Esta columna se sostiene en el rigor díscolo de relaciones que promueven un mapa de subjetividades. Sepa disculpar, lectora o lector, pero esta vez, en lugar de definir una zona, lo que sucederá aquí tendrá más que ver con un barrido richteriano de intensidades. Se inicia hospedándome en un hotel vacío en el barrio de Congreso en Buenos Aires. Sigue en las caminatas al atardecer por calle Rivadavia rumbo al Once. Se detiene en una noche de teatro retrospectivo. Arma un viaje relámpago a San Miguel de Tucumán. Se acelera con la conectividad y se frena ya de vuelta en mi ciudad, para quedarme enhiesta en el lecho de un río seco. Caminar un río se parece bastante al fin del mundo, al igual que hospedarse en un hotel porteño donde circulan los fantasmas del funcionariaje legislativo.
Estoy viendo la obra Ubú Patagónico de Mariana Chaud, quien presenta la retrospectiva de su trayectoria como actriz, autora y directora en el Teatro Sarmiento. Me encuentro sentada en la segunda fila de la platea, plena de pompa y boato. Jamás pensé que podría estar sentada entre notables. Me siento honrada, agradezco el teatro. Me pierdo en el delirio de un Jarry resignificado, reactualizado, reformulado, asistido, encontrado y refuncionalizado desde el absurdo y, al mismo tiempo, desde el lugar imperioso para la expansión del cuerpo patafísico.
La obra está compuesta por tres partes. La primera es una adaptación de Ubú Rey, momentos actuales y tiempos remotos confluyen al unísono, de a ratos se vuelve dramática, barroca y fútil. La segunda parte abandona a Ubú en su esplendor como gobernante y se dedica a otros textos no teatrales de Jarry, en los que surgen fragmentos de su novela Los días y las noches. En la tercera parte nos situamos en tierras patagónicas. El paisaje escénico es coronado por piezas de arte del escultor y maestro Gabriel Baggio, en convivencia con el vestuario agudo y monocromo creado por Gabriela Fernández, que con el baño de luces de Matías Sendón componen un cuadro suprematista y delirante que no para de moverse geométrico y orgánico en efecto dominó. Notable sensibilidad plástica de formas puras y absolutas con armonías al borde del abismo. Cuerpos, cuerpos, tercera y cuarta dimensión de cuerpos amontonados en el revuelque del amor y la piel. Las pieles y actuaciones son de Mariana Chaud, Marcos Ferrante, Santiago Gobernori, Nico Levin, Laura Paredes, Fernando Tur.
Textos tremendos vociferados en distintas armonías y volúmenes. Tapados de piel prohibidos, rubias, morochas, peladas, rengas, maltrechos, instrumentos musicales, armas, artes marciales, bonetes, un bombo al crepitar de un fogón que alimenta el pulmón de un canto, sonidos del Tirol, acordeones en pecho como escudos, la razón de lo telúrico desterrado y la denuncia, el peligro y la crítica. Una escenografía que se corporiza y cobra robustez en la acción de los protagonistas.
Ejercicio proscenio y fisiológico: seres humanos y objetos organizan una escena desde las destrezas más extremas. Alfred Jarry, protodadaísta y protosurrealista, quien estrenó en 1896 su drama Ubú Rey en el teatro de L’Oeuvre de París, recibiendo tomatazos por parte de un público burgués. Y aquí, hoy, Mariana Chaud, con un elenco de virtuosos óseos, kinésicos, lo arma de nuevo. La música de los colores planos, el cuero de un bombo legüero, el teclado de un acordeón, la música de Pablo Dacal, se despliegan en el éter. Se festeja ante meses de aislamiento. Se traspasa el espacio y somos puestos en peligro, estupefactos ante payadas marciales que se burlan del ejército, del poder, de las instituciones, del capitalismo, con un drama mórbido, anal y abyecto en fórmula Jarry+Chaud. Se teje el sonido de la legitimidad, se abraza una liana de texturas exactas que constituyen trayectorias. Se velan repertorios culturales desde las políticas del arte.
Viajo y me muevo al son de mis pensamientos cansinos. Me detengo un minuto en el trajín de ciudades distintas y distantes. Converso con la artista tucumana Rosalba Mirabella. Ella me refresca una imagen, aseverando: “Mi idea es traer a la conciencia esas sospechas de ‘lado B’ del álbum familiar, dando cuenta de aquello que queda por fuera de la fotografía. Recientemente volví sobre el autorretrato ampliando mis fuentes, incorporando imágenes que circulan y utilizando el dibujo detallista en contraste con trazos y tachaduras, como acción sobre el papel”. Se evocan imágenes ocultas que, aún omitidas, definen un territorio.
Sofía de la Vega, poeta e investigadora, nos acerca su visión del panorama tucumano: “En cuanto a la escena literaria y cultural, debo decir que Tucumán, como en casi todos los aspectos, tiene mucho movimiento. Creo que esto se da en parte por el papel importante que tiene la Universidad Nacional, en tanto que hay carreras de Teatro, Lutería, Danza, Artes Visuales, con el Taller C donde hay grandes exponentes del arte contemporáneo y una carrera de Letras, que por supuesto, no se dedican a enseñar a escribir, pero fueron vanguardia creando la materia Taller Literario y dando un espacio a los escritores. También la Universidad tiene una editorial, la EDUNT, donde, por ejemplo, se ha publicado la poesía completa de Inés Aráoz y Arturo Álvarez Sosa. En cuanto a lo literario específicamente, puedo decir que hace un tiempo abundan revistas-editoriales como La Papa, Elba Lazo, Revista Las Gárgolas”.
Así, calentando motores, oigo a Natalia Lipovetzky que, en un ejercicio de arqueología del monte tucumano, me acerca su libro Conversaciones con las piedras, recientemente editado. Me comenta: “Es un trabajo de varios meses donde he intentado retratar algunas piedras de mi colección. En ese acto de observación, surge un diálogo con las piedras. Preguntas y observaciones que las piedras me hacían mientras eran retratadas. De esa experiencia surge este libro editado por LUX, de Bahía Blanca”.
Germinan las voces de artistas, de piedras, de muertos, de militantes en Tucumán, aparecen imágenes opacadas por la Historia, resurgen conocimientos ancestrales. Y ahí emerge la voz docente de Carlota Beltrame. Viajo al cuchicheo de las randeras tucumanas. Me cruzo con el testimonio de Margarita Ariza. Me atrevo a espiar la exposición Randa Testigo que tiene lugar en la Casa Histórica-Museo Nacional de la Independencia. Randa Testigo es una exhibición que se despliega en territorio tucumano, en la que se expone el trabajo de las randeras Claudia Aybar, Agustina Sosa, Ana Belén Costilla Ariza, Marcela Sueldo, Ana María Toledo, Anice Ariza, Antonia Ariza, Cristina Costilla, Elva Aybar, Elba Sosa, Gabriela Belmonte, Tatiana Belmonte, Giselle Paz, Johana Elizabeth Pacheco, Johana Patricia Torres, Magui Ariza, Margarita Ariza, María Dolores Nuñez, María Marcelina Nuñez, María Laura González, María Magdalena Nuñez, Mirta Costilla, Silvia Amado, Silvia González, Norma Briseño, Julia Silvia Robles y Maira Alejandra Robles.
Margarita Ariza, de 69 años, me cuenta que es randera desde los 9 y que aprendió esta técnica de su madre, Juana Nuñi. Asevera: “Es un orgullo para mí estar participando de la muestra Randa Testigo, en la Casa Histórica de Tucumán, y muy agradecida a Alejandra Mizrahi por confiar en mi trabajo. Para mí es muy importante poder mostrar mi randa junto a las demás randeras de El Cercado, en este lugar muy importante en el que miles de personas, de muchas provincias, que visitan la Casa, comentarán de nuestra artesanía. Es una forma de difundir y darle el verdadero valor de la randa que fue transmitida de generación en generación a través de los años”.
Alejandra Mizrahi investiga el movimiento, la cultura y la técnica randa desde hace 10 años. En esta oportunidad ha curado esta exposición Randa Testigo: complexión, gestos, hábitos y maneras de estar en randa. Nos cuenta cómo ha organizado el trabajo: “Corporalidades, Materialidades y Hábitat son los ejes que atraviesan las redes de estos sutiles encajes en una íntima relación con la identidad del trabajo de sus autoras. Estas facetas entretejen personas e instituciones en un vínculo colaborativo que aúna esfuerzos para dar mayor visibilidad a este legado cultural. En la Casa de la Independencia, museo más visitado del país, puede verse el trabajo colectivo de las Maestras Artesanas Randeras de El Cercado en el MUMORA (Museo Móvil de la Randa), así como obra de la artista visual Carlota Beltrame y piezas patrimoniales”.
Mizrahi se detiene en las tensiones que se originan dentro del sistema del arte y los estándares de legitimidad. Recomienda la lectura de Silvia Rivera Cusicanqui. Lee la voz de cada randera en sus modos de tejer. Dentro de la exposición, se exhibe el MUMORA que han armado las randeras, donde se expone Autobiografías Randeras. Mizrahi detalla: “Ahí cada una ha tejido una randa como si hubiese hecho un autorretrato o hubiese escrito una autobiografía. Han elegido cada una la tipología: cuellos, tapete circular y rectangular, más chiquito, más grande…”.
En cuanto al trabajo de Carlota Beltrame, que se exhibe en las salas, constituye un repertorio de 6 fotografías que registran la intervención de Montoneros en la Casa de Tucumán en 1971, con randas de gran tamaño que velan la imagen. La autora nos cuenta de primera mano que comenzó a trabajar con la randa exactamente en el año 2000 y que en 2002 realizó una serie de randas a modo de escarapelas bañadas en cal, con la idea de que la cal pudiera ir corroyendo la propia obra. Desde entonces ha profundizado su investigación al respecto. En esta oportunidad, ante la propuesta de Mizrahi de exponer en este museo emblemático que forma parte del imaginario nacional, pensó en detenerse en un “acontecimiento impresionante” que a su modo de ver no permanece en la memoria: la toma de la Casa Histórica por parte de cinco montoneros jóvenes de 20 años en febrero de 1971.
Beltrame reflexiona: “Es una parte de la historia muy negada que se esconde, que trata de no mostrarse y me parecía interesante sacarla a la luz con una randa muy grande, cuya confección llevó dos meses, haciendo la traducción de las seis fotografías que registran en aquella intervención de Montoneros en la Casa Histórica. La randa es un textil que heredamos, de los holandeses, pero a través de España. Los españoles estuvieron un siglo ahí y llevaron los diferentes tipos de encajes, que son propios de la cultura flamenca y viene a través de los españoles a América Latina. En Europa desaparece este tipo de encaje que es el de malla, que es como una red de pesca, pero muy chiquitita sobre la cual se borda… En Europa persisten otros tipos de encajes entre los cuales predomina el encaje de bolillo, y acá queda en América Latina como una práctica arcaica… De la misma manera que quedan giros lingüísticos que ya no se usan en España y que son arcaísmos que todavía usamos, sobre todo en el Norte de Argentina son más notables”.
Beltrame prosigue: “Quería agregar una pequeña cosa: el 15 de febrero de 1971, que eran los últimos meses en los que gobernaba Onganía, en la dictadura de Onganía del ‘66, lo iba a suceder Lanusse, que es cuando Montoneros toma la casa y hace esa pintada en la sala de la Jura de la Independencia. Yo la asocio con Camnitzer, ¿con qué parte? Con la que él formula en su libro Didáctica de la liberación donde toma a Tupamaros como un antecedente de acciones que son políticas, pero son estetizadas o están estetizadas. En su libro, él nombra una serie de acciones de Montoneros. Yo digo Montoneros toma la Casa Histórica, la pintan, y que jamás fueron encontrados, los buscaron por todos lados, y fueron solo cinco chicos… A mí me interesa pensar en la misma línea en que Camnitzer piensa las acciones de Tupamaros: acciones que, desde la política, sin embargo, están profundamente estetizadas, porque parecen performances, prácticas participativas”.
El estertor de esta deriva tucumana atiende la instalación Rapsodia, del joven artista Mariano Martínez, curada también por Alejandra Mizrahi. Vemos el registro de su obra, nos detenemos frente a una pantalla en la que se siente el sonido de una bestia desgarrando tejidos, textiles y tramas. Volvemos a organizar un nuevo viaje para poder seguir narrando.
LS