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OPINIÓN

¿Quién es el padre?

Stephen Graham y Owen Cooper, padre e hijo en “Adolescencia”.
11 de abril de 2025 06:46 h

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Hace un tiempo veía un video en YouTube, en el que un hombre se esfuerza en que su hijo aprenda a conducir y, ante los fracasos de este, enojado le grita: “Meté el cambio, soy tu padre”, “Frená, soy tu padre” y así. Sería mucho decir que le “enseña” a manejar. El hijo llora ante cada vociferación del hombre que reitera: “Soy tu padre”.

El padre no enseña nada. Esta es otra de las trampas de la sociedad contemporánea, que a todo necesita suponerle un efecto didáctico. Vivimos en el eterno aprendizaje, pero ya nada nos hace más sabios. En lo que a nuestro tema respecta, la consecuencia de nuestra actitud es la expectativa de que un padre sea ejemplar.

El otro día conversaba con un hombre que se crio con su madre y el esposo de esta, con un contacto esporádico con su “progenitor”. Así se lo llama de un tiempo a esta parte, porque nadie le quiere conceder el estatuto de padre a alguien que “no se ocupa”. Sin embargo, esta no es la mirada de los hijos.

¿Qué decía este hombre? Que, si bien el marido de su madre había sido una presencia fundamental en su vida, todavía necesitaba pensar en ese otro hombre, al que estaba unido por todo lo que no había pasado entre ellos. Y por lo que sí había ocurrido, cuando el hombre hizo apariciones estrepitosas.

Es que, nos guste o no, esta breve anécdota demuestra lo insoportable de la paternidad, en la medida en que el padre siempre es al menos dos. Por un lado, es perfectamente posible que haya otros hombres que se ocupen de la función paterna, pero al padre se lo reconoce por su efecto traumático.

Dicho de otro modo, una cosa es de qué hombre alguien es hijo. Y otra distinta es quién es su padre. Lo mismo que se revela en la secuencia que comenté anteriormente, es lo que se comprueba en la figura de una sola persona: pocas veces alguien toma de su padre lo que este quiso transmitirle.        

Tal vez este sea el misterio de la transmisión: nadie sabe qué es lo que da, cuando da, si es que da. Los hijos, en cierta medida, siempre son un poco huérfanos de padre; mejor dicho, se ocupan ellos mismos de encontrarse con la función paterna. Del otro lado, solo hay un tipo más o menos bruto que, cuando se siente impotente, clama ferozmente: “Soy tu padre”.

Las funciones parentales tienen una relación diferencial con la ausencia. Un padre tiene que estar un poco en otra parte para operar (“Ya vas a ver cuando venga tu padre”) mientras que una madre recae inevitablemente en el reproche (“Ya se van acordar de mí el día en que no esté”).

El reproche es un modo sintomático de lidiar con la ausencia a través de acusar una falta. Así la madre curiosamente se infantiliza (acaso, mis hijos, ¿pueden perderme?) lo que revela que este reproche, en verdad, es proyectivo –como la mayoría de los reproches, que encubren autorreproches

Sí es un desafío para cualquier madre empezar a actuar con la ausencia, sin que esta despierte fantasías de abandono o de prescindencia. De una madre ausente se dice que no es madre; pero también es cierto que es un problema una madre que no desarrolla la capacidad de ausentarse.

Ahora bien, los dos movimientos psíquicos más importantes de la relación parento-filial son, por un lado, que el niño consiga extrañar a sus padres, sin por eso angustiarse; y que los padres logren adquirir la capacidad de la ternura.

La ternura es un principio de distancia con un hijo. Es una especie de nostalgia, que expone la reflexión tácita de cuánto creció un niño. Nada despierta ternura en presente; la ternura requiere una representación de lo que se presenta, tensada con la que ya no es.

Por ejemplo, el pibe de Chaplin despierta ternura no por sí mismo, sino como imagen de un tipo de niñez. Por eso es tan compleja la ternura y no alcanza con pensarla –como suele hacérselo en psicoanálisis– como una inhibición de lo erótico.

Por último, lo que más quisiera discutir y proponer es que la ternura tiene su origen en la actitud parental. Los niños no experimentan ternura, salvo fingidamente cuando juegan a ser padres. Y cualquier cosa, animal o persona por la que tenemos sentimientos tiernos, es porque nos pone en posición paterna.

Llegados a este punto, pareciéramos estar ante una contradicción. El padre es trauma y también es ternura, ¿cómo conciliar ambos extremos? La respuesta está en la impotencia. Lo traumático es que, en cierto momento, siempre hay un punto en que un padre no pudo con ese hijo, que la suya es una causa perdida.

La ternura y el trauma son las dos formas de la ausencia, aunque es cierto que para entender estas dos nociones es preciso quitarle su revestimiento imaginario, el sentido común que las opone como lo bueno y lo malo. Aunque es cierto que entender esta distinción se hace necesario introducir un tercer elemento: el perdón. Nadie es hijo de su padre si no está dispuesto a perdonarlo.

Para concluir, haré mi análisis sobre la serie Adolescencia. Por lo menos, es breve: mal que nos pese, una figura paterna no sustituye un padre. No nos gusta esa idea, quisiéramos creer que sí, que importa la figura parental, que son roles simbólicos, que lo que importa es la función. No. Nada de eso que dijimos durante años los “psi” es verdad.

La verdad es que el padre es insustituible y es real.

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