No todas las encuestas se equivocaron en Brasil. No lo hizo la de Parana Pesquisas, que fue presencial y que acertó en la diferencia entre Bolsonaro y Lula y en el importante caudal de Bolsonaro. Aunque fue realizada entre seis y cuatro días antes de una elección que se iba definiendo día a día, no tenía cómo establecer las cifras definitivas. Y se acercó bastante la de Atlas, que se hizo on line. En una de ellas, la de PoderData, puede observarse que, en comparación con 2018, el voto de los electores evangélicos cambio parcialmente: disminuyó la adhesión a Bolsonaro y aumentó el apoyo a Lula.
Retomaremos la cuestión del voto evangélico, pero antes debemos ver el resultado general. Lula hizo una muy buena elección debido a su capacidad de conciliación y al prestigio de su liderazgo, limpio de las ofensas contra su imagen personal y las derivaciones de su encarcelamiento. También influyó la amplia movilización defensiva que encararon los muchos afectados por la política y la economía bolsonarista. Lula, después de todo, nunca ganó en primera vuelta y siempre tuvo enfrenar un país partido. Por otro lado, ha quedado muy claro que el bolsonarismo no sólo es un episodio, sino una corriente electoral y política fuerte, plena de organizaciones, expresiva de un punto de convergencia entre una parte de las élites y una parte del electorado de varias clases sociales. La filosofía de vida agresiva y expansionista de los vaqueros de la vida que entienden que el riesgo es una condición existencial inevitable y asume la vida social como la vida en una jungla. El bolsonarismo recoge un antipetismo extendido y estructural, que se fortaleció con incentivos económicos de corto plazo aunque muy atractivos para todos sus electorados. Pero mucho más que eso ha solidificado esa corriente maleable contra el PT un sentido ético y utópico que aunque desde nuestro punto de vista resulta repulsivo tiene amplia capacidad de seducción y es preciso entender en su funcionamiento ya que emerge, aunque sea parcialmente, de los errores analíticos y políticos del campo petista. Algo decisivo para comprender esta pregnancia es la confianza que se tuvo en que la política bolsonarista en la pandemia le traería consecuencias negativas mucho más marcadas que las que tuvo. Sólo con las anteojeras del cesarismo sanitario con que se ilusionó el progresismo con el retorno del Estado, se puede ignorar el sentido conquistador que promovió el bolsonarismo y apela a una dimensión transversal de la experiencia humana. Repudio ese sentido pero también que se ignore esa posibilidad en la Argentina como si el progresismo local cada vez más chiquito, homogéneo y ofensivo no rindiese culto permanente a jefes, tacos y botas.
En ese contexto, es preciso explorar lo ocurrido con el voto evangélico en esta elección y en perspectiva histórica. Siguiendo los resultados de PoderData, una de las compañías que más se aproximó a la diferencia entre los principales candidatos, es posible concluir que Bolsonaro perdió una parte significativa de los votos evangélicos: en la elección de 2018 había sacado el 64% contra el 51% de este domingo. Inversamente, Lula vio que sus apoyos evangélicos aumentaron y pasaron del 24% (en el segundo turno de 2018) al 38% del primer turno en 2022 (https://cebrap.org.br/agregador-de-pesquisas-eleitorais-por-religiao/).
La segunda observación es que este resultado se inserta en el curso de dos tendencias de largo plazo relativamente contrapuestas. Una de ellas es que el voto evangélico es, a pesar de las observaciones inmediatistas, impresionistas y prejuiciosas de de la izquierda política y cultural, un voto variable en el tiempo. En los años 90 los pastores evangélicos brasileños apoyaban desde sus iglesias candidatos de centro o derecha (aunque también en menor grado apoyaban candidatos petistas). En los años 2000 alguna de las que presumiblemente eran instituciones evangélicas influyentes apoyaron a Lula que eligió como su vicepresidente en dos mandatos a Jose de Alencar, miembro del partido político evangélico fundado por la mismísima Iglesia Universal del Reino de Dios. En la última década esas mismas instituciones pasaron a apoyar a Bolsonaro en la elección de 2018. Esa tendencia móvil y relativamente heterogénea se ratificó en esta elección. Pero junto con esa tendencia se manifiesta otra que es su contrapeso: el voto evangélico se evidencia más rígido y más organizado. El efecto del poder adquirido por la Iglesia universal del Reino de Dios en Brasil y su capacidad de imponerles su criterios a otra iglesias evangélicas, junto a un control de recursos financieros, mediáticos y técnicos le han permitido estabilizar un voto que además tenía muchos motivos para ser antipetista.
La tercera observación es que el voto evangélico ha sido y es un proceso en disputa. Una parte del peso del bolsonarismo entre los evangélicos ha surgido de la violencia verticalizante con que a través de las redes y sociales y, sobre todo, los grupos de Whats App se ha disparado un movimiento desesperado de disciplinamiento de electores reticentes por parte del actual presidente. Tarde o temprano podrá emerger una nueva generación de evangélicos desradicalizados, pero en este momento como lo muestran algunos estudios realizados en Brasil por antropólogos y sociólogos calificados ya hay algunos (https://observo.me/ o @queluciana, mujer afro y evangélica se queja en tik tok de la predicación política en las iglesias ). Tampoco faltan expresiones evangélicas que combaten la orientación dominante y, no por nada, generan reacciones tan violentas como preocupadas en el mundo bolsonarista evangélico: hace pocos días el presidente del convención Bautista de Rio de Janeiro anunció su voto a Lula y fue obligado a renunciar para evitar que su ejemplo cundiese. Esa brecha permanece abierta: las mujeres evangélicas dudan cada vez más del discurso beligerante del bolsonarismo (https://religiaoepoder.org.br/artigo/mulheres-evangelicas-para-alem-do-voto-concepcoes-sobre-politica-e-cotidiano/). Es también a esos comportamientos que buscan y producen un cambio de sensibilidades que se debe la variación de la votación evangélica en un sentido mas favorable o menos hostil a Lula.
A una opinión publicada en Argentina que cree que por poder pronunciar correctamente la palabra “neopentecostal” tiene algún conocimiento del fenómeno en juego hay que advertirle que esas situaciones no se dan en la Argentina y ayudaría a que no militen el atrevimiento de su ignorancia como si fuese la verdad revelada. A esa misma opinión, hay que contarle que la mejor estrategia que puede tener el PT para con los evangélicos es no ir a cantarles que la única iglesia que ilumina es la que arde.
PS