Las fechas conmemorativas muchas veces cargan con la necesidad de explicar(se): ¿por qué hace falta una fecha definida para seguir hablando de ciertas cosas? ¿Cuál es la razón para enfatizar reivindicaciones que podrían parecer ya instaladas en la conciencia colectiva?
Cuando hace 8 años cientos de miles de mujeres de todas las edades, solas, acompañadas, en familia, con amigas y compañeras salieron a las calles para manifestarse frente a los femicidios, sentimos que algo que había cambiado. Que todo el esfuerzo colectivo desde el que se lograron a lo largo de los años conquistas importantes enmarcadas en leyes, programas, instituciones, no permitiría retrocesos.
Eso no es así. Si bien es importante celebrar la construcción colectiva, valorar los esfuerzos de instituciones y personas que mueven las barreras en el mundo público y privado, que aceptan el desafío de gestionar en el marco de la inercia de la burocracia estatal; también es imprescindible cuestionar las resistencias, denunciar las falencias, superar la indiferencia y resistir la resignación. El mismo avance se pone en riesgo cuando recibe el constante desafío de las experiencias cotidianas, de instituciones que permiten las violencias dentro de sus propios ámbitos, y también las experiencias de aquellas mujeres que no encuentran el apoyo necesario para superar relaciones marcadas por la humillación y las violencias, que no quieren permitir que esa situación que están atravesando las defina.
Llegamos a este 3 de junio con una cantidad de femicidios que no cede, con denuncias de violencias por razones de género que no encuentra respuestas suficientes de la justicia ni de las políticas públicas en distintos puntos del país; con un impacto de la desocupación y la informalidad en el empleo que golpea especialmente a las mujeres y a los hogares de jefatura femenina, empobreciendo a la niñez y condicionando su desarrollo; con mujeres adultas que viven más, pero no necesariamente viven mejor. Llegamos con políticas que ignoran todavía la necesidad de mirar la interseccionalidad indispensable en las respuestas estatales, como si las mujeres fuéramos un todo homogéneo y la situación de discapacidad, la pobreza, las condiciones de vida no fueran consideraciones indispensables que se suman, no se fraccionan.
Lo que es más grave, llegamos a este 3 de junio con voces públicas que cuestionan el trabajo de los ministerios sectoriales y de las oficinas encargadas de impulsar las políticas para la igualdad de género desconociendo el trabajo que se hace, más enfocados en cuestionar con mirada partidaria y subirse a la velocidad con que multiplican los prejuicios en las redes sociales que en analizar de manera empírica el esfuerzo que se despliega y el impacto (aún todavía incipiente) de las políticas públicas en las vidas que ayudan a transformar.
Frente a la dimensión del problema, las respuestas son complejas y de largo plazo. Eso debe servir de impulso para monitorear, evaluar y mejorar, sin propuestas que parecen irreflexivas reclamando que hay que cerrarlo todo y empezar de nuevo.
Las políticas contra la violencia de género deben ser una prioridad en el cumplimiento de las obligaciones asumidas por el Estado, de manera muy especial en el actual contexto de crisis. La prevención y atención temprana tiene un impacto positivo en mejorar la vida de las mujeres y en reducir las brechas de desigualdad.
En tiempos de campañas electorales cuando los temas de agenda pública parecen enfocarse en otras urgencias, es momento de pensar cómo seguimos. Si las políticas no han logrado todavía prevenir los femicidios ni han logrado desplegar todo su potencial en la protección de las mujeres, ¿será que hay que cambiar el rumbo? ¿Será que las instituciones que se crearon en el Estado nacional y los estados provinciales no son útiles?
Muy por el contrario. Hay que trabajar más y mejor, con una institucionalidad más coordinada, más recursos técnicos y presupuestarios, más colaboración entre los poderes del Estado, pero no menos políticas. Que las reflexiones en este nuevo aniversario de las marchas reclamando “Ni una menos” nos permitan reforzar el compromiso con una democracia sólida, inclusiva, ocupada en mejorar las condiciones para el desarrollo con autonomía y con igualdad.
NG