Opinión Panorama político

Una derrota más profunda que la del Presupuesto

19 de diciembre de 2021 00:03 h

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Si hubieran querido aprobar el Presupuesto, Sergio Massa y Máximo Kirchner lo hubieran tratado cuando el Frente de Todos tenía mayoría propia, en ese período largo de tres meses en el que los números del dibujo de Martin Guzmán fueron envejeciendo de manera previsible. O hubieran podido esperar 48 horas hasta que Gerardo Morales, el socio disciplinado de Massa y de Alberto Fernández, resolviera con Martin Lousteau la pelea interna del radicalismo por los cargos y la apropiación de la victoria electoral de noviembre. Apurado por un presidente que busca cerrar cuanto antes un acuerdo -que también se demora- con el Fondo Monetario, el bloque oficialista de la Cámara de Diputados puso a consideración la ley con proyecciones económicas en las que nadie cree. Como si fuera un gobierno fuerte y no viniera de comerse una memorable paliza electoral.

Lo dijo Graciela Camaño, la diputada que sigue oficiando de madre política de Massa y lo cuida hasta dónde puede: “El oficialismo viene con números que no tienen nada que ver con la realidad, no modifica nada y trae el proyecto al recinto en tres días. Si tratas de esa manera el Presupuesto es porque tenés la mayoría para sacarlo, pero ellos sabían que no tenían la mayoría y no la tienen por decisión de la ciudadanía”. Con una experiencia política y legislativa única, Camaño se había inmolado en la sesión en la que pretendía avalar a su manera los planes de aquel chico de la Ucedé que le golpeó la puerta hace casi tres décadas para mezclarse con la militancia del peronismo de San Martín. No pudo ser. 

Más que el breve discurso que Máximo Kirchner pronunció como pudo entre los gritos de sus detractores, lo que hizo inviable la aprobación del Presupuesto la división del oficialismo, el resultado electoral y la acelerada balcanización de una oposición que es mayoría, pero no cuenta ni con jefes ni con ideas claras para salir de una crisis profunda que lleva cuatro años y la tiene como responsable ineludible. Durante las 18 horas que duró la sesión desde parte de las 10 bancadas de la oposición se le aseguraba al oficialismo que un grupo iba a votar a favor del gobierno. Todos señalaban a un bloque como traidor.   

Ni el Presidente ni su ministro de Economía ni Kristalina Georgieva esperaban la derrota del FDT en la cámara. Fernández, que se enteró recién el viernes temprano cuando habló con Kirchner hijo, pretendía al menos que el proyecto regresara a la comisión para evitar la escena explícita de la debilidad del gobierno. La situación no es comparable sino inversa a la de 2010, cuando la oposición estaba fragmentada en distintos proyectos y tenía un carácter puramente testimonial. Ese año, el bloque antikirchnerista delató su propia impotencia y anticipó el resultado electoral de 2011. Ahora es el peronismo unido el que no puede y se convierte en el primer gobierno que pierde la votación del Presupuesto desde el regreso de la democracia.  

A las 10 de la mañana, cuando Cristian Ritondo anunció que Juntos votaba en contra, Alberto estaba enfurecido y lo entendía como una pésima señal para el Fondo. De acuerdo a lo que cuentan sus colaboradores más estrechos, el Presidente expresaba su fastidio pero no sólo con la oposición sino también con los propios que, insiste, no le habían advertido el escenario que le esperaba al dibujo de Guzmán. Más allá del discurso unificado del oficialismo el día después y de la presencia de Fernández en la asunción de Máximo como titular del PJ bonaerense, el impacto de otro gol en contra vuelve a resquebrajar la cohesión del frente panperonsita. 

El jefe de La Cámpora quedó en una posición inconveniente y como blanco de cuestionamientos que parten de su propio espacio. Por lo menos, así lo consideró la vicepresidenta que el viernes por la tarde llamó a Fernández para defender y justificar la actuación de su hijo en el recinto. Con dificultades elocuentes para liderar al FDT en una cámara que se torna más hostil, Máximo admitió después que no estaba a gusto con el proyecto de Guzmán, como no lo está con el acuerdo que Alberto se dispone a firmar con el Fondo. Mientras tanto, el kirchnerismo legislativo extraña a Agustín Rossi, otro de los profesionales que entraron a boxes sin fecha de retorno. 

En lucha también por oficiar como jefe de las tribus de Juntos en el recinto, Ritondo dijo algo en su discurso actuado que sugiere una estrategia de la oposición: “En la ciudad, en la provincia y en el gobierno de Macri, nunca el kirchnerismo nos votó un Presupuesto”. El macrismo y parte de la oposición -también Camaño, la madre de Massa, culpó a Máximo por el fracaso del gobierno- ya reducen al Frente de Todos a una expresión puramente kirchnerista, en lo que sugiere tanto una expresión de deseos como una hipótesis: que el cristinismo va de regreso a ser una minoría intensa, como lo fue entre 2015 y 2018. Dependerá de lo que hagan para conservar la unidad del peronismo y de la propia lectura que logren consensuar Cristina y Máximo. Camino a un ajuste monitoreado por el Fondo, ¿qué le conviene al kirchnerismo? ¿justificar las restricciones fiscales o denunciar su impacto sobre la masa de sus históricos votantes? En esa trampa, están madre e hijo desde hace dos años. 

El desfasaje entre los objetivos que se fija el gobierno y sus propias fuerzas, que acaba de expresarse en la derrota en Diputados, se advierte también en relación a la negociación con el Fondo. Mientras Guzmán quiere bajar la sobretasa exorbitante que el organismo le cobra a los países adictos a la deuda, la vicepresidenta y el jefe de la bancada oficialista de Diputados quieren pagar a 20 años sin ajuste. Son dos pedidos que pueden ser considerados razonables fuera de la órbita de los talibanes del mercado, pero implican cambiar el orden económico internacional y la legislación del Fondo. Lo mismo puede decirse de la última ocurrencia de Cristina, que sea el FMI el que ayude a recuperar lo que se fue en fuga de capitales ¿Tiene fuerza este peronismo para convertir en realidad esos enunciados?

Por lo pronto, el miércoles próximo el oficialismo se dará un nuevo baño de realidad y volverá a pagarle al Fondo con su propia moneda, los Derechos Especiales de Giro, el vencimiento por U$S 1900 millones. Tal como anticipó CFK la noche del cierre de listas, es dinero que no podrá usarse para inyectar en los sectores más vulnerables. Pese a que la deuda que contrajo Macri en tiempo récord es impagable, los U$S 1900 millones se sumarán a los U$S 6000 millones de dólares pagados en concepto de intereses desde 2018.

Fernández y Guzmán quedan debilitados para el tramo final de una negociación que se prolonga más allá de lo previsto en la residencia de Olivos. Aunque el ministro de Economía logre con mucho esfuerzo traficar algunas de sus consignas en el acuerdo y el Fondo asuma parte de ese lenguaje que no le es propio, lo que importan son las efectividades conducentes. Como dice el último informe de la consultora Equilibra, el diablo está en la letra chica. No solo en la velocidad y la magnitud del ajuste sino también qué sector de la sociedad tendrá que financiarlo. 

Se entiende la incomodidad del líder de La Cámpora: pretende consolidar una identidad y un capital político desde un espacio que va camino a convalidar, por primera vez en su historia, un esquema que implica un ajuste sin fecha de vencimiento. En un escenario que no ofrece salidas virtuosas a la vista, las medidas que el gobierno tome en línea con el Fondo van a tener un costo social adicional y van a impactar sobre un tejido ya muy deteriorado. Tan cierto como que Máximo es el más duro con Guzmán, es que el jefe de La Cámpora no tiene un relevo acorde con sus pretensiones. La presión de tantos meses para desplazar al ministro solo tuvo como propuesta la curiosa idea de que Massa quedara al frente de un superministerio, con Martin Redrado como principal fuente de inspiración.

Sin embargo, la derrota del gobierno y la tensión del final de la sesión en Diputados no implica que Juntos no vaya a aprobar el acuerdo con el FMI, si es que se logra. Reaparecerá la muletilla de la responsabilidad institucional y la oposición buscará purgar parte de su culpa por un endeudamiento demencial. En primer lugar, nadie en los altos mandos de la alianza opositora quiere ser responsable de la cesación de pagos con el Fondo. En segundo, la oposición será la más beneficiada con el acuerdo porque obligará al gobierno a entrar en un sendero de ordenamiento macroeconómico que tendrá costo político para el Frente de Todos. A los ojos de Juntos, el peronismo hará parte del trabajo sucio mientras se despide del poder. Falta muchísimo y nadie sabe cómo ni cuándo llegará el desenlace. 

Aún con el mejor de los acuerdos, el próximo gobierno va a tener un escenario extremadamente complejo. “Entre 2024 y 2035, tenes que pagar las dos deudas. Es una hipoteca terrible”, dice uno de los economistas que forma parte del Frente de Todos. Fue lo que Nicolás del Caño le recordó a Guzmán en su paso por la comisión de Presupuesto: “Si hay un eventual acuerdo con el Fondo Monetario, entre 2026 y 2030 habrá que pagar un promedio de 8.000 millones anuales y 11.500 millones a los acreedores privados. Usted que habla mucho de la sustentabilidad de la deuda, ministro”. Guzmán no le contestó. 

En el gobierno hay quienes piensan que la derrota más profunda para el peronismo es política y hasta conceptual. Tiene que ver con la forma en que se viene dando la discusión con el Fondo y da cuenta del retroceso del kirchnerismo en un contexto de lo más adverso. “Es cierto que Néstor vivía obsesivo por lo fiscal. El pedía el cuaderno todos los días a las 8 de la noche y anotaba los resultados, pero desde que se levantaba hasta esa hora, pensaba qué medidas podía tomar para crecer. No es que no veía el costo fiscal, pero priorizaba crecer: después hacia la cuenta y veía cómo financiarla. Si primero haces la cuenta, quedas atrapado por las restricciones y lo único que pensás es en dónde recortar”, dice uno de los antiguos colaboradores del ex presidente. Esa derrota es producto de una correlación de fuerzas en las que tanto en el oficialismo como en la oposición se impone la idea de que el ajuste va a llevar a un efecto virtuoso. Justo como hace 20 años.

A dos décadas del colapso del modelo de Convertibilidad y el estallido social, Domingo Cavallo es presentado como una autoridad y el bonaerense Carlos Melconian pasa a conducir la Fundación Mediterránea como parte de un proceso en el Sebastián Bago alinea a los laboratorios, a los bancos y a un grupo de empresarios poderosos detrás de un proyecto propio, que prescinde de los partidos políticos, incluido el PRO. El fracaso ante una inflación crónica que acelera, el estancamiento y la sensación de frustración llevan a una fracción del establishment -y a parte de la sociedad- a pensar que esto se tiene que resolver con un atajo extremo, una medida abrupta y mágica. Raro sería que en los próximos meses no se eleven las voces de los que vuelven a reclamar una dolarización de la economía. 

El Banco Central tiene por delante dos meses complicados con bajo ingreso de dólares, después de un año en el que los commodities volvieron a escalar como hacía mucho no sucedía. De acuerdo a los datos de CIARA-CEC, la cámara que reúne a las grandes cerealeras, durante los primeros 11 meses del año entraron 30 mil millones de dólares, un récord absoluto de los últimos 20 años, 62,1 % superior a lo que había ingresado durante el mismo período de 2020. 

Alberto Fernández y Matías Kulfas están obsesionados con fomentar cualquier actividad que garantice el aumento de las exportaciones y el ingreso de divisas. Pero los proyectos como el de la minera Pan American Silver en Chubut chocan con el rechazo social y la escasa legitimidad de la política. Aliado explosivo de Massa y del Presidente, al frente de una provincia que está sobreendeudada en dólares, el gobernador Mariano Arcioni fingió ignorar que salió cuarto en las elecciones y aprobó una ley que pretende pasar por encima de 20 años de historia de luchas contra la actividad minera su territorio. Lo hizo en medio de una crisis hídrica que tuvo a la provincia durante ocho días sin agua. Raro deja vu: esta semana en el Sur volvió a entornarse la canción del “que se vayan todos”.

DG