Si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar: Y el quilombo se armó antes. Con el pedido de condena e inhabilitación del fiscal Diego Luciani por la causa de Vialidad, se prendió la llama militante. Un poco extinta por los apremios de la vida diaria, la mística cristinista volvió a ocupar la calle, la puerta de la casa de Cristina, el barrio de Recoleta.
El martes 23 la Facultad de Filosofía y Letras publicó en su página web y en sus redes una “Declaración sobre la persecución judicial y mediática por razones políticas contra Cristina Fernández de Kirchner”, firmada por el Consejo Directivo de la facultad, con votos de la mayoría de graduados, profesores y estudiantes. El texto viene acompañado de una foto que no disimula su espíritu partidista: los firmantes agrupados alrededor de una mesa larga, los dedos en V, un poster con la cara de Cristina Kirchner hecho de hojas A4, la alegría militante. El comunicado avanza con certezas jurídicas: que no hay pruebas para la condena, que los jueces y fiscales no son idóneos, que el juicio es irregular. Y de allí extrae conclusiones políticas: que la democracia está en peligro, que se trata de una guerra judicial, que el “proceso de ampliación de derechos y empoderamiento popular” impulsado por el kirchnerismo busca ser desmantelado por el avance de la “derecha conservadora”.
Algunos medios opositores, indignados, levantaron la publicación y denunciaron un sesgo partidista en una institución que, se supone, debería ser imparcial o al menos representativa de todas las identidades políticas. También se pronunció en contra, a título personal, el vicerrector de la Universidad, Emiliano Yacobitti, histórico dirigente radical. Hubo quien sintió cierto apuro o cierta incomodidad, porque, como dijo alguien por ahí, la página de la facultad no es un muro de Facebook. Algo de ese tono panfletario suena demasiado encendido o intenso para una casa de estudios donde se lee con erudición a Braudel, a Hegel o a Borges.
Pero todo aquel que haya recorrido los pasillos de Filo, o de Sociales, entiende que no son instituciones cualquiera: son espacios paradigmáticos de politización intelectual. De la reforma universitaria a las cátedras nacionales, pasando por las mesitas de los partidos de izquierda y las piñas en el patio, estas facultades estuvieron históricamente atravesadas por la tensión entre intelectuales y política. En los años sesenta, la carrera de Sociología (por entonces dentro de la Facultad de Filosofía y Letras) estuvo a la vanguardia del “pensamiento nacional” de impronta nacional y popular que pensaba nuestra propia revolución socialista: el peronismo siempre estuvo en el corazón de esa tensión.
En 2016, cuando se produjo el impeachment a Dilma Rousseff en Brasil, las universidades constituyeron Comités Universitarios que organizaron, entre otras tantas actividades de movilización, un Dia Nacional de Paralisação nas Universidades em Defesa da Democracia, bajo la hipótesis de que la destitución de la presidenta era un “golpe”. La discusión, por esos días, era denominativa, y se jugaba en el nombre del acontecimiento: no es un impeachment (que es un resorte democrático) sino un golpe antidemocrático, se decía. “El nombre es uno solo: es golpe”, dijo Dilma en uno de sus discursos más emblemáticos: é golpe.
Tal vez la clave de este anudamiento entre universidades y política esté dada por esa disputa semántica. Cristina Kirchner denunció muchas veces la existencia de un golpe mediático-judicial, y esta semana, en su alegato, definió al proceso en curso como un “pelotón de fusilamiento”. Si lo que está en juego es la democracia, ¿quién puede cuestionar la pertinencia e incluso la necesidad de que una universidad pública repudie el golpe? Pero, precisamente, eso es lo que hay que pensar: ¿hay golpe? No es evidente que este sea un juicio justo, o injusto. Tampoco es obvio que Cristina sea culpable, ni que el juicio sea un montaje pergeñado para proscribir a quien es, por otra parte, la adversaria más deseada por la oposición.
Se sabe: la política universitaria, y especialmente la gestión, está plagada de gestos triviales, prácticos, que poco tienen que ver con leer autores sofisticados: distribuir cargos, conseguir caja, poner o sacar un cartel, hacer un favor, quitarle algo a alguien, sostener compromisos personales, hacer alianzas, romper alianzas, pegar el salto a la política fuera de la universidad. Pero la universidad también es el lugar donde se piensan las tensiones entre política y justicia, el avance de las derechas o la corrosión de las democracias, las cosas urgentes que hay que discutir en los pasillos, en las aulas, en los patios, en las choripaneadas y en las fiestas, con la alegría del pensamiento, con la rigurosidad del sentimiento.
SM