Opinión

Los hombres justos y los varones feministas

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Lo primero que me tranquilizó de Hombres justos: Del patriarcado a las nuevas masculinidades, el último libro del historiador francés Ivan Jablonka, fue que no empezaba pidiendo disculpas. De hecho, Jablonka toma la decisión gramatical y simbólicamente controvertida de hablar de los hombres en tercera persona del plural: “Los hombres lideraron todos los combates”, dice en la primera oración, “salvo el de la igualdad de sexo”, y en esa conjugación sigue todo el libro. Desde cierto punto de vista, esto podría leerse como una manera de desresponsabilizarse; para mí, en cambio, es una forma de no ponerse en el centro, de evitarle a su ensayo sobre feminismo masculino las resonancias de un mea culpa. Demasiadas veces, estos intentos —casi siempre bien intencionados— por construir un espacio discursivo para los varones en el feminismo parecen convertirse en un ejercicio yoico: qué tengo que hacer yo, cuál es mi lugar, como si esa tuviera que ser una pregunta políticamente interesante para otras personas además de uno mismo. No creo que esto sea un tema de sexismo, de la necesidad del varón de ubicarse siempre en el centro de la reflexión, incluso cuando parece justamente que se trata de una reflexión que debería desenfocarlo. Mi sensación es que es más bien una cuestión de época, y de marcos conceptuales: esquemas que se ponen de moda para pensar la desigualdad.

Pienso en el concepto de privilegio, en el modo en que, aunque no sea obvio, este concepto pone el foco justamente en quienes portan el privilegio y cómo eso moldea sus subjetividades, en lugar de ponerlo en las demandas y necesidades de los sujetos subordinados; pienso, también, en la incomodidad que a algunos sectores de la vieja izquierda les producen las llamadas “políticas de la identidad”. El solo hecho de que las llamemos así —como si lo importante fuera quién es quién, y no quién tiene qué— trae un subtexto teórico. La filósofa youtuber Natalie Wynn, famosa por su canal Contrapoints, trabaja muy bien sobre esta confusión entre metafísica y política en su último video, dedicado a las declaraciones transfóbicas de J.K. Rowling. Wynn argumenta que, en algún momento, en algunos discursos relacionados con las políticas de la diversidad empezaron a trastocarse los medios y los fines. En otras palabras, el problema no es que para J.K. Rowling (o cualquier otro transfóbico, misógino, racista u homofóbico) una identidad en particular “no sea válida”, por usar el lenguaje que suelen emplear algunos activistas norteamericanos; en una democracia cualquiera debería poder pensar y opinar dentro de límites bastante amplios, y las opiniones que sostenga sobre en qué consiste “la esencia femenina” (o si sobre tal cosa existe) pueden ser plurales y defendidas libremente. La cuestión no es la opinión, sino la medida en que esas opiniones contribuyen a instalar y sostener estados de cosas injustos: derechos cercenados, violencias toleradas. Y aquí quería llegar: lo primero que me sedujo del libro de Jablonka, en realidad, fue el título.

A lo largo del libro —que es, en esencia, una excelente introducción al feminismo para cualquiera, con algunos desarrollos argumentales propios del autor— Jablonka habla del privilegio masculino, pero no hace de esa idea el foco de su trabajo. Jablonka pone en primer plano la noción de justicia, y esa decisión me parece una de las formas filosóficamente más interesantes de acercase al feminismo y hablar sobre él como varón: ni se regodea en sus pecados, ni en su posición discursiva: lo que le interesa es hablar de las injusticias, y de eso puede y debe hablar cualquiera. No estoy siendo ingenua: sé las personas oprimidas tienen cosas para decir sobre la experiencia particular de su opresión que ninguna otra puede decir, y que cuáles son las voces que tienen lugar en la arena pública es un tema importante. Solo creo que, a diferencia de lo que a veces podría parecer en una era marcada por el testimonio y sobre todo por la inflación del análisis de los discursos por encima del de las políticas públicas, no es el único tema; y por eso vale la pena volver a hablar de justicia, de derechos, de distribución de recursos, aunque suenen a vocabularios pasados de moda. Como se ve en el libro de Jablonka, no se trata solo de que hablar de justicia nos permita hacer visibles los problemas más graves que atravesamos las mujeres y las disidencias sexuales (y otros colectivos oprimidos); recuperar el vocabulario de la justicia también es una forma de organizar una conversación más plural, en la que sin intentar borrar las diferencias entre las personas que discuten podamos evitar pedir una lista de requisitos o pertenencia para opinar sobre un tema, o ser parte de una lucha.

Hay otra faceta original en este libro: Jablonka no habla solamente de justicia de género, además habla de hombres justos. La frase tiene una resonancia especial para mí: cuando era chica y me enseñaban de los buenos judíos, los que habían torcido el destino del pueblo judío con sus buenas obras, la palabra en hebreo que usaban era tzadikim, que no se traduce como píos ni como santos, sino precisamente así, como hombres justos. Las teorías de la justicia modernas en general tienden a pensar en la justicia como una categoría que se aplica a sistemas o situaciones, más que a personas; las personas no podrían ser justas o injustas, los estados de cosas sí. Este sentido de la palabra claramente aparece en el libro de Jablonka, todas las veces que explica cómo el patriarcado en diversos lugares del mundo determina ordenamientos que son muy injustos para las mujeres. Pero es claro, también, que Jablonka emplea al mismo tiempo el concepto de justicia de otra manera: la justicia como una virtud, que las personas (entre ellas, los hombres) pueden ejercer y aprender. Si el sentido anterior de justicia remitía a la modernidad, esta noción de la justicia como virtud recuerda inmediatamente a Aristóteles, y a la idea de que para hacer las cosas bien, más que obedecer reglas, hay que formar un carácter que nos permita discernir y actuar de manera virtuosa. Siempre pensé que éste era un esquema muy útil para pensar qué es ser feminista: no es acatar un sistema de reglas claras, sino formar y alimentar una subjetividad que nos permita movernos en el mundo con el feminismo en las manos. Y leyendo el libro de Jablonka pienso que estos dos sentidos de justicia son grandes herramientas para contar estas nuevas masculinidades que el autor quiere apoyar: por un lado, hablar de varones que quieren sumarse a una lucha por un mundo más justo; por otro, hablar del trabajo subjetivo que tienen y tenemos que hacer para que eso sea posible y sustentable.

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