Si la Legislatura federal 2023 fuera el Brasileirão, Lula viene empatando 1 a 1. Esta semana ganó un partido muy importante, antes perdió otro menos importante. Y todavía antes, había ganado o empatado (con goles) todos los amistosos. Porque el primer trimestre de gobierno del PT fueron votadas leyes pendientes y urgentes que debían corregir la última legislación dejada en herencia por la administración anterior. Eran leyes que se habrían votado, con las modificaciones ideológicas y léxicas correspondientes, aun si hubiera ganado Bolsonaro el balotaje del último domingo de octubre. El plan social Auxilio Brasil se habría seguido llamando así en vez de retornar a su prístino nombre de bautismo lulista Bolsa Família, pero de todos modos se habrían votado con urgencia los fondos necesarios para que pudiera pagarse sin discontinuidades. Ni diputados ni senadores querían ver a sus electorados sufrir el hiato en las transferencias directas del Tesoro. Y, más aún, se aumentó el monto, como habían prometido Lula y Bolsonaro en sus campañas.
En la cancha
Sólo ahora empieza de verdad la competencia. Cuando el Ejecutivo presenta proyectos de ley que enfrentan al Gobierno con la mayoría de derecha del Congreso federal. Estas primeras votaciones no tienen un resultado cantado, o no son victorias o empates donde todo el suspenso está en el número de goles, en la cantidad de consensos y concesiones que se acuerden en el texto final. La posibilidad de la derrota es genuina. Por lo tanto, también las victorias lo son, porque hay ganadores y perdedores. Esta semana Lula tuvo su primera gran victoria. Fue aprobado su propio ‘techo de gastos públicos’, su esquema marco (arcabouco, palabra old fashioned, en portugués) de responsabilidad fiscal. Este nuevo encuadramiento orientador sustituye a la ley votada durante la administración Michel Temer, el ex vice que en 2016 llegó a presidente. Es una ley más generosa para la capacidad de gastar del Gobierno. La primera razón para esto se ha atribuido, en las interpretaciones automáticas –no sólo adversarias- a la función y beneficio que las centro-izquierdas atribuirían, no menos automáticamente, al gasto del Estado como acicate y líder del crecimiento económico nacional. En todo caso, Lula se ha pronunciado varias veces, en esta su tercera presidencia, a veces contrariando a sectores del gobierno a quienes disgusta oír al Presidente improvisando y alzando temperamental la voz, contra los beneficios que, a contrario, se atribuyen connaturales a la austeridad y a las tasas altas como infalible antipirético inflacionario y doma virtuosa de finanzas o moneda encabritadas.
Hay un motivo más obvio de la diferencia entre la nueva ley sustituta de Lula y la antigua ley sustituida de Temer. Y es que Temer fijó, con mucho rigor, el techo de gastos del próximo gobierno, no del propio. Durante cuatro años, Bolsonaro luchó a la vez por lucir como creyente y practicante de estricta observancia de la dieta Temer y por escabullirse de ella con disimulo o elegancia o gracioso desparpajo. La ley actual es la que un gobierno se fija a sí mismo, a futuro, para los cuatro años de mandato. Es por fuerza menos edificante, y más realista, sin que esto signifique que el proyecto del ministro Fernando Haddad incurriera en laxitudes y vaguedades elusivas, porque no las había. Sí le faltaban a la versión original castigos al Gobierno en caso de incumplir, pero fueron incluidas en la versión final.
¿Cuántos votos tiene Lula?
La victoria de la Ley Marco Fiscal en la Cámara de Diputados sea acaso menos importante como signo de la buena fortuna y el medido tacto legislativo del Gobierno en la redacción elegida y las prioridades asignadas que como primera imagen de contornos reconocibles del poder de Lula en el Congreso. Como primera ‘hora de la verdad’. Porque en las elecciones generales del primer domingo de octubre, la derecha había hecho las mejores elecciones legislativas y estaduales de su historia. La consecuencia de esta situación de desventaja llevó a Lula a buscar alianzas con el Centrón, e incluso con partidos, líderes y corrientes a la derecha de la centro-derecha que por default compone un Centrón que no es políticamente centrista, sino que recibe ese nombre por ocupar todo el centro completo –es decir, la mayoría- de la Cámara de Diputados. Las promesas de alianza y apoyo legislativo se cobraron de antemano con carteras en el Gabinete y Ministerios completos en Brasilia.
En paralelo, el 2 de octubre trajo otra novedad, no menos radical, no menos gravosa para el Presidente. No sólo el PT y la coalición electoral presidencial contaban, en contrapartida, con la minoría más exigua en la misma historia de la democracia brasileña. También era diferente la composición del núcleo de la bancada oficialista al de todos los anteriores mandatos de Lula y de Dilma. Por primera vez, no tiene oposición a la izquierda. Todos los partidos a la izquierda del PT integraron el frente anti-Bolsonaro. Por primera vez también, los representantes electos del PT en Diputados representan a las alas más a la izquierda al interior del Partido.
Cuando los otros juegan bien para nosotros
El martes a última hora de la noche, el nuevo techo de gastos fue votado con 372 votos a favor, 108 en contra, y una sola abstención. Bien por encima de los 257 necesarios. Pero se ganó con el apoyo de los opositores y la traición o sonoro disgusto de las bases.
La Ley marco busca acordar el gasto total a la recaudación impositiva total. Propone una política anti-cíclica, que coarta la tentación de gastar de más en caso de expansión económica y de gastar de menos en caso de recesión: Fija un techo y un piso.
Partidos aliados y con carteras en el Gabinete, como el Partido Socialismo y Libertad (PSOL) y el partido Red de Sostenibilidad (REDE), los dos de izquierda, votaron en contra. La bancada del PT votó entera a favor, después de la presión de Lula para evitar dentro del Partido las traiciones que había sufrido dentro de la coalición. Un grupo de 22 diputados petistas, sin embargo, publicó un documento con sus críticas al texto que finalmente votaron.
El Partido Liberal (PL) del ex-presidente Bolsonaro liberó el voto de sus diputados. Tres decenas, un poco menos del 30% de esta bancada derechista, votó a favor del proyecto petista. El presidente de la Cámara, Arthur Lira, del centro-derechista partido Progresistas (PP) demostró una vez más, pero ahora en una jornada decisiva, su alta capacidad de victoria. Alineó el voto de otros partidos que componen la mayoría del mayoritario, como Republicanos e União Brasil. Lula y el PT habían prestado su apoyo, disciplinado sin que pueda llamarse determinante, a la candidatura de Lira para retener la presidencia de la Cámara baja en la actual Legislatura. Lira fue el primer congresista en reconocer la victoria de Lula en el balotaje. Hasta el 30 de octubre por la noche, Lira había hecho campaña por la reelección del candidato derechista, cuya política había acompañado en el Congreso.
La más gráfica imagen del presidente de la Cámara baja es la de ser el diputado que tiene la lapicera de firmar impeachments. A él toca decidir cuándo dar curso a un proceso de destitución presidencial. Era el cargo de Eduardo Cunha, que inició su carrera política en el mismo partido que Lira, y que promovió el juicio político de Dilma Rousseff en 2016. En el Congreso, la oposición hoy tiene votos parar iniciar un proceso destituyente a la mañana del día que lo decida y votar la exoneración por la tarde de ese día. La primera victoria legislativa de Lula habría sido imposible sin la cooperación de su suspenso verdugo. Sin embargo, no hay por qué pensar que el Gobierno vaya a perder el campeonato: el mejor DT es suyo.
AGB