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SOY GORDA (ESEGÉ)

Madres a la obra y camas disponibles

Cecilia Roth, en "La madre".

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Hace muchos años, en la prehistoria de mi vida y ya periodista, hice dos entrevistas en las camas de dos entrevistados. Una, en un apart hotel de la zona de Retiro, a Imanol Arias. El español había viajado a Buenos Aires para filmar la película Buenos Aires me mata. La otra charla fue con Cecilia Roth, en el luminoso departamento frente al Botánico, en el que convivía con Fito Páez.

Lo recordé, tanto como la gran pintura de unas flores muy rojas que colgaba en el living de la rubia y el rosarino, cuando fui al Teatro Picadero a ver la obra La madre, de Florian Zeller (dirección Andrea Garrote) en la que la ex chica Almodóvar entrega uno de sus más deliciosos y comprometidos trabajos.

Así es esta profesión: nos encuentra laburando en los lugares más inusuales para cualquier otra tarea. Desde una manifestación/marcha donde podés arriesgar/perder la vida, un levantamiento cívico-militar, o una inundación, (donde los responsables no se responsabilizan), hasta escenarios frívolos, como un avión Londres-Buenos Aires, en el que asistí a los inicios del romance Natalia OreiroRicardo Mollo, el ascensor donde me topé en Los Angeles con Ricky Martin o un baño atestado de gente en el que hablé con Alejandro Urdapilleta (Ave Porco) para el gran diario argentino... de papel.

Pero volvamos a la cama y la madre. O, mejor dicho, a las camas y las madres.

Sigmund Freud decía algo así como que en la cama, es decir, cuando estás viviendo una experiencia sexual, siempre hay por lo menos 4 personas. Vos, tu pareja erótica, mamá y papá, por ejemplo. Un rompecabezas, para armar y desarmar, como los juegos Rasti y Mis ladrillos, marcas criollas previas al desembarco en el país de la danesa Lego.

¿Cómo es en el trabajo periodístico? Nunca me había detenido a pensar en su relación con las camas. Tal vez puedan aproximarse a una especie de respuesta un analista de los modos de comunicación, un semiólogo, o un heredero del hombre que creó el psicoanálisis y coqueteó con la cocaína “para liberar la lengua”.

Dicen que los buenos periodistas liberan las lenguas de sus entrevistados, que saben escuchar y crean un espacio de intimidad (no necesariamente una cama) con la otra persona, quien a su vez ingresa en una atmósfera confortable para decir lo suyo. Como las madres suficientemente buenas.

Madres. (Casi) todo sobre el ejercicio complejo de la maternidad se despliega en la variada cartelera teatral porteña. Desde la que sofoca a sus hijos hasta la que es indiferente y centrada en sí misma, pasando por la que quiere que su descendencia sea mera reproductora de los valores tradicionales o aquella que desempeña el rol para dejar que la prole crezca, sea libre, florezca.

Como Medea, de Eurípides, quien venga la muerte de sus hijos; la ambiciosa y manipuladora Gertrudis, progenitora de Hamlet; hasta la oscura y autoritaria que oprime a sus hijas, en La Casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, las madres han sido un tema recurrente en la escena.

Una madre viaja por dos semanas a Japón a visitar a su hijo, Matías, de veintidós años. Lo ha dejado volar y en prudente distancia, se deslumbra con una cultura extraña y con la extrañeza de ver a su muchacho convertido en un hombre, e integrado a ese país que a ella le fascina y le resulta ajeno. En ese periplo, descubre que ambos han crecido, que está lejos del rol que ejerció en el pasado, que el viaje es la posibilidad de encontrarse a sí misma.

Okasan (en el teatro Picadero) quiere decir madre, en japonés, y es el unipersonal que interpreta una actriz versátil como Carola Reyna, con un dominio absoluto de su cuerpo y de la escena. La dramaturgia es una adaptación del libro de Mori Ponsowy y está dirigida por Paula Herrero Nóbile.

Muy distinta es la progenitora que encarna Cecilia Roth como Anne, en La madre, comedia dramática sobre la frontera entre la soledad, el vacío y la cordura. Acá se trata de una mujer que ha dedicado su vida entera a criar y ante la partida de su hijo y la evidencia de que el afecto con su marido está muerto transmuta su fracaso en un estado de locura. La pieza, también en el Picadero, narra el revés de la trama hegemónica y romántica sobre la maternidad, encarnada por una actriz madura e inspirada.

Garrote apela al absurdo y a la repetición para mostrar la falta de sentido en la vida de esa mujer irritante que renunció temprano a cualquier otra opción que no sea la de ser el eje del hogar como reproductora biológica. Sus vínculos están desafectivizados y nadie en su entorno familiar la acompaña en su malestar. Mientras el personaje que encarna Gustavo Garzón es maquinal, el de Martin Slipak, como Nicolás, es el de un hijo que ha dejado de orbitar alrededor de ella.  

En Mamá (en el Multiteatro), con sobrado oficio, vitalidad y talento Betiana Blum es Sophie, viuda y resentida, quien vive en Nueva York con su hija Trudy (Magela Zanotta) y su yerno Fredy (Nacho Toselli). Por una complicación familiar súbita, la trasladan a la casa de la otra hija, Bárbara (Romina Gaetani), y del otro yerno, John (Marcelo de Bellis), propietarios de una galería de arte. La convivencia se hará cada vez más difícil aunque se complejiza más cuando Sophie conoce a Maurice, un veterano, millonario y famoso pintor que encarna Alberto Fernández de Rosa. Una pieza tierna de Andrew Bergman, dirigida por Carlos Oliveri, que combina risa, ternura y emoción, donde a la madre parece ser mejor perderla que encontrarla .

La madre que encarnó Amancay Espíndola en Ya nadie recuerda a Frederic Chopin, de Roberto “Tito” Cossa (Teatro La máscara) era una conservadora, con dos hijas, Susy y Zule, a las que pretendía casar bien, reproduciendo los valores e ideología propios. En íntima relación con su personaje, la experimentada actriz rionegrina representaba a la Argentina que venera el pasado, la tradición y la cultura europea, antesala del avance del fascismo.

¿Es posible escapar del modelo familiar para seguir un camino propio?, parece preguntarse la obra Volvió una noche, de Eduardo Rovner. Se trata de una pieza que enfrenta al público con el dilema de cuál es la relación que queremos tener con la tradición materna y paterna. Este conflicto, recorrido en tono de comedia, puede verse el 29 de este mes en El Tinglado. Está encarnado por Patricia Palmer y su hijo es Manuel Novoa.

En La madre del desierto, una producción del Teatro Cervantes que giró por distintas salas, Ignacio Bartolone tomó el mito popular de la Difunta Correa para multiplicar sus sentidos. Una mujer, animada por el cuerpo y la voz de Alejandra Flechner, intenta recorrer un paisaje hostil llevando al Bebo Pura Leche de Santiago Gobernori como su hijo lactante, “un destetado de su raza”.

Dijo Alejandro Tantanián: “Siempre hay alguien que no está. Siempre hay un cuerpo sustraído. Ayer y hoy. Y siempre. Esa ausencia, entonces, desata un viaje. Ese cuerpo que no está es causal de guerra y para llevarla adelante, caminamos”.

La pieza es una potente odisea en la que se le da corporeidad a la lengua torsionándola para percibir la historia y la literatura argentinas de una nueva y singular manera; la poesía y el desacato conviven en desajustada armonía.

Madres...

Soy una.

De hija adulta viviendo, actuando, cantando, entrenando y escribiendo en Europa; de hijo a punto de ser médico, estudiando en la UBA (M’hijo el dotor).

Soy una, aprendiendo cada día a ejercer el rol y agradecida a mi madre cuando, frente al deseo y la demanda de mi padre de que le diera nietos, me dijo:

- No te sientas obligada a tenerlos.

Un alivio.

Elegí ser madre a los 37, la primera vez; a los 41, la segunda.

Una madre gorda.

-¿Podés dejar de elegirme la ropa?, me preguntó Pablu a los 11. Esa claridad en el límite me enorgullece.

- Sos tan mullida, me dijo Mile, en la adolescencia. Como una almohada tibia donde reposar.

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