Es posible superar la actual situación educativa crítica de nuestro país. Pero, para ello, tendremos que comenzar un proceso que habrá de proyectarse por más de una generación.
El primer paso que tendremos que dar es muy simple pero esencial para evidenciar la voluntad colectiva de superación, y se refiere a la necesidad de respetar el calendario escolar, sin cierres forzados de escuela motivados por conflictos de carácter laboral o de otro tipo.
Hay que defender el derecho prioritario de los niños pobres a tener clases. No podemos perjudicar el futuro de nuestros niños y jóvenes en este competitivo y globalizado siglo XXI, del conocimiento, la racionalidad científica y tecnológica, y el saber, que puede así contribuir a la mejora en las condiciones económicas y sociales. Por eso, no hay que cerrar las escuelas.
El principio básico de la justicia social es la igualdad de oportunidades para todos, más allá de las circunstancias de origen económico, social o de género. Como expresa Norberto Bobbio: “Lo igualitario parte de la convicción de que la mayor parte de las desigualdades son sociales y, por lo tanto, eliminables”.
El bajo nivel de conocimientos de nuestros alumnos viene siendo puesto en evidencia desde hace ya varios años por las pruebas internacionales. Los resultados de la Prueba PISA del 2018 ya habían evidenciado una situación crítica.
Entre los 77 países participantes, en Ciencias, nos ubicamos en el puesto 65º; en Lectura, en el 63º, mientras que en Matemática habíamos descendido al 71º lugar. De hecho, en América latina, el nivel de conocimientos de matemática de nuestros adolescentes está por debajo del de Chile, Uruguay, Costa Rica, Perú, Colombia y Brasil.
Los países que crecen son los que acumulan capital y así pueden expandir su producción de bienes y servicios. Pero el principal capital no es hoy el tradicional capital físico, sino el capital humano, es decir la población bien capacitada para afrontar los desafíos de este siglo de la ciencia y la tecnología.
El futuro de nuestra nación se está jugando hoy en la arena de la educación, ya que crecerán y progresarán no aquellos países que únicamente tengan recursos naturales, sino los que hayan construido sistemas educativos que cumplan con dos objetivos: calidad educativa e igualdad de oportunidades para todos los niños, más allá del nivel socioeconómico de sus familias.
Nelson Mandela dijo que la “educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo”. Muchos pueblos entendieron la idea. De nosotros depende que la Argentina protagonice ya el rescate del sistema escolar. No nos queda mucho tiempo, si no queremos vivir marginados en una sociedad injustamente desigual, en el difícil mundo globalizado del siglo XXI. Debemos quebrar la reproducción intergeneracional de la pobreza que agobia a nuestra nación.
AG