El ser humano no se ha caracterizado a lo largo de su historia por ser una especie equitativa y bondadosa, más bien todo lo contrario. De todas maneras, crecemos en el convencimiento de que nuestra solidaridad y “don de gente” forma parte del ADN. Incluso nos formamos escuchando cuentos infantiles en donde los personajes principales son buenos, generosos, entregados.
Para aquellos que hacemos salud pública, sin embargo, la inequidad no es un fenómeno raro. Los indicadores del estado de salud de las poblaciones lo muestran con gran crudeza, los países europeos tienen tasa de mortalidad infantil de 3 cada mil nacidos vivos, o 5 en los Estados Unidos, y este valor se eleva a más de 80 en el África sub-sahariana, y llega a más de 100 en Afganistán. Es decir, que un niño que nace en estos países tiene cerca de 20 veces más posibilidades de morir en su primer año. Repito 20 veces.
Las causas son variadas, aunque casi todas evitables: la pobreza, la falta de control médico, la falta de sistemas de salud, de medicamentos y de vacunas, son algunas de ellas. Claro está que superar el primer año de vida es solo el primer desafío en estos entornos, la esperanza de vida en estos países no llega a superar los 55 años en promedio mientras el mundo desarrollado, “equitativo y solidario”, supera los 80 años. Sólo un dato más. La razón de mortalidad materna, que son las muertes de mujeres en relación a su embarazo parto o puerperio, fluctúa desde países con valores por debajo de la decena cada 100.000 nacidos vivos hasta países en la centena y aunque parezca descabellado los hay con más de 1000, es decir 1000 mujeres muertas por estas causas cada 100.000 habitantes. Es decir, una diferencia de casi 1000 veces entre los países desarrollados y los países pobres del mundo, sí ya sé no quieren que repita, pero allá va, 1000 veces.
Para quienes somos docentes y nos toca mostrar esta realidad a futuros médicos, llenos de esperanzas en un mundo mejor, duele cada año ver las caras de genuina sorpresa ante el descubrimiento de que, al menos para la salud, los cuentos no existen.
En la segunda mitad del siglo XX el conocimiento científico y médico dio un salto extraordinario. Podríamos decir que durante esas décadas los descubrimientos y desarrollos en estas áreas permitieron prevenir las grandes epidemias, diagnosticar y tratar con relativo éxito la mayoría de las patologías que afligían a la humanidad. Me refiero a las vacunas, los antibióticos, la anestesia, la cirugía, los estudios de imágenes, etc. etc. Fue la mejora generada por esos descubrimientos los que produjeron, por un lado la disminución de los indicadores de mortalidad y el aumento de la calidad de vida y de la esperanza de vida. Solo que esto sucedió en los países centrales, la llegada de estas modificaciones se ralentizó hacia la periferia y fue en aumento la terrible inequidad.
Injusto sería decir que nadie se percató, incluso hubo un intento desde los organismos internacionales en buscar mejorar esto. En esta línea, se encuentran estrategias como “la atención primaria de salud”, alentada por la OMS en 1978, en Kazajistán (ex URSS), estrategia que llevaría a los “lugares más alejados” los conocimientos de prevención detección y tratamiento a las poblaciones más vulnerables; la carta de Otawa en Canadá de 1986 que bregaba por la intersectorialdad en salud y la promoción de actitudes saludables o los conceptos de “salud para todos en el año 2000”, o el de metas de desarrollo sustentable de las Naciones Unidas, entre otros.
Lamentablemente, al día de hoy la inequidad lejos de disminuir da la sensación de ampliarse. Y, para colmo, nos toca enfrentar la pandemia más letal del último siglo. En este marco debemos describir la situación de la vacunación en el mundo. Hay que diferenciar el fantástico éxito de la ciencia de tener antes de un año una decena de vacunas prometedoras, e incluso algunas ya exitosas, de creer que estas van a estar disponibles para toda la humanidad.
Y no es un tema que se solucione solamente con liberar las patentes de fabricación, por más que algunos crean esto de buena fe. La capacidad de elaboración de estas vacunas requiere una transferencia tecnológica cooperativa importante. Es decir que poder fabricar la vacuna requiere, además de los “permisos legales” de las patentes, una voluntad de cooperación genuina que va mucho más allá. ¿Sería dable esperar que esto suceda? En realidad algunos laboratorios sí han realizado transferencia tecnológica, incluso con Argentina, y esto empieza a permitir que países periféricos como el nuestro tengamos la capacidad estratégica de elaborar algunas de estas vacunas exitosas, aún no completamente, pero estamos en camino. Llama la atención, sin embargo, el maltrato a los que estos emprendimientos han sido sometidos por una parte de la política y de la prensa local, mientras que la industria multinacional que no ha transferido nada es alentada y aplaudida.
El mundo que observa sin inmutarse las inequidades referidas al comienzo del artículo es el mismo que ve hoy sin pestañear que algunos, pocos países, están vacunando a su población completa, aún a la de bajo riesgo, incluso a “turistas” que lo solicitan, generando “viajes de vacunas y compras”. Incluso con el “deme dos” ahora en relación a las dos dosis, para volver a sus países en donde la población de mayor riesgo aún no se ha vacunado. Claro que a este sistema inequitativo, “meritocrático” para pocos, podríamos llamarlo “VIP”, pero claro ese término ya adquirió otra connotación en nuestro país. Muchos países no tendrán ni una vacuna este año, y algunos, como la Argentina, lograremos con enorme esfuerzo vacunar a nuestros grupos de riesgo.
La pandemia pasará, antes que nos demos cuenta será una historia para contar. ¿Podremos sacar lecciones para el futuro? Quizás las y los jóvenes del mundo podrán pararse frente a los poderes reales como lo están haciendo en temas de medio ambiente, de energía limpia, y logren lo que no pudimos nosotros: un mundo mejor. Quizás podríamos empezar por dejar de creernos tan buenos y solidarios como especie, cuando distamos mucho de serlo, y desde esa dura realidad de reconocernos como somos empezar a mejorar.
Diputado nacional
Pdte. Comisión de Acción Social y Salud Pública
Frente de Todos