El cinturón fanático del mundo apretó sin llegar a ahorcar: después de comunicar que dejaría de publicar contenido sexual explícito a partir de octubre, la empresa OnlyFans reconsideró su decisión. “Contamos con las garantías necesarias para apoyar a nuestra diversa comunidad de creadores”, tuiteó a mitad de semana, cuando el rumbo “saneador” e higienista parecía inexorable. Con más de 120 millones de suscriptores que abonan una tarifa mensual y transfieren dinero toda vez que un video, una foto o un mensaje privado estimula sus sentidos, la plataforma creada en Londres en 2016 por el aún treinteañero Tim Stokely se sobrepuso así a una cacería que tuvo mucho de prohibicionismo antisexo y poco (o nada) de lucha contra la trata. Un clásico del ímpetu neoconservador.
Las denuncias que acompañan el episodio OnlyFans parten de la falta de monitoreo de suscripciones de menores de edad (un investigador encontró una cuenta de un niño de 10 años) a la disponibilidad de material audiovisual vinculado al abuso y la explotación sexual de menores. La BBC produjo el documental #Nudes4Sale, puntapié del affaire, y corroboró la existencia de adolescentes (algunos, de 18 años) ofreciendo aventuras varias en otras redes -sobre todo Twitter y Snapchat- con links que redireccionan a OnlyFans. Según esta información, esa franja teen equivale a un tercio de los productores de contenidos alojados en la plataforma. Casi (nada) ángeles. Tampoco demonios. En el medio, vacío legal: en el Reino Unido no impera requisito normativo alguno para que las máquinas controlen aquello que es penalmente dependiente de lo que produce un creador y consume un cliente.
Ya en estado de expansión y alarma, en 2019 la firma introdujo un nuevo proceso de verificación de sus cuentas: una selfie que constate la identidad de cada quien. A eso le siguió un documento de identidad al lado de la cara en esa misma selfie. Pero la BBC habló con una adolescente de 17 que logró entrar a los 16 y “sobrevivir” allí sin ser descubierta durante seis meses. Y ganar dinero, claro. La discusión sobre minoridades, pornografía, adultos responsables y “salida laboral” inmediata es una. Otra, el estupor que despertó el descubrimiento de un video de un hombre que come mierda, archivo citado como ápice del desagrado. Otra, los interrogantes sobre el destino inmediato de esa inestimable cantidad de trabajadores sexuales que encontraron en el sitio un espacio seguro de desarrollo profesional. Y otra, el uso que la organización financiera hizo, hace y hará de las culturas sexuales queer.
En este sentido, el realizador audiovisual y activista mexicano Leo Herrera acertó al encuadrar la medida de OnlyFans como un capítulo más del extractivismo que las redes sociales hacen de las “extravagancias” no heterosexuales. Construyen sus bases de datos y acumulan billones refugiando a los prófugos del régimen de la normalidad coital pero cuando sostenerlos demanda mucho “esfuerzo, coraje e ideas”, escribió Herrera, los prohíbe. No sorprende, de hecho, que la marca de Stokely haya calificado como “diversa” a la comunidad de onlyfaneros y se haya referido al “apoyo”. Como en una inextinguible fiesta clandestina, las “rarezas” sexuales van a parar a un túnel, redituable hasta nuevo aviso. Nunca oficial. La historia de las disidencias sexogenéricas se despliega aún hoy en tugurios, con socializaciones resistentes y experimentaciones refractarias a la cama matrimonial bien tendida. OnlyFans es refugio de gustos extraños. ¿Su marcha atrás cambiará la historia? ¿Seguirá siendo asilo para los sexiliados de siempre?
Ante ciertas audiencias, las experiencias en estos territorios se reducen a la fábula periodística de los universitarios musculosos que se hicieron millonarios en pocos meses de cámara en vivo, slip ajustado y sofá cama de fondo. Sin embargo, personas trans, no binarias, con cuerpos gordos, formas de todo tipo y tipos polimorfos pueblan desde el primer día OnlyFans, JustFans y en breve también SuperFollow, la pornoteca de Twitter. Solos, en pareja, en poliamorosas, polígamas o simplemente grupales circunstancias. Aislados o no tanto, antes o durante y después de la pandemia, porque si bien es cierto que el trabajo sexual se reconfiguró con el Covid 19 -encierro, baja circulación, muerte del turismo- esa reformulación debe ser llamada crecimiento, tal como se desprende del informe de Víctor Madrigal-Borloz, experto independiente en población LGBT de la ONU.
Es entonces deseable que de ahora en más la revisión de los términos y condiciones legales del proyecto no condicione ni ilegalice los términos de la representación. O sea, la expectativa es que la vidriera siga ostentando variedad para el gusto. Y acaso, que las administraciones de los países sepan que por más despliegue que ensayen, el comercio sexual ya no está dispuesto a pedir permiso y el porno tradicional hace décadas que murió. A la vez, en el fondo y en la superficie, una noción uniformada de placer sexual sanciona qué es explícito y qué no. Por el contrario, OnlyFans agrupa aquellas destrezas que -complejo clínico-médico mediante- supieron ser denominadas “parafilias”. Hoy se dice posporno.
Porno casero: quedate en casa.
FT