Vivimos en un mundo hiperconectado, en el que los algoritmos no solo estructuran nuestras decisiones cotidianas sino que también moldean patrones de consumo, interacción social y acceso a la información. Las redes sociales, diseñadas inicialmente para democratizar la comunicación y conectar a las personas, han evolucionado hacia espacios donde la información se monetiza, las conductas se manipulan y los discursos de odio, la desinformación y los delitos digitales proliferan sin control. Este panorama nos enfrenta a un caos creciente que parece inabordable, y nos desafía a reconfigurar los marcos éticos, legales y sociales necesarios para garantizar una convivencia más equilibrada, respetuosa y sostenible en la era digital.
En las últimas décadas, gran parte de nuestra vida se ha trasladado a plataformas digitales. Desde lo laboral hasta lo afectivo, pasando por los negocios y el entretenimiento, vivimos frente a pantallas que, al mismo tiempo que nos conectan, han transformado nuestras dinámicas sociales. Esta transición no solo ha cambiado nuestras interacciones sino también nuestra percepción del tiempo. Byung-Chul Han, en El aroma del tiempo, reflexiona que “el tiempo digital ya no fluye sino que se fragmenta en un presente inmediato que domina sobre el pasado y el futuro”, limitando nuestra capacidad de reflexión y planificación.
Pero esta nueva plataforma no solo impacta nuestra vida cotidiana. También está redefiniendo la política y el poder. Desde hace años, las campañas electorales y las decisiones de la sociedad están condicionadas por quienes dominan el arte de codificar sus estrategias en el ecosistema digital. Hoy, más que nunca, el humor social, las tendencias y hasta las preferencias electorales están moldeadas por algoritmos y plataformas que amplifican ciertos mensajes y silencian otros. Esta realidad no es nueva, pero la velocidad con la que opera y su capacidad de influir en los destinos de los Estados hacen urgente analizarla y regularla con seriedad.
La regulación de una nueva realidad
A esta nueva realidad le falta algo esencial: reglas claras. Hoy no solo debemos garantizar los derechos de las personas físicas y jurídicas sino también abordar la responsabilidad de las “personas digitales”, esas entidades que operan en el anonimato, atacando, propagando odio o delinquiendo sin consecuencias. Regular este entorno no es censura; es una forma de proteger los derechos fundamentales y restaurar el respeto mutuo.
Regular este entorno no es censura; es una forma de proteger los derechos fundamentales y restaurar el respeto mutuo
Países como Australia y la Unión Europea ya han dado pasos concretos para equilibrar la libertad de expresión con la protección de los derechos humanos. En la Argentina, es imperativo que la política, tanto a nivel global como doméstico, incorpore estas discusiones en su agenda. No podemos permitir que las grandes plataformas actúen sin supervisión, definiendo unilateralmente las reglas que rigen nuestras vidas digitales.
La tecnología, lejos de ser neutral, refleja nuestras prioridades como sociedad. Yuval Noah Harari, en 21 lecciones para el siglo XXI, recuerda que “los algoritmos no son neutrales; reflejan los valores de quienes los programan”. Por ello, su impacto dependerá de cómo decidamos aplicarla: como una herramienta para potenciar nuestra creatividad, empatía y juicio crítico, o como un vehículo que nos limite y nos reduzca a consumidores pasivos.
El verdadero reto no es solo integrar la tecnología en nuestras vidas sino hacerlo preservando nuestra esencia como seres humanos: bio-psico-sociales y espirituales. Es fundamental que estas herramientas potencien lo mejor de nosotros, en lugar de alienarnos o debilitarnos.
Un llamado a la acción
Es momento de actuar con valentía y audacia. La política tiene la responsabilidad de liderar la construcción de un marco ético y legal que garantice una convivencia armoniosa en esta nueva era digital. Esto requiere fomentar una mayor conciencia colectiva sobre los efectos de los discursos de odio, los delitos en redes y la desinformación. No podemos dejar que los avances tecnológicos se conviertan en instrumentos de control o división.
La gran tarea es diseñar una era digital que valga la pena vivir. Porque si no lo logramos, el futuro podría transformarse en una verdadera entelequia.
MD/JJD
*El autor es senador nacional por Río Negro del interbloque Unión por la Patria