OPINIÓN

¿Feminización de la pobreza y masculinización de la riqueza?

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Empecemos por un poco de historia. Fue la Cuarta Conferencia sobre la Mujer organizada por las Naciones Unidas en 1995 en Pekín la que contribuyó a popularizar la noción de “feminización de la pobreza”. Se atribuye su origen a un libro de Diane Pearce, publicado en 1978 y que, gracias a los documentos y políticas de los organismos internacionales, se generalizó en los diagnósticos y políticas públicas adoptados en América latina desde los años 1990. Mucho más tarde, la preocupación por la concentración del capital se acompañó de la denuncia de la afinidad entre neoliberalismo y patriarcado, enfatizando la “masculinización de la riqueza”.

Tenemos desde el jueves a la tarde los datos del INDEC y, aunque eran previsibles, no dejan de ser preocupantes. El informe presenta el estado de la pobreza y la indigencia, para el segundo semestre de 2022, en los principales 31 aglomerados urbanos del país. La euforia pos-pandémica, si la hubo, quedó atrás. Podíamos ilusionarnos en 2021 cuando el país no sólo volvió a crecer un 10% anual (luego de una caída casi equivalente el año anterior), sino que logró, al mismo tiempo, mejorar la situación de muchos argentinos. El sostén de la actividad en 2022 reveló, no obstante, que el crecimiento no alcanza para reducir el número de personas que enfrentan privaciones. Incluso cuando el país creció un 5% el año pasado, hacia el segundo semestre, los hogares y personas pobres volvieron a incrementarse. Con una economía que se desacelera y arcas públicas que se ajustan, todo lleva a augurar que difícilmente en 2023 la situación pueda revertirse.

Las cifras cobran sentido cuando se las mira de cerca. La magnitud es la primera señal de alarma. Según el informe, el 29% de los hogares y el 39% de las personas relevadas por el INDEC eran, a finales de 2022, pobres. Nada menos que 11 millones de seres humanos que no lograban alcanzar ingresos suficientes para adquirir una canasta básica de bienes y servicios que les garantizaran umbrales mínimos de supervivencia. Como ocurre desde hace décadas, sabemos que la incidencia de la pobreza alcanza a todas las regiones del país, pero suele ser más alta en el Norte que en el Centro y en la Patagonia. Como ocurre también desde hace tiempo, no todas las personas están igualmente representadas en el universo de la pobreza. Si se mira a los niños (de 0 a 14 años), más de uno de dos son pobres, mientras que en el caso de los adultos mayores de 65 años, apenas el 14% pertenece al universo de la pobreza. La proporción de pobres disminuye con el aumento de la edad y la capacidad de conquistar cierta autonomía económica. Muchos sospecharán que esto se debe a la mayor tasa de fecundidad de los pobres, pero también aquí el informe presenta información a destacar. Aunque las familias de sectores populares sigan siendo un poco más numerosas (y por ello enfrenten mayores gastos), también se redujeron. El tamaño promedio de los hogares pobres e indigentes no alcanzaba, en 2022 según el INDEC, los 4 miembros.

Si la singularidad de la pobreza infantil es innegable y hace que los niños sean más numerosos entre los pobres (32%) que en la población total (23%), ¿qué ocurre con las mujeres? ¿Podemos hablar de una feminización de la pobreza y una masculinización de la riqueza? Nada dice sobre eso el informe del INDEC, pero es posible aportar algunos indicios y extraer algunas conclusiones.  

Si bien estos términos ofrecen una fórmula concisa que conjuga sensibilidad social y de género, a la hora de los análisis su polivalencia genera algunos problemas. Por un lado, remiten a la vez a un hecho consumado y a una tendencia. A la hora de analizar la distribución diferencial por género, ¿existen más mujeres que varones entre los pobres? Sería una primera pregunta. Y la segunda: ¿estas tendencias se fueron reforzando con el tiempo? A priori, la sobrerrepresentación de las mujeres entre los pobres o de los varones en los estratos socioeconómicos más altos no estaría tan clara: mientras la población argentina está compuesta por 48% de varones y 51% de mujeres, las personas pobres y las más ricas reflejan casi la misma proporción. La evaluación de las tendencias también es compleja. Aunque desde los años 1970 las desigualdades de género se atenuaron, esto no impide constatar que las mujeres siguen siendo más numerosas entre las desalentadas o que no buscan activamente trabajo, que de hacerlo suelen estar proporcionalmente más desempleadas, que si logran ocuparse, lo hacen de manera más precaria, en jornadas a tiempo parcial o en la actividades peor recompensadas. ¿Por qué entonces es tan difícil cuantificar la afinidad entre género y estrato socioeconómico?

La cuestión se explica, en gran medida, porque las nociones de feminización y masculinización refieren a atributos individuales y las condiciones y oportunidades de vida de las personas no dependen solo de ellas sino de los hogares en los que residen. Si bien han aumentado mucho, en la Argentina, menos de 1 de cada 4 hogares está compuesto por una única persona. La abrumadora mayoría de los argentinos no se vale solo de sí mismo, sino que depende, y así se construyen las categorías del INDEC, de la cantidad de miembros de su hogar y de la suma y aporte de quienes de entre ellos perciben ingresos.

Por eso, el género no tiene el mismo peso en distintos hogares ni en distintos estratos de la sociedad. Si la pregunta es por las condiciones de vida de los argentinos, la mayor fragilidad se concentra en los hogares en los que las mujeres son las únicas o principales proveedoras de ingresos y la mayor riqueza se observa en aquellos donde los varones son particularmente prósperos. Podemos responder positivamente a la pregunta del título si nos concentramos en los polos. Por un lado, dos investigadores sostienen que puede hablarse de cierta feminización de la pobreza en la Argentina en la medida en que aumentaron los hogares encabezados por mujeres y aumentaron los pobres que residen en esos hogares.  A su vez, tanto los ricos argentinos listados en Forbes, como los contribuyentes que pagaron el Aporte Solidario y Extraordinario a las grandes fortunas, como quienes controlan las grandes empresas y los principales puestos ejecutivos del país siguen siendo, aunque con una mínima tendencia decreciente, mayoritariamente varones. Si bien el género resulta particularmente crucial en los extremos; la composición del hogar es, para la mayoría de los argentinos, definitoria.

La distinción importa porque los organismos internacionales y la militancia corren el riesgo de dar lugar a simplificaciones en las formas de diagnosticar problemas y ofrecer soluciones. Mientras las organizaciones internacionales con sensibilidad feminista insisten en privilegiar a las mujeres en el tratamiento de la pobreza (las Naciones Unidas o el Banco Mundial), otras entidades como Oxfam enfatizan la necesidad de cobrar impuestos a los más ricos, incorporando en sus argumentos evidencias vinculadas al género. Estas propuestas son válidas, pero necesitan consideraciones que evalúen su capacidad para revertir los problemas que intentan combatir.

Por eso, aunque se encuentren en ciertos puntos, ni el problema del patriarcado se agotará con la reversión de las desigualdades socioeconómicas, ni las desigualdades socioeconómicas caerán junto al patriarcado. Entre los polos extremos donde género y clase confluyen, la importancia y diversidad de los hogares merece destacarse. Más allá de si están compuestos por mujeres o varones, la relación entre proveedores de ingresos, niños o adultos dependientes tiende a perjudicar a los hogares vulnerables (con menos proveedores, menos ingresos, más precarios, peor remunerados y más adultos o niños a cargo) y a beneficiar a las familias más ricas donde no solo suele haber menos niños sino donde además se conforman parejas de profesionales en las cuales dos buenos sueldos se potencian.

Sin duda, las políticas de protección y promoción de las mujeres las ayudan a emanciparse económicamente de sus cónyuges sin arriesgarse, ellas y sus hijos, a saltar al abismo de la pobreza. Del mismo modo, las políticas impositivas, pero también todas aquellas que pesan sobre los grandes patrimonios permiten redistribuir la riqueza y a la vez enlazar mejor la suerte de esos hombres opulentos con la sociedad. En todos los casos, en la Argentina como en el resto de la región e incluso en los países occidentales avanzados, el problema sigue siendo cómo hacer para que las personas y sus hogares puedan acceder a alimentos de calidad, a un trabajo protegido y bien remunerado, a una vivienda digna, a servicios públicos que los curen, los eduquen y les permitan prosperar. Solo así, podrá vislumbrarse, para el país en su conjunto, un futuro menos sombrío del que se anuncia cuando más de la mitad de los niños se cría en la miseria.

MH