La de 2023 fue sin duda alguna una derrota histórica para el peronismo. Que no debe minimizarse ni en su origen ni en sus consecuencias.
En cuanto a las consecuencias, se ven cada vez más claras. El contexto está caracterizado por una fase singular del capitalismo a escala global: la preeminencia absoluta del capital financiero y la batalla del capital por apropiarse sin límites del esfuerzo social; la decadencia de los estados nacionales; la asombrosa impotencia de la clase política ante el avasallamiento de los pilares democráticos; la debilidad relativa de los movimientos obreros por la dispersión productiva que generan los cambios tecnológicos y la liberalización completa de los mercados con la excepción del mercado laboral. Espanta por ello la significativa destrucción del Estado y del sistema de protección social así como del salario de empleados y trabajadores.
Se le ha dedicado poco esfuerzo al análisis del origen de esta derrota, cuya consideración debiera requerir mayor profundidad evitando la preeminencia de egos por sobre las ideas, tendencia que dentro del propio movimiento nacional conduce a ponerle sordina.
Basta mirar el inenarrable Congreso Nacional del Partido Justicialista realizado el pasado 22 de marzo que, contradiciendo a Perón que sostenía que si se quería evitar resolver un problema lo mejor era designar una comisión, constituyó una Comisión de Acción Política sin fijar siquiera un rumbo consistente.
Nada por aquí, y nada por allá. De adónde vamos, poco. Y de dónde venimos, nada.
El dedo o el debate
Hay una extraña y contradictoria conjura de medios de comunicación, periodistas, organizaciones políticas y personalidades. Por un lado se denigra los debates políticos, a los que se califica siempre lisa y llanamente con el mote descalificador de “una interna”. Pero, por otro lado, los mismos medios hegemónicos, las voces cantantes del poder económico y dirigentes de un lado y del otro de la grieta, no se privan de despotricar contra el uso del “dedo” en la definición de candidaturas y espacios de representación.
Una de las herencias significativas de la gestión de CFK fue dar una respuesta democrática al dilema del internismo y de la digitación de las candidaturas, garantizando a través de las PASO un procedimiento transparente para fortalecer la vida interna de los partidos políticos.
Pero basta que se implemente para que, en cada elección, todos nosotros nos veamos obligados evaluar si las PASO nos sirven o no nos sirven, si nos convienen o si le convienen al adversario. Seguramente es preferible mil veces que la gente se “equivoque votando”, a que la rosca política defina nuestro futuro.
Es obvio que ninguna herramienta garantiza por sí misma el éxito de una estrategia, pero resulta inoficioso poner el acento, al analizar los resultados que obtenemos en los procesos electorales, en el modo en que se dirimen los distintos puntos de vista.
Fíjense que esta enfermedad va mucho más allá de las internas electorales. Conducen también a que en la gestión de gobierno se haya demonizado toda opinión discordante con la palabra “oficial”.
Durante el gobierno del Presidente Alberto Fernandez (y no me olvido de Cristina Fernandez de Kirchner) la atención de buena parte de la opinión publicada giró, desde el primer día, en torno a la cuestión de si ella iba a permitirle el ejercicio pleno de su poder. Sistemáticamente se llamaba la atención desde el entorno presidencial y desde la oposición, incluida la oposición mediática y empresarial, sobre los movimientos y opiniones de la “jefa” y electora principal, censurando su mirada sobre el rumbo del gobierno.
Ese condicionamiento no le impidió pronunciarse, aunque seguramente la obligó a medir cuidadosamente sus observaciones. Hasta que se produjo la espectacular derrota en las elecciones de medio término en el año 2021. Allí sí, Cristina se despachó con un análisis severo sobre la situación. Con su habitual corrección, señaló que en el pronunciamiento popular había un claro llamado de atención y que la situación hacía obligatorio para el gobierno poner mucho acento en “alinear salarios con tarifas y precios”. No le tiró toda la culpa a la pandemia, aunque estaba en el contexto de las dificultades económicas del gobierno. Fue a lo central, que era y es para el peronismo, el problema de la caída sistemática del salario de los trabajadores registrados desde 2016
Por estas declaraciones hubo un coro de descontento que reunía a la cúpula del gobierno y la oposición. ¿Cómo se atreve? ¿Acaso no fue abanderada de la nominación de Alberto Fernandez? Y acaso ¿quiere eximirse de responsabilidad en la gestión de la cual es vicepresidenta?
Allí empezamos con el debate que se conoció como ¿quién tiene la lapicera? Que llevó muchos meses, en desmedro de la discusión sobre el “qué hacer”. Y una vez más afloró la lucha contra el “internismo” para evitar la lucha por un cambio del rumbo que anunciaba la catástrofe, que finalmente advino en 2023.
Así es como se construyó nuestro pasado político inmediato y así se quiere seguir construyendo nuestro futuro: eludiendo el debate programático o estratégico; barriendo los errores bajo la alfombra y para colmo de los colmos, reflotando viejos macartismos nacidos tras el exilio de Perón.
La oportunidad para torcer esa historia es volver a las preguntas centrales. ¿Qué nos pasó que perdimos las elecciones del 2023? ¿Cómo reconquistar la confianza del sufrido pueblo argentino? ¿Cuál debería ser nuestro programa? ¿Qué corresponde hacer hoy en nombre de nuestra doctrina?
¿Un peronismo “sin” Perón?
En estos tiempos, signados por una verdadera tragedia social, están proliferando reclamaciones a favor de volver a la “doctrina peronista”, apuntando en su reflexión disparos más o menos velados contra el sector mayoritario del movimiento peronista que es, hasta hoy, el kirchnerismo.
Condición mayoritaria que, valga la aclaración, se debe al extraordinario despliegue de políticas de protección social, crecimiento del empleo y del salario durante los gobiernos de Néstor y Cristina. Como ya se dijo, no fue magia.
Y valga una digresión que me cuesta eludir: cuando llegó Nestor Kirchner al gobierno, había más de 2 millones de beneficiarios de planes de ayuda social, pero al concluir su primer gobierno quedaban menos de 300.000. También pasamos de 3 millones de jubilados a más de 6 millones (98% de cobertura) y extendimos la protección de las Asignaciones Familiares a la totalidad de la PEA, informales y desocupados incluídos; desocupación de un dígito y los salarios en dólares más altos de America Latina.
Asombrosamente, hoy los “peronistas” conservadores más audaces, reclaman por la “infiltración progresista” en el movimiento nacional como causa de la derrota. O sea nos acusan de ocuparnos mucho tiempo de la situación de postergación y desprotección de las “minorías”.
Probablemente incluyen en esas minorías a las mujeres, al feminismo, que como se sabe, es una minoría singular porque representa a la mayoría de la sociedad, y de la cual, en su tiempo se ocupó Eva Perón.
Parece una herencia de la idea de generar un peronismo conservador, digerible para la sociedad emergente de la contrarrevolución de 1955 y, como quien dice, respetable para la mirada del diario La Nación que es quien otorga “prestigio intelectual, moral o político” entre los argentinos “de bien” en la Argentina Oligárquica.
Generaron una corriente “participacionista” que se conoció como el “Peronismo sin Perón”. O sea un partido que eludiera las políticas agresivas a favor de los humildes, que tanto indignan a los poderosos y dócil a los intereses del privilegio, pero con la posibilidad de “integrarse” en el espacio institucional que controla la distribución de cargos electorales.
Quien quiera volver a las fuentes, debe recordar que en la doctrina de nuestro movimiento brillan sentencias constitucionales (incorporadas en la de 1949) como la del “valor social de la propiedad” y la de nuestro himno mayor que nos habla de “combatiendo al capital” algo que siempre puso nerviosos a nuestros conservadores y que yo asocio con la lucha por la igualdad, con ponerle límites a los ricos que sueñan con la riqueza infinita, apropiándose de los bienes creados por los trabajadores. Para eso sí sirve el Estado.
Por qué perdimos
No quiero argumentar a favor de una mirada única sobre nuestro pasado, presente y porvenir –ya lo dijo Perón, “peronistas somos todos”– pero sí a favor de un debate abierto, leal y profundo sobre cómo llegamos hasta aquí y que debemos hacer u omitir en el futuro.
Ante todo, señalar que vivimos tiempos donde los “tibios”, como dice el Evangelio, son vomitados por Dios. O dicho en argentino básico, la ancha avenida del medio es el más angosto de los senderos que existen. Sin embargo, los “peronistas del volver a las fuentes” suspiran por una batalla cultural contra el progresismo, que es el término despectivo con el que quieren calificar a lo más genuinamente peronista que nos dio la historia y que fueron los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Resulta incontrastable, todos los números lo confirman, que si hubo un tiempo de fortalecimiento de la Justicia Social fue el de ellos.
Dicen que “el peronismo-kirchnerismo fue un coctel político-ideológico que terminó sucumbiendo frente al cóctel político-ideológico de la nueva derecha. Falso. Lo que sucumbió frente al embate brutal del engendro libertario fue la tibieza y cobardía de un gobierno que, a pesar de su matriz peronista fue incapaz de defender a los trabajadores y a las clases medias de la rapacidad de los poderosos.
Milei le ganó a la política tradicional, a la que calificó con el mote de la casta, incluyendo en la misma bolsa al PRO y al Frente de Todos. Del éxito de esa operación deben dar cuenta los que rompieron desde el gobierno con la mejor tradición de los gobiernos peronistas posteriores a 1955.
Y ahora discutir el futuro
La denominada grieta en la que convivimos los argentinos es el resultado de una batalla inconclusa por la Igualdad, que empezó con la Asamblea del año XIII y que recorre toda la historia argentina hasta hoy. Esa batalla tuvo infinidad de episodios, como alguna vez lo describiera CFK y para el movimiento nacional fue alternar victorias con derrotas.
Mientras la sociedad argentina no se disponga a aceptar que debe haber un lugar bajo el sol para todos y todas; mientras el odio a la naturaleza redentora del peronismo no se termine; mientras la voracidad sin límites de los poderosos no sea contenida o encapsulada; mientras la mediocridad y la cobardía nos conduzcan, no habrá una reconciliación nacional duradera.
Hemos gobernado en el inmediato pasado con tibieza y temor, haciendo todas las concesiones que nos fueron requeridas por la canalla oligárquica.
Hemos permitido que el salario de los trabajadores y las jubilaciones de nuestros viejos caigan sin solución de continuidad por 8 años, que incluyen el infame gobierno de Macri pero también el de la cobardía de Alberto Fernández.
Hemos tolerado que los monopolios de la producción y distribución de alimentos se hagan una verdadera fiesta con el ingreso popular, remarcando precios “por deporte” como dijera desembozadamente el dueño de La Anónima. ¿Cómo puede ser que en un gobierno peronista, el mayor porcentaje de crecimiento inflacionario se generara mes a mes en los alimentos de primera necesidad?
Alguien, que no es de mi estima, tituló después del triunfo de Milei: “La bronca le ganó al Miedo” y creo que eso es verdad. La política, en sentido amplio y a la luz de los resultados, “se merecía” perder frente a la banda facinerosa que convocaba a tomar venganza y romper todo. Y fue impotente para torcer un destino fatídico, aún avisando sobre lo que venía.
Por eso lo trascendente es qué vamos a ofrecer al pueblo argentino como proyecto de futuro, después del terremoto. Y cómo lo haremos de un modo creíble.
PF/MT