Una épica insoslayable para la reacción conservadora y una incoherencia inconducente para los propios

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Pasadas las tres y media de la tarde del 25 de Mayo, una mujer, 70 años, 50 de militancia política, electa por voto popular para todos los cargos que ofrece la Constitución, se paró en medio del escenario, de espaldas a dos de sus nietos y unos 200 dirigentes, y frente a una multitud que parecía amar el rigor de la lluvia. Enésimo acto de una comunión de la razón y la pasión entre Cristina Fernández de Kirchner y decenas o cientos de miles de argentinos allí presentes, y varios millones que la siguieron a distancia. Habrá más.

La mirada entre negadora y despectiva de ese encuentro —apelaciones al chori, los micros que arrean, el fanatismo, el pobre engañado o comprado— no hace más que demostrar la estatura intelectual y ética de quienes la sostienen. Es, además, una torpeza política. La aventura de transferencia de ingresos de pobres a ricos, palos y cárcel que prometen las derechas va a encontrar resistencia popular. En el país por excelencia del pueblo en las calles, Cristina tiene quién la escuche. La reacción conservadora debería tenerlo en cuenta.

Eso sí. La épica no asigna razón ni exime a la líder de la profunda incoherencia ni de la elusión de responsabilidad en un momento crítico de la historia.

Con una capacidad retórica única en el sistema político argentino, sus diálogos con la multitud, sus pausas, sus bajadas al llano, sus frases destinadas a ser remera, Cristina transitó los argumentos que viene ensayando en cartas y discursos. Apuntó a los responsables de la deuda externa y a “los cuatro vivos” que se llevan el crecimiento. Regresó a la letanía acrítica sobre los números macroeconómicos de 2015. Creció la potencia de su voz al llamar a la Corte Suprema por su nombre: “verdadero mamarracho. Indigno”.

En el país por excelencia del pueblo en las calles, Cristina tiene quién la escuche. La reacción conservadora debería tenerlo en cuenta

Esta vez, la vicepresidenta se privó de someter a la audiencia a las planillas de excel utilizadas en sus “clases magistrales” para explicar que el déficit fiscal es público y gratuito, sin consecuencias inflacionarias.

Una centralidad estable

A falta de nuevos ejes argumentales y de definiciones electorales, el cuadro del jueves en Plaza de Mayo tuvo un sentido para reafirmar lo que ya habitaba la mente del mundo político. A Alberto Fernández y a muchos más gobernadores, ministros, intendentes y diputados de los que lo admiten en público no les resultará fácil superar la centralidad de Cristina y su lógica endogámica de decisiones. Los rebeldes deberán encontrar lealtades, planificación y arrojo para dar vuelta la página.

Alberto Fernández no fue el único ausente en el escenario montado en Plaza de Mayo. Sólo estuvieron presentes tres gobernadores, dos de ellos, Axel Kicillof (Buenos Aires) y Alicia Kirchner (Santa Cruz), pertenecientes a la galaxia pura de la vicepresidenta. El tercero, Ricardo Quintela (La Rioja), es tan albertista como cristinista, eslabón perdido de un tiempo efímero y cercano. La ausencia de rostros e ideas que desorientaran lo previsible —al contrario de lo ocurrido durante la gira de presentación del libro Sinceramente en la previa electoral de 2019— denota el poco margen de maniobra que tiene Cristina para superar su tercio, tanto para ganar como para alcanzar los “acuerdos básicos” con otros sectores políticos para superar lo que define como “economía bimonetaria”.

El encuadre de la cámara eligió al supuesto trío de presidenciables del cristinismo. Kicillof, Eduardo de Pedro y Sergio Massa. El foco en este último ratifica que a Cristina y Máximo Kirchner no los guía el rencor por batallas pasadas, por cruentas que hayan sido. El driver del Instituto Patria parece ser un mecanismo tan personalista como enigmático que administra indultos y condenas, y no percibe necesario abundar en explicaciones comprensibles. La decisión de subir o bajar gente del escenario se ancla en un motivo estelar: porque sí.

Hay que reconocer que De Pedro no acercó al estrado a su padrino sindical, el —entre otras cosas— ultramenemista Luis Barrionuevo. Por ahora.

El viaje de Massa

Mientras el dedo que De Pedro ansía y Kicillof teme se toma su tiempo, algunos creyeron ver en el lugar de Massa en el escenario y en el viaje que éste emprenderá a China junto a Máximo Kirchner una señal para su candidatura presidencial. Es probable, pero la especulación choca con estas frases de la vicepresidenta:

  • “Si no logramos que ese programa que el FMI impone a sus deudores sea dejado de lado y nos permita elaborar un programa propio de crecimiento, industrialización e innovación tecnológica, va a ser imposible pagarlo”.
  • “Lo dije un 20 de diciembre en la Ciudad de La Plata cuando … terminaba la pandemia. ‘Va a haber crecimiento, pero, ojo, cuiden los precios de la economía porque si no, el crecimiento se lo van a llevar cuatro vivos’. Y pasó que se lo están llevando cuatro vivos”.

Massa no parece estar apuntando a “dejar de lado” el préstamo con el FMI, más bien todo lo contrario. Es, a su vez, el ejecutor de la botonera que permite que, a criterio de Cristina, “los cuatro vivos se la sigan llevando”. Podría argumentarse que asumió el ministerio en condiciones de volatilidad extrema y no le quedó margen como plantarse ante el FMI o ante los extorsionadores de la soja que acumulan en silobolsas para lograr una devaluación; cuatro vivos por excelencia. Ocurre que poco y nada en Massa hace pensar que alberga la biblioteca macroeconómica de la vicepresidenta. ¿El ministro de Economía encaró hacia La Quiaca con el fin subalterno de llegar a Ushuaia? ¿Martín Guzmán, con una pandemia seguida de guerra, tuvo margen para impulsar el salariazo con revolución productiva que reclama el kirchnerismo duro?

Vía “la papa caliente” o pinceladas de inspiración larroquista “Massa es un compañero”, el cristinismo da por satisfechas las dudas. La fraseología precaria, sin repreguntas de muchos de los presentes en la Plaza —unos cuantos, de verba inflamada—, Cristina, la estratega a la que se atribuye dar vuelta el tablero con una jugada magistral, se permite pasar por alto que ella propuso en 2019 a Alberto Fernández como candidato presidencial —no a Kicillof— y que, recién ante la inminencia del default con el FMI, en el verano de 2022, y tras seguir paso a paso las negociaciones durante dos años, se dio cuenta de que el acuerdo acercado por Guzmán era idéntico al que había firmado Mauricio Macri. Si el texto del acuerdo dice otra cosa, es un detalle irrelevante.

Vía alusiones a “la papa caliente” o pinceladas de inspiración larroquista “Massa es un compañero”, el cristinismo da por satisfechas las dudas

Del giro de Cristina se desprende la propuesta de acumular fortaleza política para obligar al FMI a retroceder. La vicepresidenta insta a la “unidad nacional” para la gesta. Semejante hito necesitaría una articulación gubernamental sin fisuras, técnica quirúrgica para enfrentar a “los cuatro vivos” y una dinámica por todo lo alto, con diplomacia y belicosidad, en estrados internacionales. Si esa era su intención, no avisó cuando debía, hace cuatro años. No con alguna frase deslizada en un acto político, sino con acción política coherente.

¿Qué país piensa la líder que ahora reclama “unidad nacional” contra el FMI y describe que la elección que viene se jugará entre tres tercios: el que ella lidera, el de la derecha que cree que el Primer Tiempo de Mauricio Macri fue tibio y el de la ultraderecha que propone dolarizar la economía?

“La ruta del dinero K”: un bluff

El nombre de Lázaro Báez sobrevoló las horas previas y posteriores al acto en Plaza de Mayo. Si ciertos políticos como Elisa Carrió y grupos mediáticos como Clarín no estuvieran tan seguros de la impunidad de su palabra, se habrían ahorrado la sugerencia de que el pedido de sobreseimiento de Cristina en la causa propalada como “ruta del dinero K” se debió a un favor del fiscal federal Guillermo Marijuan a Massa. Por una razón muy simple: si ahora uno de los alfiles más notorios de Comodoro Py entierra una acusación por obediencia a su aparente jefe político, habría que deducir que una década atrás, cuando ese mismo fiscal activó un baile procaz de excavadoras, arrepentidos y cámaras ocultas, también actuó bajo el mismo mandato.

Lo inválido del razonamiento que sacaron a relucir los enemigos de Cristina no es la hipótesis de que un fiscal federal actúe con motivaciones políticas. Eso es moneda corriente. En efecto, Massa auguraba años atrás que varios kirchneristas terminarían presos y que “los ñoquis de La Cámpora” serían barridos, lo que está lejos de transformarlo en autor intelectual de las decisiones de Marijuan. Quienes lo sostienen deberían probarlo.

Que el show denigrante con excavadoras buscando bóvedas en la estepa patagónica, al que la campera inflable azul de Marijuan se prestó solícita, haya ocurrido en los días posteriores a la revelación de las sociedades fantasma de Macri en Panamá, en abril de 2016, es una mera coincidencia que las voces cínicas de defensa de los valores republicanos no explicarán.

La “ruta del dinero K” incluyó la actuación de Leonardo Fariña, un personaje estrafalario que se dejó arrepentir frente a una cámara oculta de Jorge Lanata. Fariña encandiló con su solvencia a Marijuan, a su colega de Comodoro Py Carlos Stornelli y al ministro de Justicia de Cambiemos y actual asesor de Macri, Germán Garavano, al punto de que éste acordó pagarle la compensación por el arrepentimiento (vivienda con amplias comodidades, traslados en autos de alta gama y Osde) con la plata del contribuyente.

Que el show denigrante con excavadoras en la estepa patagónica, al que la campera inflable azul de Marijuan se prestó solícita, haya ocurrido en los días posteriores a la revelación de las sociedades fantasma de Macri en Panamá, es una mera coincidencia

La presión ejercida sobre el juez federal Sebastián Casanello, “tortuga”, fue menos pintoresca, pero más sórdida. Con los mismos altoparlantes que hicieron famoso a Fariña, dos testigos aportados por el sistema de Inteligencia mintieron para afirmar que Casanello había visitado a Cristina en la quinta presidencial de Olivos. Martín Irurzun, el camarista de la doctrina del “poder residual”, dio aire judicial a la versión. La historia terminó con los falsos testigos condenados a tres años de prisión y con Santiago Viola —abogado de Báez, presunto autor intelectual de la maniobra y hoy apoderado del partido de Javier Milei— sobreseído por la Cámara Federal de Casación.

Marijuan llegó esta semana a la misma conclusión a la que podría haber arribado cuando las excavadoras no encontraron más que tierra en los campos de Santa Cruz, a falta de un mínimo indicio de que los fondos de los Báez se conectaban en algún punto con la familia Kirchner. El fiscal escribió en su dictamen de 46 páginas que la relación entre el empresario y la líder política está probada —algo obvio—, pero no hay indicios que unan a la vicepresidenta con el dinero lavado.

Pregunta, respuesta y ofensa

Hablar de Báez es hablar de un amigo de Néstor Kirchner devenido contratista de obra pública que fue condenado a 10 años de prisión por lavar US$ 55 millones producto de la evasión impositiva. Su incremento patrimonial y sus cuentas en Suiza quedaron a la vista: una verdadera ruta de la corrupción.

Para el tándem macrismo-servicios-medios, abordar las causas de Báez constituye el desafío árido de tener que explicar a Fariña, jueces acomodados o barridos, pádel en Olivos, fútbol en Los Abrojos y primicias fraudulentas. El expediente también resulta inconveniente para los peronistas “racionales” que en algún momento se ilusionaron con el fin del kirchnerismo por la vía judicial.

Alberto Fernández habló de Lázaro Báez y el cristinismo regresó a un lugar que frecuenta: se ofendió.

En entrevista con este diario publicada el domingo pasado, el presidente dijo: “Cristina no es corrupta, yo la conozco… Alguna gente puede decir que fue una imprudencia ética muy grave haber firmado acuerdos con alguien a quien conocían de antes, devenido en empresario vinculado a la obra pública”.

El mandatario reiteró conceptos que ya había expresado, aunque con más énfasis y en el contexto sensible de su ruptura definitiva con la vicepresidenta y la antesala de unas elecciones que pintan complicadas. Eligió texto y tono para destacar que él no tiene socios empresarios porque, “para mí, en la gestión del Gobierno, la transparencia, la decencia y la honestidad son temas centrales en una Argentina devastada en esos términos”. En su línea divisoria entre el delito penal (“no es corrupta”) y probables falencias éticas (“muy graves”), el Presidente queda interpelado en su relación con Néstor Kirchner, a quien considera referente, amigo y verdadero líder. La “imprudencia” que cabe a Cristina apunta también, con bastante mayor claridad, a su marido fallecido.

Alberto no “salió a cuestionar a” sino que respondió una pregunta en una entrevista a agenda abierta con un medio crítico. Esto, un abecé de la democracia, es terreno poco explorado por sus principales enemigos de Juntos por el Cambio y el cristinismo

La interpretación generalizada de que Alberto eligió apelar a Báez como munición en la interna del Frente de Todos incluye un equívoco. No estaba en su ánimo ni, seguramente, en su presunción que el tema sería abordado. El mandatario no “salió a cuestionar a” sino que respondió una pregunta en una entrevista a agenda abierta con un medio sin intereses ocultos. Esto, un abecé de la democracia, es terreno poco explorado por sus principales enemigos de Juntos por el Cambio y el cristinismo, que suelen elegir con cuidado quirúrgico el dominio de la pregunta, objetivo al que ayudan la adhesión política de los medios, la pauta o la participación accionaria.

La ofensa es, para Cristina y los suyos, un derecho de su uso exclusivo. El derecho es a ofender, no a ser ofendidos. Quizás, algún día, la vicepresidenta se deje preguntar y repreguntar, en una entrevista serena, a agenda abierta, sobre casos de presunta corrupción en su gobierno y el de su marido. Sobre los contratos con Báez, el Grupo Macri y el Grupo Roggio.

Al fin y al cabo, la bandera de la transparencia fue sostenida en el discurso de asunción presidencial de Néstor Kirchner, hace veinte años.

SL