OPINION

La idea de Occidente

24 de enero de 2025 06:46 h

0

“Occidente se ha desviado” y “debe ser reencausado”. Esta consigna, pronunciada por Javier Milei al inicio de su discurso en el Foro Económico Mundial en Davos, sintetiza una visión que atraviesa a las nuevas derechas. Según esta visión, Occidente se caracteriza por valores que son superiores a los de cualquier otra civilización, y esos valores son la causa del progreso humano en los últimos siglos. Desde hace algunas décadas, diferentes movimientos, tales como el feminismo, el anti-racismo, LGTB, trans y demás, han cuestionado dichos valores, debilitando la estructura social y frenando el progreso técnico y moral. Entonces, para “reencausar” a Occidente, es necesario volver a defender sus valores centrales: el binarismo sexual, la heterosexualidad como única orientación sexual normal y la no intromisión del Estado en cuestiones de género y de raza. En otras palabras: reencausar a Occidente significa retornar a los años cincuenta y borrar las principales transformaciones culturales a partir de esos años.

Muchos han señalado las contradicciones de este discurso. Los supuestos valores occidentales que es necesario proteger de la llamada “cultura woke” son, en realidad, los que hacen que Occidente se parezca a cualquier otro tipo de sociedad. De hecho, el patriarcado, la hetero-normatividad, las jerarquías raciales y el binarismo sexual son por lo general más fuertes en civilizaciones no occidentales. Si Occidente es el sitio del progreso moral, lo es porque, como en ningún otro lado, es el sitio que permite la transformación y la puesta en cuestión de sus propios valores. Pretender eliminar la crítica de Occidente implica eliminar su propia esencia, es decir, convertir a Occidente en una civilización más, con sus tradiciones características que no tienen por qué ser justificadas ni cuestionadas.

La contradicción del discurso pro-Occidente no implica, sin embargo, que la crisis de identidad sobre la que él se sustenta no sea real. Las sociedades occidentales han perdido autoconfianza, en gran medida porque las críticas a Occidente han renegado de su occidentalismo. Si algo nos enseña la filosofía iluminista, tan cuestionada en las últimas décadas, es que la crítica de la razón proviene de la razón misma, y que la razón solo es tal si es auto-crítica. Cuestionar a Occidente por machista, colonialista, racista, transfóbico y hetero-normativo, sin dar cuesta de que ese cuestionamiento proviene de ideales igualitaristas que son una parte esencial de Occidente, implica una contradicción conceptual. La crítica a Occidente es la esencia de Occidente, y debería ser fuente de orgullo para cualquiera que se sienta parte de sus valores e ideales.

Algo similar puede decirse del capitalismo. Las nuevas derechas proponen una nueva devoción hacia los mega-millonarios como benefactores del progreso humano. Buscan de este modo superar la crisis de confianza en el capitalismo que generan la desigualdad, el estancamiento en la movilidad social y los desastres ecológicos. La contradicción en este punto es también evidente, pues la promesa de progreso del capitalismo estuvo siempre ligada al desarrollo general de los seres humanos, no al sometimiento a una nueva casta de individuos superiores. Pero la crítica al capitalismo que no reconoce su contribución al progreso humano es igualmente contradictoria. Karl Marx, probablemente el mejor crítico del capitalismo que haya existido, pero también gran admirador de este sistema económico, proclamó que toda superación de las contradicciones del capitalismo serían fruto de su propio desarrollo. Criticar los efectos negativos del capitalismo sin reconocer su contribución al progreso humano es tan contradictorio como negar los elementos que impiden ese progreso.

Como toda comunidad, la llamada “civilización occidental” necesita una narración que le dé sentido. Necesitamos una historia que responda a la pregunta: ¿quiénes somos los occidentales? Desde el Iluminismo, esa narración fue la del progreso técnico y moral: Occidente como la superación del prejuicio, el dominio sobre la naturaleza y la igualdad entre los seres humanos. Esta narración fue muchas veces utilizada para lograr objetivos opuestos a los que postulaba: generación de nuevos prejuicios, más sometimiento a la naturaleza y establecimiento de nuevas jerarquías de todo tipo. Conscientes de la complicidad de Occidente con aquello que él supuestamente venía a superar, hemos reemplazado la historia del progreso de Occidente por una especie de contra-historia en la que Occidente es la fuente del mal. Esta contra-historia es conceptualmente contradictoria: ¿no es sobre la base de valores occidentales que estamos criticando a Occidente? ¿No es un valor occidental el criticar la igualdad ilusoria para lograr una igualdad más tangible y verdadera? Ciegos a esta contradicción, quedan pocos motivos para el orgullo y la auto-confianza de ser quienes somos, aunque solo sea el orgullo de poder criticarnos y la confianza de poder hacerlo.

La idea de Occidente no es la que reivindican las nuevas derechas, pero es una idea a la que debemos responder de alguna manera, porque no podemos escaparle. Occidente es el progreso mediante la crítica, siempre abierta, de los propios valores. Si hay o puede haber más igualdad de género, más igualdad entre identidades sexuales, más igualdad entre grupos raciales, es en gran medida debido a un ideal de auto-cuestionamiento que atraviesa a la historia de Occidente desde la antigua Grecia. Poco importa que ese ideal no sea exclusivo de Occidente (no tiene por qué serlo). Quienes somos herederos de la cultura occidental, por el simple hecho de haber nacido en esta parte del mundo, estamos inevitablemente atravesados por esa idea. Abandonarla no es una opción. Si no queremos vivir en un occidente tribal y encerrado en sus propios prejuicios, debemos reivindicar su tradición de auto-crítica, auto-transformación y apertura hacia lo diferente.