El mundo del pobre, del preso, del enfermo y del inmigrante es muy áspero cuando uno está sufriendo de alguna de esas aflicciones. Pero ¿qué decir si se llega al menesteroso desde “La Stufetta del Cardenal Bibbiena”?
“La Stufetta” es una pequeña habitación ubicada en el tercer piso del Palacio Apostólico del Vaticano, diseñada en 1516 como sala de baño para el secretario privado del Papa León X y decorada con frescos renacentistas de inspiración clásica, concebidos por Raffaello Sanzio y ejecutados por sus asistentes en el taller. Los mejores soles del verano y del invierno acarician los vitrales del oeste, y se despatarran sobre una Venus eternamente naciente.
De esa obra de arte salía el Papa Francisco, cuando iba a visitar a los clochard (los sintecho) en Roma. Al poco tiempo de llegado al Vaticano, y sobre una iniciativa del arzobispo polaco Konrad Krajevski, el limosnero pontificio, el Papa le otorgó el plácet para que en un puñado de parroquias romanas se brindara un servicio humanitario. Agua caliente, corte de pelo y barba, y comida para los carentes. Cuando los párrocos preguntaban tímidamente “¿quién paga?”, la respuesta era “paga el Papa”. Un abrazo del Santo Padre para devolver dignidad a quienes no la sentían.
¿Y si se llega a los ojos de los presos luego de haber visto el tapiz de Rafael Sanzio que se encuentra en la Pinacoteca Vaticana? Forma parte de la serie “Los Hechos de los Apóstoles”, encargada para la Capilla Sixtina. Esos tapices fueron tejidos en Bruselas. Posiblemente el más bello, “La Lapidación de San Esteban”, fue elaborado en lana, seda, hilos de oro y plata, y es una alhaja de manufactura flamenca.
Acaso con la pupila ligeramente contraída para proteger la retina, el Papa entró en la prisión de Regina Coeli (Reina del Cielo), y se encontró con 70 reclusos en la Rotonda Principal. Es la cárcel más conocida de Roma y fue construida como convento católico en 1654. Fue el último jueves Santo, el 17 de abril. Francisco quiso –como Jesús con sus discípulos– hacer el lavado de los pies, pero no estaba en condiciones por su salud. “Este año no puedo”, dijo, “pero sí puedo y quiero estar cerca de ustedes”.
“Vaticano 3”, en el Hospital Universitario Agostino Gemelli de Roma, es como se conocía a la habitación del Papa. Es un espacio que le garantizaba privacidad, comodidad y seguridad. Tiene mobiliario blanco, cama, televisor y baño privado, además de un equipo médico especializado para monitorear los signos vitales. Dispone de una capilla reducida, con un crucifijo, donde se podía celebrar misa si la salud lo hubiese permitido. Amplios ventanales permiten la entrada de la luz y ofrecen vista a la entrada principal del hospital. El control de seguridad del décimo piso estuvo a cargo de la Policía italiana, la Gendarmería vaticana y el personal de salud. Pero no todos los enfermos acceden a lo mismo.
Vinicio Riva se encontró con Francisco el 6 de noviembre de 2013, en la Plaza de San Pedro. Hasta 2024, año en el que murió, el nacido en Vicenza padeció de neurofibromatosis tipo I, una condición genética que le causó tumores en el tejido nervioso y le provocó deformidades en la piel y los huesos. “Primero le besé la mano”, dijo, “mientras él con la otra me acariciaba la cabeza y las heridas. Luego me acercó y me abrazó fuerte, me dio un beso en el rostro. Mi cabeza estaba contra su pecho y sus brazos me acogían.”. Riva relató que su piel había perdido la elasticidad y las heridas le cubrieron los ojos, pero podía ver. Los pies se le deformaron y estaban devastados por las llagas. Tenía mucha comezón y cada mañana amanecía con una malla de algodón empapada de sangre. Su enfermedad no es contagiosa, aunque Francisco no lo sabía. “Pero lo que más me ha impresionado”, añadió, “es que no se puso a pensar si abrazarme o no. Lo ha hecho y ya: me ha acariciado todo el rostro y mientras lo hacía solo sentía amor”.
El primer viaje pontificial de Francisco fue a la isla siciliana de Lampedusa, el 8 de julio de 2013, la “Puerta de Europa”, que no es real, no tiene fuentes monumentales, ni jardines paisajísticos, ni observatorio astronómico, ni fines recreativos. Sí, un monumento llamado “Porta d'Europa”, diseñado por el artista Mimmo Paladino. Este monumento, inaugurado en 2008, está dedicado a los migrantes que han perdido la vida en el mar durante su intento de llegar a Europa. Es un recordatorio conmovedor de las historias de lucha y sacrificio que han marcado a la isla.
Por sus palabras, pronunciadas en la homilía de la Santa Misa celebrada en el recinto deportivo Arena, con el altar montado sobre una pequeña barca, rondaron las numerosas muertes en el mar que lo habían impulsado a ir a Lampedusa. “Para rezar, para hacer un gesto de cercanía, pero también para despertar” las conciencias sobre los peligrosos viajes de los migrantes, que comparó con “una espina en el corazón que trae sufrimiento”.
La mañana del 21 de abril el cardenal Kevin Joseph Farrell anunció la muerte de Francisco. Farrell, camarlengo del Vaticano, es un alto funcionario encargado de administrar los bienes y asuntos temporales de la Santa Sede durante el período conocido como Sede Vacante. El tránsito de Francisco por la Iglesia Católica no va a cambiarla drásticamente. Unas de sus últimas palabras fueron: “hemos construido un mundo que funciona así: un mundo de cálculos y algoritmos, de lógicas frías e intereses implacables”. Tal cual. Pero debajo de su sotana y su solideo blancos, se expande la sensación de que esa persona era como parecía ser. Es posible que la Iglesia no sea definitivamente otra, pero lo van a recordar los pobres, los presos, los enfermos, los inmigrantes. Aquellos por quienes, durante su vida, el Papa Francisco quiso ser recordado.
RB/MG