotada, en una psiquis asediada por el bombardeo cognitivo que es el modo de producción de las plataformas. Pone un límite porque pone cuerpo a la enunciación que no se desprende de esas manos que la sostienen, de esa energía que la porta, de ese magma de lectura colectiva que se hace marchando. La letra con cuerpo hace algo aquí y ahora que fue una máxima de acción del pasado: inventar palabras y conceptos que no puedan ser usados ni capturados por el fascismo. 

 MM