Hay muchas maneras de decirnos cómo debe ser una mujer (hecha y derecha). También un hombre (hecho y derecho). Algunas son explícitas, otras no tanto. O, al menos, están disfrazadas: a veces tienen forma de leyes, otras de autoridad, de costumbre o tradición, de neutralidad, hasta de profesionalidad o de protección. En pocos días, dos hechos distintos en dos lugares distintos pero con gran relevancia social sirven como ejemplo. Aunque a priori suene extraño, las primeras decisiones de Donald Trump como presidente de EEUU y el interrogatorio del juez Adolfo Carretero a Íñigo Errejón y Elisa Mouliáa tienen algo en común: los mandatos que, de fondo, transmiten sobre qué debe ser un hombre, qué una mujer y cuál es el lugar que cada cual debe tener en el mundo.
Es más que probable que el juez Adolfo Carretero fuera muy consciente de la expectación creada sobre las declaraciones de Errejón y Mouliáa y de las probabilidades que había de que el audio, el vídeo o la transcripción se filtraran a los medios.
Su interrogatorio fue, entre otras cosas, aleccionador para ella y para todas. “¿Cómo se va usted con ese señor a su casa?”. “Pero vamos a ver, usted es una persona acostumbrada a tratar con el público, su profesión es actriz. ¿No es capaz de decir a este señor que esas condiciones no son aceptables?”. “¿Pero usted le dijo que parara?”. Podrían ser las preguntas de un abogado de la defensa (y también estaría mal) pero eran las del juez, combinadas con constantes interrupciones, un tono desconfiado, apremiante, agresivo, condescendiente.
¿Cómo hacer para no ser tú la sospechosa?, ¿cómo debemos comportarnos, actuar, mostrarnos para merecer presunción de credibilidad?
Lo que cualquier mujer podría sentir al ver el video es miedo. ¿Qué ha podido hacer una mujer que denuncia una agresión sexual para que reciba esas preguntas?, ¿cómo hacer para no ser tú la sospechosa?, ¿cómo debemos comportarnos, actuar, mostrarnos para merecer presunción de credibilidad? Es más, ¿cómo debemos 'ser' para no sufrir agresiones, para que nos traten con respeto en un juzgado, una comisaría o en un medio de comunicación?
Las respuestas a estas preguntas apenas han cambiado con el tiempo, aunque las palabras y los conceptos se transformen con las épocas. La respuesta podría ser “algo habrá hecho”, “algún interés tendrá”, “quiere dinero”, “tiene rencor”, “es despecho”, “lo iba buscando”, “provocaba” o “no hizo lo suficiente para evitarlo”. Esas frases conectan y reproducen mandatos y estereotipos que están profundamente enraizados en la sociedad: las mujeres como sospechosas, con tendencia a la mentira o la manipulación, interesadas, demasiado lanzadas e imprudentes si pretenden vivir de cualquier manera que no sea bajo la discreción, la ocultación, el temor o la obediencia.
El mensaje aleccionador es para quien está en la sala frente a un juez que lanza ese tipo de preguntas –en este caso, la actriz– pero también para todas. Todas sabemos que esas preguntas y ese tono están diciéndonos, una vez más, que las cosas nos pasan porque de alguna manera las merecemos o porque no supimos pararlas, porque hicimos algo de más o de menos, porque nos obstinamos en salirnos de ese modelo de buena mujer que, quizá (solo quizá) podría obtener el beneficio de la duda. Por eso, la culpa y la vergüenza siguen alejando a las mujeres de casi todo, también del sistema judicial.
Un día antes de la filtración del vídeo del interrogatorio, Donald Trump tomaba posesión en Washington de su cargo como presidente de EEUU. Inmediatamente firmaba 41 órdenes ejecutivas, dos de ellas muy reveladoras en cuanto a su concepto de la igualdad y la diversidad en la sociedad. Por un lado, Trump ha proclamado que solo hay dos sexos, y que así debe figurar en los documentos. Las personas trans y demás indentidades son, dice, ideología. Por otro, elimina todos los programas y políticas diversidad, inclusión, equidad y accesibilidad.
Lo que Trump protege no es a las mujeres, es un concepto muy concreto de mujer, de hombre, un sistema basado en la divisón sexual binaria sobre la que se construye la jerarquía del patriarcado
Lo curioso es que el argumento del recién nombrado presidente de EEUU para blindar la existencia de dos sexos es la protección de las mujeres frente a una ideología de género, sostienen, que sustituye “la categoría biológica del sexo por un concepto siempre cambiante de identidad de género autoevaluada”. “La ‘identidad de género’ refleja un sentido del yo totalmente interno y subjetivo, desconectado de la realidad biológica y del sexo y existente en un continuo infinito, que no proporciona una base significativa para la identificación y no puede reconocerse como sustituto del sexo”, prosigue.
De lado queda buena parte del conocimiento de la sexología y de la biología actual, las declaraciones y convenciones internacionales, la Organización Mundial de la Salud o la ONU, y la existencia de cientos de miles de personas a las que les asignaron un sexo al nacer basándose en sus genitales y que buscan como sea la manera de vivir por fuera de una categoría que les asfixia.
Lo que Trump protege no es a las mujeres, es un concepto muy concreto de mujer, de hombre, un sistema basado en la divisón sexual binaria sobre la que se construye la jerarquía del patriarcado. El patriarcado se sostiene mediante la idea de dos sexos necesariamente distintos, a los que se atribuyen diferentes características, roles, cualidades, y a los que, en función de ellas, se les asignan distintas expectativas, tareas y lugares. La naturaleza es en este caso la excusa con la que se argumenta que las cosas 'son así'.
Si frente a la actriz, Carretero se comporta con autoritarismo y condescendencia, con sospecha, cuando llega el turno del exportavoz de Sumar en el Congreso, la actitud cambia
Y aquí volvemos al juez Adolfo Carretero y a su evidente trato diferencial a Íñigo Errejón respecto de Elisa Mouliáa. Porque si frente a la actriz, Carretero se comporta con autoritarismo y condescendencia, con sospecha, cuando llega el turno del exportavoz de Sumar en el Congreso, la actitud cambia. El tono es más comprensivo, más respetuoso, mucho menos inquisitivo y con un lenguaje menos soez. “De la mano, nada de agarrar a la fuerza, ¿no?”, le pregunta a Errejón, ofreciéndole casi la respuesta, en un gesto que repite varias veces. Más que presunción de inocencia, el exdiputado no parece tener que luchar contra los mismos obstáculos de sospecha que Mouliáa.
Errejón responde a la pregunta que el juez le formula: “¿En algún momento le dijo ella que no?”. En lo que el magistrado no parece hacer especial hincapié es en cómo sabía el expolítico que ella quería y que lo quería así. Es ella la que debe asegurarse de oponer la suficiente resistencia, de ser la mujer que se impone con dureza, la que debe dejar claro que no es una cualquiera. Él solo es un hombre, ese modelo concreto de hombre, que hace y deshace, que intenta y se deja llevar por una sexualidad que, reza el estereotipo, es impulsiva e insaciable.
Las leyes cambian y buscan modificar, no solo el Código Penal, sino también conceptos, costumbres, inercias. Pero las resistencias son poderosas y el cambio es complejo, no puede venir solo de las normas. En control sobre lo que es y debe ser una mujer y lo que es y debe ser un hombre es fuerte porque es vital para el sistema. Y se ejerce en una toma de posesión, en un juicio por violencia sexual, en una fiesta de revelación de sexo cuando va a llegar un bebé o en las expectativas que pesan sobre niñas y niños cada día en los patios, en la calle o en sus familias.