Medio Oriente ha vivido la semana de mayor tensión bélica desde que Hamás perpetró el ataque terrorista contra Israel el 7 de octubre del año pasado. Desde el martes, las fuerzas armadas y los servicios de seguridad israelíes han golpeado casi cada día a la milicia Hezbollah, con una acción cada vez más impactante. La última, haber matado a dos de sus comandantes a través de un ataque aéreo en el sur del poblado Beirut.
El volumen de la acción militar refleja el mayor viraje del conflicto, de la Franja de Gaza a la frontera de Israel con el Líbano, donde Hezbollah tiene su principal base de operaciones, aunque en los últimos años ha logrado ganar tanta presencia y margen de acción en el territorio como el propio gobierno libanés. El ministro de Defensa de Israel ha declarado que se ha entrado “en una nueva fase” de la guerra.
La pregunta entonces que sobrevuela Europa ahora es si no estamos a las puertas de una nueva gran guerra en Medio Oriente. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, se lo dijo al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, este viernes: “Israel está empujando la región a la guerra”. El líder del gobierno hebreo respondió de la misma forma que suele hacerlo cuando alguien critica a Israel: el culpable es el otro. Hamás antes, ahora Hezbollah.
Es parte de un juego diplomático que no se sabe cuándo dejará de tener siquiera efecto retórico. En estos días, el alto comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas señaló que el ataque israelí que detonó numerosos beepers entre la población civil del Líbano puede considerarse un crimen de guerra.
Más de dos mil personas resultaron heridas -algunos de gravedad- para que Israel terminara con la vida de unos veinte militantes de Hezbollah. El ministro de Exteriores de la Unión Europea, Joseph Borrell, criticó la operación, y pidió a todos los actores que eviten una “guerra total, que tendría graves consecuencias para toda la región y más allá”.
Alemania, por su parte, redujo drásticamente el envío de armas a Israel agobiada por varias causas judiciales abiertas en el país que indican que algunas de las acciones del estado hebreo en Gaza están infringiendo los derechos humanos. Nada de todo eso, igualmente, hace o hará mella en el gobierno ultraderechista de Israel. Lo único que podría realmente tener impacto en sus decisiones es lo que diga Estados Unidos, y por eso Netanyahu viajó este fin de semana a Washington.
El presidente Joe Biden no quiere una guerra a gran escala en Medio Oriente porque podría generarle problemas a la candidata demócrata, Kamala Harris, de cara a las elecciones presidenciales de noviembre. Su contrincante, Donald Trump, volverá a insistir con que con él de presidente, Estados Unidos no deberá soportar más guerras. Extraño cuanto menos porque el magnate es uno de los principales sponsors de Tel Aviv y de Netanyahu. Como fuera, el gobierno de Israel necesita armas y el apoyo de los servicios de inteligencia estadounidense si piensa avanzar militarmente sobre el Líbano.
La respuesta pública más probable de la Casa Blanca volverá a insistir en la necesidad de lograr un acuerdo de alto el fuego en Gaza, que es lo que detendría a su vez los ataques Hezbollah en la frontera con Israel. Sin embargo, ¿tiene algún sentido lo que diga Washington más que venderle a la sociedad la idea de un gobierno que prefiere la paz a la guerra? El jefe de la diplomacia estadounidense, Anthony Blinken, lleva más de seis meses viajando de un país a otro de Medio Oriente para intentar -supuestamente- lograr un acuerdo de partes para poner fin a la guerra en Gaza; sin éxito, por supuesto.
La respuesta -del fracaso- quizás pueda hallarse en un reportaje exclusivo que publicó días atrás el canal de noticias de Israel “12 News”, en el que presentó “nuevos documentos y conversaciones inéditas que muestran los esfuerzos de Netanyahu para sabotear cualquier acuerdo” para liberar a los rehenes israelíes que mantiene secuestrados Hamás. La noticia no sorprende en absoluto. Integrantes del gabinete del gobierno hebreo, como el ministro de Defensa, Yoav Galant, -que integra la coalición que sostiene a Netanyahu en poder- han dejado en claro que la diplomacia no es una opción viable cuando se trata de Palestina o Hezbollah.
En suma, no habría más que hacer que prepararse para otra gran guerra en Medio Oriente con consecuencias inimaginables. El Financial Times lo expresó con claridad en su editorial de este jueves: “Un conflicto permanente será ruinoso para Israel y toda la región. Lo preocupante es que parecería ser el camino que Netanyahu está eligiendo”. El País, por su parte, también utilizó su editorial de este sábado con un mensaje similar: “El primer ministro israelí pone el foco de su estrategia belicista en Cisjordania y Líbano tras arrasar la Franja de Gaza”.
Desde que Israel ha iniciado su ofensiva contra Hamás (tras el ataque terrorista del 7 de octubre), el gobierno de Netanyahu ha contado con el recurso de agitar el fantasma del antisemitismo para silenciar cualquier crítica o denuncia. El actor español Javier Bardem, que recibió un premio a la trayectoria esta semana en el Festival de San Sebastián, dijo que “la sociedad está empezando a entender” que las críticas a Israel “nada tienen que ver con antisemitismo”, y que Estados Unidos y Reino Unido deberían dejar de apoyar al gobierno de Israel, el “más radical en la historia” de la nación hebrea.
Difícil mensurar si se trata de una expresión de deseo o un dato real, pero a estas alturas -y con una diplomacia declinante y vacua-, es legítimo pensar que la única opción para lograr un acuerdo que devuelva la paz a la región, resida en un cambio en el humor social, uno que comprenda que la defensa de Israel no debe estar necesariamente asociada al gobierno belicista de Netanyahu.
AF/DTC