Muchos analistas políticos repitieron estos días que nadie imaginaba, apenas unos meses atrás, la profundidad del revés que sufrió el oficialismo en las elecciones y el desencuentro que evidenciaron entre el peronismo y los sectores populares.
Seguramente la sorpresa se funda en la experiencia de los primeros meses de la pandemia y en cierto déjà-vu de situaciones pasadas. Como en 1989 o en 2002, la crisis del Covid-19 activó un dispositivo caro al peronismo desde el retorno a la democracia: la epopeya de la urgencia. Funcionarios recién designados accediendo a sus cargos en una situación económica crítica, con una sociedad castigada, sostenidos en una coalición heterogénea que encuentra su norte en la reconstrucción desesperada de umbrales mínimos de gobernabilidad. En los tres casos, los antagonismos refundacionales ofician de pócimas mágicas y surten (al menos al principio) el efecto deseado. La voluntad presidencial conquista niveles inéditos de popularidad y cosecha apoyos en la adversidad. La épica moviliza los agentes estatales y la onda expansiva alcanza a las redes comunitarias, los trabajadores sociales, los sindicatos...
Como en crisis anteriores, durante el 2020 las estadísticas prometieron dibujar los contornos de una doble V, a la vez la curva de un rebote económico y la V de una victoria. Efectivamente, después de semanas de caída libre, la actividad comenzó a recuperarse lentamente. En tiempo récord, la ayuda monetaria y financiera fluyó a los hogares y empresas necesitados. Se suspendieron las cargas impositivas, los despidos y los desalojos. Y todo eso en el marco de un consenso entre las principales dirigencias del oficialismo y la oposición, encolumnadas detrás de las recomendaciones sanitarias.
Los relatos sobre esos primeros meses críticos son coincidentes y, en el caso de los gestores y mediadores de la ayuda estatal, están envueltos de mística y orgullo: el gerente de un banco público que atraviesa la ciudad desierta a altas horas de la noche para terminar de calibrar una aplicación que facilite la operación a distancia, un joven empleado del Ministerio de Producción que diseña créditos para los sectores más perjudicados por la crisis, operarios y funcionarios de la ANSES que facilitan el empadronamiento de nuevos beneficiarios, personal de la salud que arriesga su vida en la lucha contra el virus...Y una sociedad expectante de empresarios, trabajadores, amas de casa y jóvenes que manifiestan, con pocos matices, su apoyo por las medidas del gobierno.
¿Qué pasó después? ¿Por qué resurgieron tan rápido los límites económicos, institucionales y hasta afectivos de esta nueva patriada heroica? ¿Por qué “la” sociedad y sobre todo esos sectores populares y medios que deberían agradecer los esfuerzos del gobierno le son ahora renuentes?
Nadie puede negar que la crisis del Covid-19 tiene aspectos inéditos y que instituyó en la Argentina y el mundo una incertidumbre radical. No obstante, hay fuerzas que subyacen a esa novedad y revelan la particular fragilidad contemporánea. No solo los apoyos electorales y militantes ya no pueden darse por descontados, los rebotes son cada vez más cortos y las transferencias de ingreso no redundan en mejoras sustantivas en la vida de las personas. Con el correr de los meses, la asistencia en la urgencia se pareció menos a una gesta revolucionaria y dignificante que al acolchonamiento de una caída que volvía a dejar a cada quien enfrentado a su propia orfandad.
Con el correr de los meses, la asistencia en la urgencia se pareció menos a una gesta revolucionaria y dignificante que al acolchonamiento de una caída que volvía a dejar a cada quien enfrentado a su propia orfandad.
En un estudio en curso en ocho provincias del país, registramos muchas escenas de la vida cotidiana que ilustran la insuficiencia de los esfuerzos realizados. Ángela vive en Santa Rosa, La Pampa, con su pareja y su hija. Estudia derecho en la universidad mientras su marido dicta algunas horas de clase como profesor de educación física. La pandemia la encontró con problemas de trabajo, apoyándose en la Asignación Universal por Hijo y el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE). Una de las cosas que más le pesaron en la pandemia fue el ajuste en su alimentación: “Para no comer arroz otra vez, directamente tomábamos mate con pan”. Su hija extrañaba las frutas, tanto como ella y su marido los asados. El IFE podría haberlos ayudado a variar la dieta. No fue el caso. Esos recursos se destinaron a pagar la deuda que habían contraído con la escuela privada de la niña. Conviven así en muchos hogares argentinos las ayudas alimentarias que no alcanzan con la privatización de servicios fundamentales como la educación, que el Estado ofrece de manera deficitaria.
En las afueras de Córdoba vive Romina, con sus once hijos, sobreviviendo gracias a la ayuda del gobierno y los ingresos que le procura la recolección de cartón. Una oportunidad extraordinaria le permitió mudarse a un mejor barrio desde el que esperaba apuntalar la educación de sus hijos y conseguir más changas. La crisis del Covid-19 la obligó a volver sobre sus pasos. En la villa tenían una red de contención que le permitía enfrentar sus necesidades básicas sin dinero. Como veinte años atrás, la trama de ayuda del barrio le permitía amortiguar la caída. En todos esos años, no obstante, no había logrado prosperar ni adquirir mayor autonomía.
Daniel tiene una pequeña industria en Lanús. Después de crecer gracias al estímulo al mercado interno de la etapa kirchnerista, apenas logró mantenerse a flote durante el gobierno de Cambiemos. La crisis del Covid-19 lo encontró con una estructura flexible: inyectaba las matrices de sus juguetes con un equipo mínimo y luego delegaba en casas de familia, sin ninguna relación contractual con él, el ensamble de las piezas. Cuatro integrantes de la empresa lograron cobrar la Ayuda al Trabajo y la Producción, pero fueron sobre todo los créditos del gobierno y el cierre de las importaciones los que le permitieron alcanzar “el mejor momento en años”. La empresa de Daniel expresa con claridad la fortaleza y los límites de las políticas de industrialización de los gobiernos populares: el sostén de PYMES con trabajo informal, precios crecientes y cuya sobrevida sería impensable en una economía más abierta. ¿A qué empleo y a qué producción se ha continuado apostando?
Las experiencias son diversas y despliegan la creatividad de las empresas, los trabajadores y las familias para redistribuir sacrificios y protegerse de mayores daños. Para las unidades productivas que cerraron o los hogares con necesidades extremas, la dignidad quedó dañada y la única epopeya es el aguante. Mientras la fragilidad persistía, los compromisos externos y la espiral inflacionaria alertaron sobre la magnitud de un gasto público insostenible. Se hizo evidente la imposibilidad de ajustar los criterios de asignación de las ayudas. Al fin, las transferencias monetarias se acabaron en 2020 aunque la segunda ola de la pandemia azotaría al país varios meses más tarde. En paralelo, el gobierno nacional que había concentrado el liderazgo y la mística delegó en gobernadores y municipios la gestión de la emergencia. Las opiniones que registramos tuvieron la heterogeneidad de las historias recogidas: algunos dejaron de caer, otros se recuperaron, varios siguieron sumergidos en el mismo desamparo. Desde distintas posiciones, muchos se preguntaban por qué ese Estado que decía protegerlos los había abandonado a medio camino.
La volatilidad parece ser el signo de los tiempos que corren. Las curvas de crecimiento como las encuestas de imagen y los apoyos electorales se revelan desde hace treinta años cada vez más estertóreos. A su vez, la militancia y su mística ya no son patrimonio de los movimientos que pugnan por una mayor redistribución de los recursos. La beligerancia en las calles no es necesariamente popular ni se circunscribe al peronismo o las izquierdas. La demografía de las luchas se ha ido complejizando y se aleja de aquellos que padecen las necesidades más básicas. En este marco, los resultados electorales ofician de advertencia: la epopeya de la urgencia y el rebote socioeconómico necesitan una estrategia. Como la plata argentina, la militancia redistributiva está exhausta. Hacen falta más pesos para comprar una leche como hacen falta más argentinos reclamando para evitar la fractura social. Hay muchos responsables y muchas causas del desgaste. Como sea, la profundidad de la crisis tal vez pueda enseñarnos que con la asistencia no alcanza.
MH