La política del yo viene con premio consuelo: la renuncia. Te candidateás, no camina (subiste para bajarte), y entonces bajás y se completa el círculo. Cierta moda es renunciar. Y para dar a conocer el renunciamiento, videos. El presidente Alberto Fernández metió 7 minutos y pico, que es lo que dura más o menos la canción “Cadenas y monedas” de Litto Nebbia. María Eugenia Vidal renunció también y apagó el raid en el que se sintió obligada a repetir por un mes que la política era un teatro sin público, o algo así, y con ojos desencajados por la consagración de al fin tener una idea “sincera” sobre las cosas. Mauricio Macri la saludó. Son los instantes felices en que ganó la batalla la frase suelta de John Holloway: “cambiar el mundo sin tomar el poder”. Mientras, hay quienes sí quieren el poder. Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich siguen y Javier Milei sigue agitando su renuencia a cualquier pragmatismo (todas sus respuestas son programáticas, de ahí lo insólito). El cristinismo lo hizo fácil: se quedó en el poder pero dice que no lo tiene. Y quizás veamos que en su ímpetu narrativo mencionen estos cuatro años de comodidad presupuestaria y libre uso de la palabra opositora como años de “resistencia”. La résistance.
No vimos venir lo que el título de Holloway incluyó también: la autoayuda del político para tiempos intransformables, porque lo que transforma el mundo ya no queda en Balcarce 50, cosa que también sabe Balcarce 50, el edificio melancólico que sufre porque la quinta de Olivos es el barrio privado al que eligieron mudarse los presidentes prácticamente tiempo completo. Si la política sólo quiere escucharse a sí misma con sus “clases magistrales” en medio de la crisis, quizás como dice Mariana Moyano, lo que le hace falta es más bien lo contrario: una “escucha magistral”. Que la política ponga la oreja en lo que no es la política.
Lo que no se negocia
La pregunta del año (de todos los años): qué piensan los jóvenes. Trillada y defensiva. Lugar común. Los que tienen entre 18 y 25. La edad de los que, hace más de cuatro décadas, iban a la guerra, a la guerrilla, a la colimba, al frente, a Ezeiza, a Woodstock o a la compañía de monte; la edad de los que hoy son un coto de flexibilizados, nativos digitales, autopercibidos y que nos hacen viejos a velocidad.
Lugar común también: repetimos que todo se hace viejo, que en cinco minutos nos convertimos en Abraham Simpson, que el mundo es desconocido, que no lo entendemos. La imagen de una familia comiendo delante del televisor ya resulta entrañable (mirarlo al hombre de Neandertal, a mamá y papá y los chicos frente a la misma pantalla). De golpe, toda la juventud que no somos, toda la digitalización que no aprendemos, toda la inteligencia artificial que no usamos. Y ahora desarmamos el establo de los niños rodeando al abuelo para oír el cuento mundial y somos los abuelos rodeando a un joven del que extraeremos la forma de ser del nuevo mundo porque no sabemos cómo sentir. Despabilate, nene, y decime si soy inteligencia artificial.
Frente al flagelo sobreactuado donde todos se autojubilan, Francisco intentó algo en el documental –producción de Disney– “Amén. Francisco responde”: se sentó a conversar. Llegar vestido de lo que sos e irte vestido de lo que sos. Conversar con jóvenes. Bah, con algunos, unos “elegidos” especialmente. Diez. El hombre escuchó y también bajó línea. Sencillo y las dos cosas. Escenificación de la cultura del encuentro, y de sus límites. Los chicos buscando la vida y el Papa. Hay silencios. “Amén” es un texto de los límites. Lo rodeaba una vendedora de contenido porno, un chico abusado en un colegio del Opus Dei, una que colgó los hábitos, una católica por el derecho a elegir, un migrante africano; y así más o menos todo un crisol de sensibilidades que comparten la lengua universal de la clase media occidental. Algunas preguntas pavotas (¿usa celular, cobra sueldo?), pero no iban a tardar en aparecer los nudos. Las preguntas difíciles. Y a eso se expuso de antemano. El Papa por un momento respondía con el virus contemporáneo encima: escuchar como si él no tuviera el poder.
La simple vista arroja el resumen de un cálculo: las conversaciones “incómodas” pero controladas entre jóvenes laicos y religiosos e Iglesia. Un scouting premeditado con lógica de cupo, el “recorte” de una generación de excepcionales, con “algo para decir”, con una “identidad”, una “historia de vida”. Nadie parecía común, del rebaño, del montón. Todo era un poco lavadito. Una especie de Internacional del Progresismo Mundial. Pero los problemas de Francisco no están exactamente ahí. El Papa que recibe un pañuelo verde es el Papa que surfea un equilibrio difícil en la Ucrania invadida, en la crisis migratoria, en el invierno demográfico en Europa, en las guerras santas, en la debacle ambiental. A todos tuvo algo para decirles, incluso a la más creyente y fervorosa, una preciosa chica española que sufría ante la falta de espiritualidad de algunos otros en la sala, a la que el Papa le dijo –conmovido por su fe– que también se dejara zamarrear. Va a venir la oscuridad, abrile la puerta. Algo así le dijo.
Observó Pablo Semán que faltó alguno que hablara “la lengua de los milagros, aquella que hablan tan bien los pentecostales” (con millones de iglesias de garaje en nuestras tierras), y apenas se escuchó un “Pastor” en boca de una de las chicas. Faltaba en esa mesa un defensor del capitalismo, un chico empresario, CEO, fundador de start up que le dijera “Francisco, sin la iniciativa privada, ¿cómo se hace?”. Para que la doctrina social fuera zamarreada y puesta a dar respuestas menos automáticas, sin frases con las que nadie no puede estar de acuerdo. Faltó quizás un sindicalista, alguien que arrastrara el dilema del siglo: ¿qué es el trabajo? Francisco se propuso dejar una Iglesia con todas las condenas al día. Y sobre el final de una conversación tan cálida, Francisco observó que “esta fraternidad no la tenemos que negociar nunca”. La amenaza del siglo, ¿cómo hacer fraternidad con tanta desigualdad y tanta diferencia? ¿Qué es exactamente lo primero que hace falta reconstruir? Francisco anotó el punto. Sarmiento escribió una vez en francés: “Bárbaros, las ideas no se matan”. Francisco dice: “Las ideas podemos negociarlas, la fraternidad no”.
A ras del suelo
Diego Fracchia es profesor en la Universidad de Tres de Febrero. Semana a semana se para delante de unos jóvenes a los que describe de “capas medias” y en los que identifica a ojo en ellos un altísimo número de primera generación de universitarios. La materia que da junto a otros docentes –él es historiador, hay otros de Filosofía, Sociología, etc.- es “Introducción a la Problemática del Mundo Contemporáneo”, que junto a otras tres materias forman un ciclo inicial común a todas las carreras. En la materia se ven las transformaciones en el mundo del trabajo, la digitalización, la virtualización. Fracchia dice que la dinámica de taller hace que “los estudiantes tomen la palabra, se producen intercambios, se abren preguntas, y se intenta integrar lo que ellos traen”.
Un día decidieron sistematizar la información como insumo para la clase. Armaron un formulario de Google para que los estudiantes respondan de manera anónima y voluntaria. “Queríamos evitar la respuesta políticamente correcta que aparece en la clase presencial. Y por eso el cuestionario anónimo”, dice Diego. El cuarto oscuro de las respuestas. Lo empezaron el año pasado y tuvieron cerca de trescientas cincuenta respuestas. “Preguntamos por el funcionamiento del sistema democrático representativo, si se sienten representados, qué lugar ocupa la ideología en sus vidas, si reconocen identificación con alguna ideología, si irían a votar aunque el voto no fuese obligatorio, si sienten que la política se ocupa de sus problemas.”
Los datos señalan que son más lo que no se sienten identificados con alguna ideología política que los que sí (51 por ciento contra 44 por ciento). La abrumadora mayoría no interviene en las redes sociales opinando sobre problemáticas políticas (casi el 70 por ciento) ni participó de una movilización (casi el 60 por ciento). ¡Nunca fueron a la Plaza ni tuvieron el gusto de tuitear en el baño! Solo el 9 por ciento se siente representado políticamente; más del 50 por ciento se siente “poco representado/a”. Pero la mayoría más alta –la que supera el 70 por ciento– es la del “nunca” haber votado en blanco o impugnado el voto, y la de que “nunca” faltaron a votar.
Las respuestas no sorprenderán. El profesor observa “una actitud mayoritaria de alejamiento, un abismo entre lo que sucede al ras del suelo y lo que se debate en el universo representativo”. En el acotado universo de los jóvenes consultados palpó la actitud más evasiva y desinteresada, “pero no desinteresada –dice Diego– simplemente como si fuera un desinterés temporal que tiene que ver con quiénes son los representantes o los posibles candidatos actualmente, sino que es un desinterés de descreimiento y un desconocimiento acompañado por la pregunta de para qué conocer sobre esto”. La tortura de los intensos: los indiferentes.
Hay un detalle. Se alejan de la política, no la conversan, en su mayoría; a la vez, dicen que irían a votar incluso en caso de no estar obligados –el 60 por ciento eligió “siempre” –. Huellas confusas: lejanos, indiferentes, enojados y obedientes. “La política –propone Fracchia–está dejando de ser experimentada como fuente de soluciones a los problemas o como un espacio del cual puede sobrevenir alguna modificación, transformación, y entonces, ¿qué otros espacios se presentan como lugares desde los cuales pueden provenir esos cambios que afecten positivamente la vida de las personas?”.
Hay hombres…
Esta misma política tan rota acaba de perder estos días un pedazo de hombre en el camino. A Jorge Rulli. Su último domicilio existencial estaba fijado en el Grupo de Reflexión Rural, anti transgénicos a rabiar. Fue JP cuando eso era el desierto. Como dice un viejo compañero suyo: “Para Jorge el peronismo había terminado en los setenta y lo vinculaba con una visión ética”. “Políticos y operadores primero; militantes robotizados después, sería su explicación.” Ante la muerte del “Canca” Gullo en mayo de 2019 se me vinieron las primeras líneas de un poema de Wallace Stevens que dice: “El alma, dijo, está compuesta /del mundo exterior. // Hay hombres del Este, dijo,/ que son el Este./ Hay hombres de una provincia / que son esa provincia. / Hay hombres de un valle / que son ese valle.” Hay hombres del peronismo que son el peronismo. Jorge Rulli completa ese círculo porque hizo pasar por su cuerpo la Historia. Electricidad, sangre y tinta por esas venas. Incomodó a propios y extraños. La rara conjunción para este tiempo: un hombre libre.
MR