Alarmados por el #Atlanticazo, el Instituto Argentino de Petróleo y Gas (IAPG), sacó ayer un largo hilo de Twitter con falsas narrativas para tratar de contrarrestar la falta de licencia social que tienen los proyectos hidrocarburíferos offshore en la Cuenca Argentina Norte, frente a las costas bonaerenses. La masividad de las protestas, y el reciente Chubutazo que terminó impidiendo la megaminería en la meseta patagónica, debe haberlos puesto en alerta.
Lo más importante de todo es refutar el principio esencial. Petróleo hay en la Argentina. Gas también. Lo que no hay es atmósfera que pueda seguir conteniendo la enorme cantidad de emisiones de CO2 y de metano que la quema de ambos productos significa. Y esto es lo que está llevando al colapso de todos los sistemas terrestres, no sólo en lugares remotos, como la Antártida o Groenlandia -ambos, en la lona-, sino en la Patagonia con feroces incendios, una sequía que pone en jaque al propio sistema extractivista en la pampa húmeda y aledaños. El Servicio Meteorológico Nacional admitió que 2021 fue un año cálido récord, sobre todo en el Sur, donde la temperatura ya ha subido entre 1 y 2 grados, según la zona.
“Existe una embestida sin precedentes en contra de los hidrocarburos, que hoy representan la mitad del consumo mundial de energía”, se queja el IAPG. ¿Y cómo no habría de ser así? La industria petrolera sabe desde los años 60 que sus productos iban a llevar al planeta a un lugar insostenible, y aún así, empujaron narrativas falsas para mentir, demorar e impedir la acción que detuviera la catástrofe en la que hoy nos encontramos. Para eso, no sólo usaron lobistas, sino también políticos, científicos comprados, agencias de publicidad, economistas y sí, también periodistas. Todo para convencernos de que no hay alternativa de desarrollo sino es con el petróleo. ¿El resultado? La temperatura promedio mundial ha aumentado 1,2 C desde la era preindustrial, retrotrayendo 120 mil años las condiciones de la atmósfera, cuando ni siquiera el ser humano se había parado en sus dos pies. Esto afecta no sólo la composición física del Planeta sino también a todos sus seres vivos, incluyéndonos.
El IAPG dice que “no es cierto que (los combustibles fósiles) puedan ser reemplazados por energías renovables”. Eso es absolutamente falso. De hecho, las energías limpias son mucho más fáciles de desplegar y más democráticas. Pero en la Argentina este tipo de generación no va a despegar de la manera que se necesita mientras la industria hidrocarburífera siga teniendo estímulos del Estado -o sea, de todos nosotros- para seguir desarrollándose. Los proyectos de gas cobran jugosos incentivos públicos en todas las cuencas, pero sobre todo, en Vaca Muerta. Los beneficios, que pagamos cash y en dólares, se extienden por ocho años para los proyectos offshore. O sea, te sacan la plata pero te dicen que te haces rico. Es un oximoron.
También, el IAPG dice que no existe ningún país en el mundo cuya matriz energética no dependa del petróleo. Y ese es precisamente el problema. La transición no está ocurriendo lo suficientemente rápido como para salvarnos de los peores efectos del cambio climático. Sin embargo, el IAPG omite recordar que la propia Agencia Internacional de Energía, el oráculo establecido por la misma industria en los 70, dijo el año pasado que a partir de ahora no podrían haber nuevos desarrollos de gas y de petróleo si el mundo no quiere pasar la terrible barrera de un aumento de temperatura de 1,5 C, que es la meta establecida en el Acuerdo de París, al que la Argentina suscribió. Recordemos que el país también se comprometió a tener cero emisiones en 2050, una fecha que está acá a la vuelta de la esquina.
Otra narrativa falsa es el papel del gas natural en la transición energética. Es cierto que el gas natural contamina menos que el carbón, que sigue siendo el combustible más utilizado en los países asiáticos. Pero eso no lo hace bueno. Ni mucho menos. El metano, que es la principal molécula del gas natural, es hasta 86 veces más contaminante que el CO2, porque tiene un poder inmenso para retener los rayos ultravioletas del sol: los que calientan el clima. Ni siquiera tiene sentido esa afirmación. Que el lobby de la industria esté tratando de convencer a la Comisión Europea de que es una energía de transición no habla de las realidades de la física de la atmósfera, que es lo único que interesa.
“La creencia de que las energías son la solución al problema es un mito”, dice el IAPG. Otra falsa narrativa. Los científicos señalan que las redes de energías limpias integradas son la solución al problema de la intermitencia, es decir, para compensar la generación de cuando el sol no está brillando o el viento no está soplando. La Argentina cuenta con recursos eólicos y solares envidiables que le permitirían sortear estas dificultades. Pero para eso, hay que tener visión. No seguir escuchando los cantos de sirena de la industria fósil.
Y claro que hay que electrificar toda la matriz. Porque es cierto que usamos mucho gas en nuestras casas, contaminando nuestros propios hogares, y que vamos a tener que emplear otras formas para cocinar, calentar el agua con la que nos bañamos o lavamos los platos y calefaccionarnos. Y eso no sólo es un desafío. Nos conviene. La gente que tiene termotanques termo solares no paga ni un centavo por el agua caliente. La transición, además, genera empleo genuino. Tanto en Europa como en los Estados Unidos se está empezando a prohibir el gas natural en los edificios nuevos.
“¿Quién financiaría esa costosísima transición?”, se pregunta el IAPG. ¿Y quién paga los costos asociados al cambio climático? ¿Por qué no incluyen en su cuenta las pérdidas, por ejemplo, en las cosechas que ya experimentado la Argentina? ¿Qué pasaría, por ejemplo, si se mantienen las proyecciones de aumento de la temperatura y se inundan las ciudades costeras, incluyendo Buenos Aires? ¿No sale caro eso? ¿Qué es más barato? ¿Que se derrita la Antártida, que nos quedemos sin glaciares, o empezar la transición?
El año pasado, el IPCC, que es el panel gubernamental de Cambio Climático de la ONU, cuyo comunicado final está avalado por todos los gobiernos, incluyendo el nuestro, señaló que hay que reducir las emisiones mundiales a la mitad para 2030, y llevarlas a cero a 2050. Para eso, hay que dejar de producir energía a partir de los recursos hidrocarburíferos que se esconden en el subsuelo, tanto en tierra como en el lecho marino.
Y este es el punto final que hace el IAPG en su extenso hilo de Twitter. Admite que las exploraciones se llevarán a cabo a 4 mil metros de profundidad. Ese es un problema no una solución: allí es donde la poderosa corrientes de Malvinas, que es un flujo que se desprende de la corriente circumpolar Antártica, choca contra la “pared” de la plataforma continental, trayendo a la superficie los nutrientes que son la base de la cadena trófica de todo el mar argentino. Como decía el biólogo marino Claudio Campagna, una eminencia mundial, si querés arruinar todo el océano, hay que ir al talud, que es lo que fertiliza al resto del océano.
O sea: que las exploraciones y eventuales explotaciones se realicen “lejos” de la costa, no significa nada. Es más: oculta el hecho que se hace en el área más sensible del mar. Justo donde se alimentan las ballenas, migran los pingüinos, desovan las especies. Son los científicos más destacados de la Argentina y las organizaciones que los nuclean los que están literalmente alarmados por lo que está por suceder en el mar. Y por eso, uno tras otro, han manifestado su rechazo más categórico a los que el ministerio de Ambiente les acaba de dar su rúbrica. Esto no nos debería dar tranquilidad, sino todo lo contrario. Significa que en la Argentina gana el lobby y nadie controla. Por eso, la ciudadanía se levanta.
MA