COLUMNA NÓMADE

“Whiplash”, La Tortura Ninja

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Nemo me dice que pase a buscar por su casa el libro de Kevin Lynch, La imagen de la ciudad. Entonces me entero de que volvió del Perú, adonde viajó con su padre. Estuvo planificando el viaje un tiempo largo y mientras íbamos a jugar al fútbol me contaba la ruta que iba a tomar y los miedos que le causaba la posibilidad de que su padre -que está medio averiado- sufriera por el apunamiento. Era una road movie padre e hijo y me maravillaba su proyecto. Nemo se parece a Neymar, y Neymar se parece a Nemo, depende cómo uno los mire.

Nemo me cuenta que mientras viajó por el Perú profundo durmió bajo las estrellas del desierto o, si llovía, adentro del auto, que paró en hoteles pequeños y que su padre respondió perfecto. Me dice también que muchos pueblos de Perú estaban en asamblea permanente y que, en algunos, no pudieron entrar o tuvieron que negociar con los pobladores la manera de entrar. Le digo que en Perú está pasando desde hace años una tragedia y que el mundo debería parar de hablar sobre la extraordinaria calidad de la comida peruana y empezar a pensar que, salvo una élite, hay muchísima gente que no tiene nada para comer en Perú.

Hace calor, calor, calor. Voy al hospital a hacerme una topografía ocular porque tengo astigmatismo alto. Le cuento a mi oftalmólogo que a los diez años yo quería tener lentes porque me parecía genial. Así que mi mamá me compró unos lentes sin aumento para ser una cara con lentes. Hoy me sacaría todos los lentes que uso. Pasó algo raro, por la edad, la miopía corrigió la presbicia: puedo leer sin lentes de cerca hasta los folletos de los medicamentos, estos textos pequeños en papel casi transparente donde nos dicen, los laboratorios, las contraindicaciones del paracetamol. El paracetamol, dicen, te puede aniquilar. Si fuera un Gran Artista Conceptual, haría una muestra donde enmarcaría los textos de los sobrecitos de azúcar y los textos de los medicamentos.

Del hospital me voy al dojo. Sabiendo que por el calor intenso, es posible que muera ahí. Esta Charly San, un compañero histórico -se llama Carlos Madariaga- que hace que mis clases sean geniales porque le pone garra al kumite. Empezamos la clase y mi Sensei me dice después de un rato largo: Muy bien Fabián, hoy consiguió un poco de kimé. No se sabe que es el kimé. Pero es algo muy difícil de conseguir. Sé que si lo conseguí fue porque Charly San está haciendo la clase conmigo, me está exigiendo. Quince años de karate y un segundo de kimé. ¿Para qué más?, me dice otro compañero. En el vestuario les cuento lo que me pasó la semana pasada. Mi novia me dijo que quería venir con su hijo a buscarme al dojo para después ir a cenar. Quería que el hijo, que es muy chico, viera una clase de karate. Ese día el Sensei paró la clase y nos hizo hacer un kata que yo nunca había practicado y me comí un pesto bárbaro. Todos los demás compañeros parecían saber a la perfección esa mierda imposible. Era un kata largo con saltos y vueltas en el aire. Como el Sensei vio que yo rebotaba por todos lados, me dijo que me sentara al costado y viera cómo lo hacían los demás. En el chat de karate (donde estoy porque me entero si hay luz o no en el dojo, si hay clases) les digo que el Sensei inventó un kata nuevo, que yo busqué el nombre en Google a la noche y que aparecía: Not found. Que inventó ese kata para destruirme. Que mi novia me dejó.

Jajajaja. Ahora el que se ríe es mi amigo el Chango porque le estoy contado todo esto. Estamos en la terraza de su casa con otros amigos comiendo un asado. Me dice que lo que me pasó se parece al final de una película que lo fascina: Whiplash. Me cuenta el final. Nuestro amigo Caaman, que está escuchando, dice que Whiplash en una garcha, que el pibe y el director de orquesta que lo hostiga para sacarle lo mejor, son dos imbéciles. Yo le digo que esos son los personajes de la película, pero que tal vez la película sea buena y los personajes sean malos o te caigan mal. Caaman, que es un renacentista (es músico, escritor de novelas, modelo, guionista) dice: No sé, no me la creí, la sangre en las manos mientras toca la batería es demasiado. Gaby otro amigo piensa igual que Caaman, dice que profesor y alumno son dos imbéciles que deberían ir a tomar algo y dejarse de joder. Vicho, otro amigo, me dice que le película le encanta pero que siempre que la ve lo pone nervioso.

Whiplash me suena a una marca de Shampoo. Pero es el nombre de una canción y de la película que veo a la tarde del otro día y después de nuevo a la noche. Es un film corto. Terence Fletcher es un director de orquesta que tiene el método de Steve Jobs para conseguir que alguno de sus alumnos sea el nuevo Charlie Parker: humillarlos, hacerlos sufrir. Andrew es un alumno que quiere ser un baterista famoso. Su madre lo abandonó cuando era chico y tiene a un padre bueno que lo ayuda económicamente y lo acompaña al cine. Hay una escena en que Andrew le dice al padre -mientras están sentados en el cine- que Fletcher lo probó en la batería y que no fue ni fu ni fa, que no rindió. El padre le dice al hijo que no se preocupe, que así es la vida y que él con la edad ve todo desde otra perspectiva. Justo cuando está diciendo eso pasa por atrás un tipo con un balde inmenso de pochoclos y le pega al padre sin querer. Padre e hijo se dan vueltas y el tipo pide disculpas. El chico le dice después al padre: “Yo no quiero perspectivas, quiero ser el mejor”. Lo mismo le va a decir después a la novia: “Quiero ser el mejor baterista y vos en el futuro te vas a oponer a eso, asi que mejor cortemos ya”.

¿Porqué le pegan al padre con el balde de pochoclos? ¿Por lo que dice? ¿Es una escena menor y no da para analizarla tanto?

Steve Jobs torturaba a sus empleados para sacarle “lo mejor”. Muchos se quemaban como se queman las moscas en el tubo fluorescente de la carnicería. Jobs quería que sus computadoras fueran un sistema cerrado, Steve Wozniak, su socio creativo y verdadero programador, quería un sistema abierto para que cualquiera pudiera enchufar una Mac a otros aparatos, otros sistemas, convertirlo en objetos abiertos. La paradoja es que Jobs enfermó y necesitó un trasplante de órganos y no lo consiguió a tiempo. En Estados Unidos el capitalismo puso velas sobre un cuadro con la cara de Jobs cuando murió porque había muerto uno de sus  hijos predilectos, ese que siempre dice: Algún culo va a sangrar y no va a ser el mío.

Whiplash parece de golpe una película de Wody Allen, hay jazz de fondo, se muestran las calles de Nueva York, pero tiene un solo chiste. En un momento Fletcher regaña al baterista titular –el suplente es Andrew- porque perdió la carpeta de partituras y tienen que ensayar. Tanner, el titular le dice a Fletcher (Fletcher está recaliente y es un hijo de puta que infunde un temor reverencial en sus alumnos) que la carpeta la perdió Andrew. Y Fletcher le dice: “La carpeta es tu responsabilidad. Si le das a un tarado una radio éste la puede usar de control remoto”.

Vean la escena de la carpeta. Andrew la apoya en una silla y alguien se la roba. ¿Pero quién?

Whiplash cuenta pocas cosas. Inicia escenas sin explicar todo (como la cena familiar con ¿supuestos ? primos de Andrew. Esta escena está puesta para que notemos que Andrew es un imbécil que se cree superior a los demás. En realidad Fletcher –un personaje que siempre está afuera, nunca sabemos cómo vive, si tiene o no alguna pareja, si le pone comida al gato o se ducha con agua fría- es un esclavo porque constantemente está actuando para los alumnos, se ve necesitado de representar un poder. Y Andrew es otro esclavo porque quiere ser el rey de la batería y querer reinar siempre remite a que otras personas sean súbditos (de ahí la insufrible estupidez de Charly García en algunos casos). Escribe Gilbert Simondon en El modo de existencia de los objetos técnicos: “Es difícil liberarse transfiriendo la esclavitud a otros seres, sean hombres, animales o máquinas, reinar sobre un pueblo de máquinas que convierte en ciervo al mundo entero sigue siendo reinar, y todo reino supone la aceptación de esquemas de servidumbre”.

Whiplash es una película adictiva, tiene algo de esas propagandas que pasaban publicidad subliminal y fueron prohibidas. La coda final es una obra maestra del montajista que ensambla la conclusión de la fábula (al final Andrew sólo quiere satisfacer a Fletcher el padre malo, no le interesa la vida comun que le propone su padre bueno) a golpes de batería.

De todas formas, el director, Damien Chazelle, no juzga a sus personajes ni hace pedagogía del oprimido para que haya una única lectura. Deja abierto al espectador qué tipo de imbécil prefiere ser.

La película también puede ser vista cómo un estudio sobre los métodos de tortura de los Estadounidenses después del 11 de septiembre.

FC