Hay, en una película musical argentina, una escena infamante. Lo peor, por supuesto, no es tanto lo que allí se expresa como el hecho de que se tratara de un paso de comedia que no sólo no espantó a sus contemporáneos sino que, evidentemente, en su momento resultó divertido. A nadie le parecía mal que el personaje encarnado por Julio Sosa, en un film de 1964, dirigido por Hugo del Carril y titulado Buenas noches Buenos Aires, opinara sobre unos jóvenes que bailaban twist haciendo el gesto de fajar a alguien –de castigarlo– mientras decía: “Si yo fuera presidente, a toda esta nueva ola…”.
Firulete es un canillita, alguien que vocea en este caso los diarios de la tarde. Un canillita bastante crecido, si se piensa que en general ese oficio lo desempeñaban niños o adolescentes (de allí el diminutivo). En El día que me quieras, el film de John Reinhardt con Carlos Gardel como protagonista, también había un canillita. Aparecía apenas unos tres segundos y lo personificaba Astor Piazzolla a los 13 años, ignorante de que un día le tocaría ser el símbolo del enfrentamiento con la tradición del tango. O con su caricatura involuntaria.
En Buenas noches, Buenos Aires aparecía Aníbal Troilo, con el notable cuarteto que incluía a Roberto Grela como primer guitarrista. Y estaban, además de Sosa y Beba Bidart, algunas de las figuras de El Club del Clan. El que no estaba era Piazzolla que, para ese entonces, ya había publicado algunos de los discos más importantes del quinteto –Piazzolla interpreta a Piazzolla, Nuestro tiempo y Tango para una ciudad–. Firulete, que unos minutos después de su fantasía presidencial imprecaba directamente a los bailarines y llegaba a darle una patada a uno de ellos al grito de “pare el baile”, explicaba: “Pasa que yo soy porteño, desde el jopo hasta el juanete”. No era necesario otro justificativo para el patoterismo. Alcanzaba con ser porteño.
Ese no es, eventualmente, el único caso en que la prepotencia y el autoritarismo aparecen en el mundo del tango aplicados a la defensa de las tradiciones. Resulta curioso que el reclamo de pureza viniera de un género mestizo en su origen y crecido en la polifonía de una ciudad portuaria. Se trataba de una legitimidad que, por otra parte, la derecha rancia jamás le reconoció. La nación se identificaba con el campo. La plasmaba la sobreactuación de los porteños gauchescos, hablando de espuelas y de aperos –y no, como diría Borges, de lo que realmente le importaba a los gauchos: la soledad, el amor, la muerte–. Y hasta la escuela pública, con sus dibujos de casitas con humo por parte de niños argentinos que nunca habían visto nada distinto a un departamento, y con sus actos patrióticos plagados de gatos y chacareras pero nunca un tango y jamás una milonga. La Patria, como acabaría demostrándose mucho después, era el campo. Pero el tango se ataba a un tradicionalismo que nadie le había pedido y que la Sociedad Rural estaba lejos de querer agradecer.
Uno de los tangos más deleznables de la historia, “Che existencialista”, apelaba por ejemplo al campo, y no a la ciudad, para enfrentarse a esa muestra de la modernidad –y la extranjería– encarnada por los epígonos locales de Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Albert Camus. “En esta tierra que es tierra de varones,/ hecha con lanzas de gauchos legendarios,/ nos ha brotáu una porción de otarios,/ que yo no sé por qué usan pantalones”, empezaba cantando Alberto Echagüe. La orquesta era la de Juan D’Arienzo, y la grabación había sido realizada el 1º de septiembre de 1954 para el sello RCA Victor. El cantor, que en realidad se llamaba Juan de Dios Osvaldo Rodríguez, ya desde sus comienzos con esta orquesta, a mediados de los ‘30, se había convertido en el representante más claro del tango lunfardo. “Llevan el pelo largo y despeinado,/ el saco de un color y otro el talonpa,/ la manta en negligé, los pobres gansos,/ y al agua y al jabón le tienen bronca”, caracterizaba al enemigo la letra de Rodolfo Martincho musicalizada por otro de los cantores de D’Arienzo, Mario Landi (en realidad Mario Villa). “Che, existencialista,/ no te hagas el artista”, concluía la primera estrofa. “Mejor cachá un pico y una pala,/ andá y yugala, flor de vagón./ Che, existencialista,/ mejor cambiá de pista./ Andá a Paul y pelate,/ alargá el saco y bañate, che cartón”.
Las “lanzas de gauchos legendarios” se contradecían, en términos del nacionalismo de derecha clásico, con la utilización del lunfardo, que acababa reconociendo de hecho a los italianos porteñizados como dignos representantes de la argentinidad, algo que a Leopoldo Lugones –en La hora de la espada– o a Julián Martel –en La bolsa, que extraía sus argumentos antisemitas de La France Juive de Edouard A. Drumont, publicado en 1886– les habría resultado muy difícil admitir.
De lo que se trata es ya no del nacionalismo aristocratizante –e hispanista– sino de algo mucho más cercano al ideario fascista: la identificación de modernidad con mariconería y la oposición entre un mundo de trabajo y buenas costumbres –cachar la pala y cortarse el pelo– y un universo de intelectuales, lleno de ambigüedades, en el que no cuesta imaginarse al joven Juan José Sebrelli escuchando grabaciones de Juliette Greco en el Chez Tatave del viejo Pasaje del Carmen. Un ideario cuya capacidad de supervivencia resulta sorprendente: “Yo me acuerdo cuando mama me contaba/ esas historias de guapos del pasado,/ donde un varón frente a otro se jugaba/ por la mujer o el nombre pisoteado./ Y ahora al ver a estos giles disfrazarse/ con el saco de tajito y bien cortina/ a ver si ustedes no van a chivarse/ al no saber si son hombres o minas”, rubricaba el brulote.
En “Giuseppe el crooner”, otro tango que también cantó Echagüe con D’Arienzo, el personaje, Giuseppe Mala Testa, ha perdido el rumbo. Ese descarrío se colige del hecho de que se ha convertido en crooner. La clara filiación italiana del sujeto se opone al extranjerismo de su nuevo repertorio –algo que no parece haber impedido las carreras de algunos crooner como Frank Sinatra y Anthony Benedetto, más conocido como Tony Benett–. La canción es de D. F. Schiaraffia y E. A. Rodríguez y, además de compartir la obsesión por el saco con tajito y pelo largo también asimila patria –una palabra femenina, en español– con masculinidad y extranjerismo con mariconería. Allí se canta: “Che Giuseppe Mala Testa que usás saco con tajito/ pantalón a lo divito y melena croquiñol/ con los ojos bien en blanco agarrándote al fierrito (el micrófono)/ no hay mujer que te resista cuando empieza la audición/... Che Giuseppe con tanto ti con tanto tú/ vas haciéndote la loca/... Yo no sé con qué herramienta te cambiaron la pintura/ con tu juego de cintura le ganás a un boxeador/ y al hacer la voz finita chamuyando con la luna/ yo te juro, che Giuseppe, que estás hecho un amor”.
El propio D’Arienzo, tan amado por el público mayoritario como vilipendiado por la intelligentzia, lo decía con bastante claridad en un reportaje realizado por Andrés Muñoz en 1949: “A mi modo de ver, el tango es, ante todo, ritmo, nervio, fuerza y carácter. El tango antiguo, el de la Guardia Vieja, tenía todo eso, y debemos procurar que no lo pierda nunca. Por haberlo olvidado, el tango argentino entró en crisis hace algunos años. Modestia aparte, yo hice todo lo posible para hacerlo resurgir”. Y después de una larga parrafada sobre el papel pernicioso del protagonismo dado a los cantantes (“Los músicos, incluyendo al director, no eran más que acompañantes de un divo más o menos popular”), el violinista y director se despacha: “Reaccioné contra la crisis del tango. Traté de restituirle su acento varonil, que había ido perdiendo a través de los sucesivos avatares. Le imprimí así en mis interpretaciones el ritmo, el nervio, la fuerza y el carácter que le dieron carta de ciudadanía en el mundo musical (...). Por suerte, esa crisis fue transitoria, y hoy ha resurgido el tango, nuestro tango, con la vitalidad de sus mejores tiempos. Mi mayor orgullo es haber contribuido a ese renacimiento de nuestra música popular”.
No obstante, no fue él el único reaccionario ni la idea de que el tango era más una religión –o una ideología acerca de la patria– que una cuestión de gustos musicales lo tuvo como cultor exclusivo. Como mostraba otro texto violento, esta vez escrito por Enrique Cadícamo, el tango no podía convivir con otros géneros. Negaba al otro. Lo odiaba y pretendía borrarlo. Gustar de otra música –o hacerla– era, sencillamente, una traición (a la patria). “Unos chantas amigos me invitaron/ a escuchar discos a un lugar pituco,/ me sirvieron un whisky y comenzaron/ a darle leña a un tango de Pichuco”, decía el texto del letrista de “Los mareados”. Más adelante relataba cómo “puso un cretino/ canciones de los Beat’s y les declaro/ que la sufrí como un tormento chino./ Era un ruido de cuerdas que mataba,/ un tono y dominante insoportable,/ el cantor era un rope que ladraba (¿sería Lennon o McCartney?)/ y todos lo encontraban formidable./ Esa moda que a mí me reventaba,/ a ellos les hacía erizar la piel…/ ¿Ninguno de estos turros – yo pensaba –/ habrá escuchado un disco de Gardel…?”.
En 1955, casi al mismo tiempo que “Che existencialista” veía la luz, el canillita que había reído junto a Gardel veinte años antes grababa en París, imbuido de existencialismo –y de un gesto modernista innegable– una obra maestra, su homenaje a los marrones y azules del pintor Georges Bracque.
Como tantas otras veces el borramiento del otro se demostraba no sólo indeseable sino imposible. El tango –o la música de Buenos Aires, si se prefiere– estaba lejos de la homogeneidad y mientras unos declamaban a la patria con discursos autoritarios, desde otro lado se dibujaba un lenguaje que, como el propio tango, con su impureza y su permeabilidad a los sonidos de su tiempo, acabaría siendo una de las músicas más propias y reconocibles de esa ciudad. Unos años después, cuando Sosa prometía el escarmiento para quienes bailaban otra música, Piazzolla volvía a dejar un mojón, “Tango para una ciudad”, que, con su impulso fabuloso, con ese swing casi en el aire, dibujaba un nuevo mapa para Buenos Aires.
Diego Fischerman es autor del blog El sonido de los sueños: https://xn--sonidodesueos-skb.com/