Una pareja heterosexual, lindos, jóvenes, ella empleada en un café, él artista (más tarde veremos que roba sillones y los exhibe en muestras de arte), almuerza en un restaurant. En un momento se ponen de acuerdo y simulan que es el cumpleaños de ella. Piden el mejor vino, le traen una torta y el restaurant entero le canta el cumpleaños. Ella sopla las velitas. Él le dice a ella que se levante y simule que recibe una llamada por teléfono. Ella lo hace y sale a la calle. Minutos después se lo ve al novio salir corriendo del restaurant con la botella cara de vino en la mano, escapándose del mozo.
Así empieza la película. Lo que uno podría pensar que es una simpática pareja de estafadores.
Escena siguiente, ella trabajando en el café. Fuera, la gente que pasa. Una señora, un señor con su perro. Ella sirve café. Es la típica empleada soñadora disconforme con su trabajo que imagina cosas, que fantasea con no estar ahí, que fantasea con que hay algo mejor esperando por ella en algún lado.
Fuera se escucha un grito seguido de ladridos de un perro. Uno entiende que hubo un accidente y de repente, una señora entra al café con una herida en el cuello (supuestamente la mordida del perro) de la que brama sangre. La señora cae al suelo y la única que se acerca es la chica empleada. La gente mira, filma, se tapa la boca a cierta distancia. A la chica se le mancha su camisa blanca con la sangre de la señora. Queda empapada con su sangre. Corte.
La chica empleada, todavía shockeada con su camisa empapada con sangre, le cuenta lo sucedido a un policía que le toma testimonio. Ella dice que lo que más la shockeó de todo fue que nadie, que ninguna persona se acercó a ayudarla.
Y es ahí que algo nos llama la atención. Porque simultáneamente vemos la situación real de lo que pasó y es que cuando la gente intentaba acercarse, la chica empleada los alejaba diciendo “no la toquen, no la toquen”. Entonces uno se pregunta ¿por qué cambia el relato? ¿Con qué sentido?
El policía la felicita, la considera una heroína, ella se alegra por el reconocimiento.
Vuelve a su casa y mientras camina por la calle exhibiendo su camisa manchada con sangre, la gente la mira, le frena, le pregunta si está bien y ella a todos les contesta que sí, que gracias y es ahí que empezamos a ver la realidad del personaje. Siente placer por ser el centro de atención. Estamos ante una adicta de la aprobación.
Llega a la casa, el novio primero está ocupado pensando su próxima muestra y no la ve, pero ella se encarga de que sí lo haga. Cuando ve su estado le pregunta si está bien, qué le pasó. Ante las constantes preguntas, ella relata los hechos a medias y en esa reconstrucción que hace, siempre es la víctima. Que podría estar lastimada, pero quizás no, pero quizás sí, que no me atacaron, pero que podrían haberlo hecho, etc. Relata el hecho en las reuniones con sus amigos, en las fiestas y cada vez que tiene oportunidad, ante la ya aburrida mirada de su novio que desestima: “bueno, pero pasaron dos meses ya”.
Ella piensa constantemente cómo llamar la atención.
Y ahí empezamos a ver cómo es en verdad la relación entre ellos. Compiten por hablar de sí mismos. En el post festejo de la exposición de él, ella simula ser alérgica a las nueces, sólo para robarle el protagonismo del discurso que no lo deja terminar de dar.
El punto de no retorno es cuando ella lee en Internet sobre unas pastillas (más fuertes que el xanax) que están produciendo una especie de reacción alérgica en la piel a todo aquel que la toma y tiene la maravillosa idea de ingerirlas para tener algo real con lo que la gente pueda compadecerse de ella.
Y lo que hasta ese momento parecía algo divertido, se torna denso porque uno se pregunta ¿hasta dónde puede llegar para ser el centro de atención?
Paralelamente él comienza a dar entrevistas por su muestra de arte (robar sillones de diseño y exponerlos) y empieza a hacerse “conocido”, algo que ella no soporta.
Después de ingerir una gran cantidad de dosis (se queda dormida en el trabajo, en la calle), finalmente obtiene sus frutos: le salen los primeros sarpullidos en el cuello y en el brazo, que luce con orgullo primero ante su novio (armando una escena de leer relajada en la cama con el brazo y el cuello ridículamente expuestos), y después ante el mundo.
Eso la lleva a estar internada y es ahí que finalmente logra su cometido. Todos están pendientes de ella. La chica, en la cúspide del goce, imagina cómo será su funeral colmado de gente que la llora a mares, imagina cómo su historia se viraliza y se hace conocida, cómo la invitan a programas para contar su caso. Cómo se transforma en modelo de un catálogo inclusivo. En su imaginario ella siempre es famosa, reconocida, aprobada, mientras sigue llenando su cuerpo de pastillas rusas que le provocan cada vez más alergia en la piel, hasta deformarla por completo. Ahora ya no es sólo un sarpullido, ahora su cuerpo está completamente deformado. Es otra.
Y pienso en esos (¿falsos?) intentos de suicido que se anuncian en televisión o en esos accidentes en los que mueren influencers y youtubers en el momento en que filman un video para generar ese dulce contenido que atraerá miles y miles de likes.
¿Acaso las redes nos están enfermando sin darnos cuenta? ¿Cuántas pequeñas enfermedades nos provocamos cotidianamente a nosotros mismos?
¿Qué sos capaz de hacer con tu cuerpo, con tu persona, con tu vida para ser el centro de atención, para que hablen de vos y buscar la aprobación?
Pero tranquilos que, así como las redes te quitan también te dan y es totalmente entendible que se viralicen videos de gente dándose golpecitos en el cuerpo mientras repiten como un mantra “yo me quiero”, “yo consigo lo que quiero” “yo me gusto”, “yo me apruebo”. Gurúes del bienestar y la salud que encuentran esa rendija en nosotros por la que colarse y acariciarnos el alma.
¿En qué momento dejamos de querernos?
Y como dice la protagonista de la película en el grupo al que acude, mientras está acostada haciendo un ejercicio mirando el cielo: “me encanta la vida, me encanta la vida”
Y yo me pregunto: ¿Sí? ¿Nos encanta la vida?
La película se llama “Enferma de mí” de Kristoffer Borgli, es una coproducción de Noruega y Suecia y se estrenó en el año 2022.
GH/MG