¿Cuánta gente había en el acto de Parque Lezama de La Libertad Avanza, el 28 de septiembre? ¿Y en la marcha universitaria del 2 de octubre? Hay estimaciones para todos los gustos. ¿Vos, cuántas personas pensás que había? Hay muchas chances de que tu posición política influya sobre tu respuesta. Según cuán cerca te sientas a esas movilizaciones, puede que tengas más tendencia a verlas como más masivas.
La discusión sobre cuánta gente hay en una marcha viene desde hace mucho tiempo. En parte porque es difícil saber cuántas personas hay. No es que sea imposible, la realidad existe y teóricamente se podrían contar uno a uno para saber el número exacto. Pasa que con cientos de miles, es difícil, y entonces apelamos a estimaciones, aproximaciones. Por otro lado, la masividad de un evento es tomado como un indicador de cuánto es el apoyo público, así que es lógico que se discuta sobre esto.
Y es posible que algunas discusiones sean de mala fe, que alguien decida estratégicamente minimizar o aumentar un número. Pero también es posible que honestamente los percibamos de maneras diferentes. Porque cuando nos alejamos de la certeza y entramos en el campo de la aproximación, como en el caso de gente en una plaza, nuestro cerebro empieza a llenar los vacíos con lo que quisiera ver.
“Uno podría pensar que nuestra percepción está sólo vinculada al hecho que estás viendo, pero en realidad está muy estudiado que hay muchos elementos que influyen en cómo percibimos las cosas, desde como la ideología política hasta el nivel de stress que tenemos”, explica Fabricio Ballarini, doctor en biología de la UBA y especialista en neurociencias.
La idea de que “vemos” cosas distintas mirando lo mismo es antigua. Un ejemplo claro de cómo nuestro cerebro decide qué ver, son las clásicas imágenes en las que se pueden identificar dos cosas a la vez (un pato o un conejo, por ejemplo). Ante la ambigüedad, en un momento decidimos qué es lo que estamos viendo, y eso puede depender de diferentes factores, pero si tenemos un incentivo a ver una en lugar de la otra, es más probable que identifiquemos la que nos conviene.
En un experimento que hicieron sobre esto, le mostraron a los participantes este tipo de figuras y lo asociaban con distintas cosas. Por ejemplo, si veían el conejo les hacían tomar un rico jugo de naranja, si veían el pato un mejunje desagradable. Rápidamente la gente empezó a ver la figura asociada al jugo (y no tenían mucho margen para mentir). Pareciera que, si tu cerebro tiene alguna motivación para ver una cosa en lugar de la otra, tu percepción se alinea.
Y esto que pasa en modo experimental, en un laboratorio, nos pasa todo el tiempo en la vida cotidiana. Uno de los ámbitos donde más se ha estudiado es en el deporte. Si sos hincha de un equipo tenés toda la motivación para interpretar todo lo que pase a su favor, y dado que hay muchos momentos ambiguos (“¿Estaba en posición adelantada?”, “¿Fue a la pelota o a la canilla?”) podemos interpretar muchas cosas diferentes según donde nos posicionemos. Pero cuando las pensamos, no decimos “yo interpreto que esto ocurrió”, decimos “yo vi esto”, estamos convencidos y podemos sostenerlo frente a alguien que dice que vio exactamente lo contrario.
Uno de los primeros estudios que se hizo sobre esto fue en los años ‘50, con un grupo de investigadores que se preguntaban si los hinchas de dos equipos rivales realmente habían visto el mismo partido, porque cuando les preguntaban después contaban historias muy distintas. Desde entonces se hicieron varios otros estudios de este tipo, e incluso fueron más allá, para preguntarse: ¿Es que realmente ven cosas diferentes, o después recuerdan lo que vieron de distintas maneras? Para averiguarlo pusieron a los hinchas de dos equipos en una final (dos equipos alemanes en la final de la Champions) y les trackearon el movimiento de sus ojos durante el partido para saber a dónde miraban. Luego les preguntaban cosas sobre el partido, como qué equipo tuvo mayor posesión de la pelota. La conclusión: los hinchas veían lo mismo, pero recordaban diferentes el partido.
“Hay muchas cosas que influyen en cómo construimos después el recuerdo de una situación. En ese momento recibimos muchísima información, que después traemos para recordar y puede cambiar. Incluso hay cosas que pueden ocurrir después de ese momento que modifiquen nuestro recuerdo”, explica Ballarini.
Cómo interpretamos las situaciones, y por lo tanto lo que “vimos” puede variar por muchas razones. Y todo esto no es para decir que no podemos saber qué pasó en un momento, los hechos existen, pero la interpretación que hacemos de ellos y cómo los recordamos después puede variar, especialmente con cosas que son discutibles.
Es imposible mirar cada aspecto del mundo como un observador imparcial y que nuestros sesgos no nos jueguen en cómo interpretamos lo que vemos. Pero ser conscientes de que eso nos puede estar pasando nos puede ayudar a mitigarlo. La próxima vez que quieras saber cuánta gente hay en una plaza llena de los que piensan como vos, considerá cuántos creerías que son si fuesen de la vereda de enfrente. Quizás con eso lográs la distancia para evaluarlo con un poco más de frialdad.
OS/MF