Sergio Massa es un mediador persistente en la hostilidad que paraliza al peronismo: la distancia política y física, con extensos y profundos silencios, entre Alberto y Cristina Fernández. El diputado, con el pragmatismo desesperado de quien intuye -o adivina- que el fin de la película del Frente de Todos (FDT) es malo, de crisis y derrota, transita los dos campamentos como un pacificador entre las bombas.
En el trámite, como un autopago a cuenta, captura algún territorio y se lo adueña: ocurrió con ARSAT, donde ubicó al economista Matías Tombolini. A ojos del observador descuidado puede parecer un raviol más en el inabarcable organigrama oficial, pero no: ARSAT controla la red más grande de fibra óptica del país -casi 40 mil kilómetros, 34.500 activos- que incide en el juego grande de las TELCO y es una pieza clave en la carrera del 5G, la disputa geopolítica más gruesa que Argentina tiene por delante.
Hace una semana, Massa aprovechó un tropiezo de Fernández y conquistó ARSAT. Se montó sobre el equívoco que generó una visita de Claudia Bello, exfuncionaria menemista y actual asesora de ARSAT, al presidente en Chapadmalal. Juan Manzur, que quería dominar el área y al final puso a Jorge Neme en el directorio, ejecutó el pedido presidencial de ascender a Bello y disparó la polémica que Massa abrazó como oportunidad. Al final, Tombolini se queda con la butaca y Pablo Tognetti, un especialista celebrado por todos, perdura como gerente general casi como un lazarillo para guiar en la transición al massista que viene del Banco Nación.
Massa ocupa casilleros -“controla el tránsito de las personas y de la información”, describe un operador y enumera el ENACOM y el ministerio de Transporte- mientras opera para que Alberto haga concesiones, siquiera gestuales, a la vice. Interviene sobre un contexto dramático y urgente: Cristina tiene un diagnóstico igual, o incluso más oscuro que su hijo Máximo, sobre el acuerdo con el FMI, pero a diferencia del diputado, por ahora, se mantiene en silencio. La vice espera algo que el presidente no puede hacer y, por momentos, tampoco tiene ganas de hacer.
Kirchnerismo epistolar
La carta de renuncia de Máximo puede leerse como una continuidad de las cartas de su madre, un cuadro en slow motion de la fractura conceptual entre los Fernández que no llegó, y probablemente no llegue, pero que refleja un antagonismo casi irresoluble. “Con lo que dicen por separado Cristina y Alberto es mejor que no se junten a hablar”, apunta un integrante del gabinete.
“Este silencio tiene precio. Ya vamos a saber cuál es”, dictamina un funcionario a horas de que los Fernández vuelvan a verse, cara a cara, en público el martes próximo cuando el presidente lea su discurso ante la asamblea legislativa. El inicio de las sesiones ordinarias, instancia en la que los gobiernos peronistas ocupan la calle, aportó otro episodio de confusión y malestar. El miércoles pasado hubo una reunión de la mesa del PJ convocada por Manzur y Santiago Cafiero para organizar la movilización al Congreso. Desfilaron ministros, dirigentes del conurbano y dos referentes de CGT; Héctor Daer y José Luis Lingeri. Estaban Manzur, Cafiero, Juan Zabaleta, Fernando “Chino” Navarro en su doble oficio de funcionario y referente de organizaciones sociales, y, entre otros, los bonaerenses Mariano Cascallares y Federico Otermin, lo más filocamporista que había en 50 kilómetros a la redonda. Eduardo “Wado” De Pedro, reconciliado con el presidente, fue invitado pero se disculpó porque no llegaría a la hora establecida. Se cambió el horario para ajustarlo a la agenda del ministro del Interior. De Pedro viajó a Chubut con Massa y Kirchner. El acto se demoró casi 4 horas. Al bajar del avión,de nuevo en CABA, habló por teléfono con Manzur para disculparse. En Gobierno se mueven con la certeza de que La Cámpora y el hard kirchnerismo no movilizarán al Congreso. Parece una obviedad frente a las objeciones que hace ese sector frente al rumbo del gobierno pero no deja de ser un dato para mapear las tensiones en el FdT.
“No hay voluntad de hacerlo”, apuntó un dirigente. En Casa Rosada hacen números y aunque admiten que será una movilización moderada. Habrá unos miles para que cuando Fernández salga del Congreso no se repita aquella foto de Mauricio Macri saludando a la nada, a una plaza desolada. Se espera la presencia de un grupo de intendentes del PJ -a pesar del enojo de algunos que no fueron invitados-, unos pocos gremios -que tienen como mandamiento sagrado no movilizar los feriados (hasta trasladan los actos del 1° de mayo-, y bastante de las organizaciones sociales.
Hace una semana el planteo desde el kirchnerismo era: con el acuerdo se evita el default ahora pero el default ocurrirá más adelante. Con menos drama, el nuevo pronóstico es: el acuerdo se votará pero no se cumplirá
Detrás de la frialdad se adivina el voto del dispositivo K frente al proyecto del FMI. Máximo le anticipó a un legislador que votará en contra, pero le prometió que no militará para juntar votos negativos. Lo dijo, en las últimas semanas, varias veces y marida con moderadas señales de distensión en el PJ y una foto en Comodoro Rivadavia con Massa.
Hubo, en estos días, un giro en el razonamiento del kirchnerismo respecto al acuerdo con el FMI. Se da por hecho que tendrá sanción legislativa, pero que su cumplimiento será imposible. La crisis del gas que detonó el conflicto en Ucrania, que impacta sobre subsidios y tarifas, y derrama sobre lo que Martín Guzmán llama “sendero fiscal”, anima aquel diagnóstico. Hace una semana el planteo era: se evita el default ahora pero el default ocurrirá si o si más adelante. Con menos drama, el nuevo pronóstico es: el acuerdo se votará, pero no se cumplirá.
El Tetris de Cristina
El voto no positivo de Máximo, que habrá que medir no per se sino por cuántos diputados lo secundarán, puede adquirir otro formato en Cristina. Con el calendario que arman en Casa Rosada hay altas chances de que cuando el proyecto del FMI llegue al Senado, la vice no esté al frente del cuerpo sino que se encuentre en ejercicio de la presidencia por el viaje de Alberto Fernández a Chile y luego a Emiratos Arabes y Arabia Saudita. La agenda presidencial pautó la salida para la jura de Gabriel Boric el 12 de marzo mientras que la gira por Medio Oriente lo ocupará entre el 13 y el 18 de marzo.
La hoja de ruta oficial contempla que el proyecto ingrese por Diputados el 1° de marzo (o un día más tarde), se trate rápido y se envíe entre el 8 y el 10 al Senado para que, con trámites y formalismos, lo baje al recinto unos días más tarde. Si eso ocurre entre el 12 y el 18, Cristina no estará como presidenta de la Cámara alta. Una gambeta del azar que en lo institucional la alejará todavía más del tratamiento de ese texto. Si se da ese Tetris, además del voto negativo de Máximo el proyecto del FMI sumará el desapego institucional de Cristina.
Es otorgar un exceso de sofisticación, en un gobierno espasmódico, creer que todo se pergeñó para liberar a la vice. El viaje a Medio Oriente está en agenda hace meses, coincide con la expo Dubai, y se reconfirmó hace diez días cuando el calendario oficial ubicaba que el Senado trataría el proyecto antes del 10 de marzo, con cierto margen para que el board del FMI lo apruebe antes del pago de U$S 3000 millones pautado para el 22 de marzo.
Unidades
La reunión del PJ del miércoles, que sembró quejas por la ausencia de algunos y la falta de invitación a otros, se combinó con dos fotos que son simulacros de pacificación. La de Máximo y Massa en Chubut, y la de Alberto Fernández con Axel Kicillof, Martín Insaurralde y Cristina Alvarez Rodríguez en La Plata antes de participar del acto de relanzamiento de la JUP en La Plata, histórico sello peronista universitario que no incluye a La Cámpora. Antes de confirmar su presencia, Fernández preguntó si estarían los distintos sectores del FdT. “Invitamos a todos”, le dijeron. Faltó el camporismo y se tradujo como otro chispazo entre Victoria Tolosa Paz y ese dispositivo que, sin embargo, viene de hacer un acuerdo para evitar la interna por la jefatura del PJ platense.
En medio del ruido, el rezo universal en el peronismo es hablar de unidad pero basta con bucear un poco para encontrarse con que hay unidades diferentes. “Defendemos la unidad ¿pero la unidad para qué?”, apuntó un entornista de Máximo que describió como debe ser esa construcción. “Unidad sin proyecto de país no tiene sentido, y con este plan vamos al precipicio”, agrega el maximista. Desde el PJ, a su vez, visten con otros atributos esa misma necesidad. “Si no ampliamos el FdT, si no abrimos el juego, la unidad es cada vez más chica”, apunta una fuente peronista. “Lo que pasa es que para el kirchenrismo los únicos que pueden hacer política son ellos”, se queja un funcionario que rema, a diario, con ese internismo.
Fernández recuperó el puente Wado porque se dinamitó el vínculo con Máximo a quien le atribuye haber ejercido una malicia metódica con su renuncia
Son unidades con, de mínima, métodos diferentes. La reconciliación entre Fernández y De Pedro, un micro suceso en un mar de furias internas, se armó para ensayar un cambio de clima pero se diluyó por imperio de las resistencias de día a día. “Alberto quería normalizar esa situación. Pero no hay que creer que eso va a cambiar algo porque la relación con el kirchnerismo está muy mal y parece difícil de encaminar”, apuntan desde el gobierno.
Fernández recuperó el puente Wado porque se dinamitó el vínculo con Máximo a quien le atribuye haber ejercido una malicia metódica con su renuncia. “Alberto creyó que el anuncio del acuerdo le iba a servir para recuperar centralidad y ordenar la política pero a los tres días, Máximo renunció”, relata un dirigente y explica que aquella dimisión tuvo un efecto específico: romper el clima positivo que podía generar el entendimiento con el Fondo. Ese enojo, personalísimo, de Alberto está latente y se nutre de un registro reciente.
“Cuando se cayó el presupuesto, y se lo cargaron a Máximo por su discurso en Diputados, Alberto lo salió a bancar y fue su acto de asunción en San Vicente. ¿Te acordás como terminó el discurso de Máximo?”, rememora un dirigente, busca el video en su celular y reproduce el tramo final donde el diputado dice: “Alberto, vos decí lo que tenemos que hacer, para donde ir y ahí nosotros vamos a acompañar”.
Pero la batalla cultural interna por el FMI la ganó el kirchenrismo. En el FdT abundan los que opinan que el acuerdo era inevitable porque no había otra opción, pero son escasísimas las voces que proclaman otras virtudes que no sean la de evitar la catástrofe que hubiese significado un default. La ilusión de Fernández de que el acuerdo funcionaría como un punto de quiebre -como intuyó, antes, que lo serían las elecciones, el fin de la pandemia, las vacunas, etc- se esfumó bajo las críticas de los aliados.
Menem lo hizo
“Menem estaba a la deriva hasta que encontró la convertibilidad. Nuestra receta no es esa, pero con la aprobación del acuerdo, que va a ocurrir, si ordenamos la cuestión interna, nos puede dar un norte”, dice un funcionario, un oasis de optimismo en el océano de malas proyecciones. Rompe la dulzura con la siguiente frase: “Es la última oportunidad que tenemos, sino ya será demasiado tarde”.
En la pelea endogámica del panperonismo que ocupa todo el ring y las pantallas, al punto que casi no deja espacio para que se noten las furias y miserias que sacuden Juntos por el Cambio (JxC), nunca nada sale bien. Además, toda reacción, llega tarde. Los incendios en Corrientes, en los que no puede atribuirse responsabilidad directa a los estados, reflejó, además, la falta empatía frente a una crisis. “No se entiende porqué apenas empezó el problema, Alberto no viajó a Corrientes, hizo ahí una reunión de gabinete. ¿Qué hizo? Ir a atajar penales en la playa”, enfurece un bonaerense con dominio territorial que pide lo que piden muchos, sobre todos los que orbitan a Cristina y a Máximo: una mesa política para reencauzar el gobierno. Aquella juego de palabras sobre el Frente de Todos, el gobierno de nadie.
Las gestiones de Massa para convencer a Fernández que convoque a Cristina son el prólogo de esa novela de enredos. “No es tan difícil: Alberto, Cristina, Massa, Máximo y Manzur por los gobernadores. Se definen tres cosas para hacer y vamos todos para ahí a pesar de las diferencias”, describe un camporista. El dirigente del conurbano que patrocina esa mesa hace una advertencia final en línea con el tiempo de descuento que se invoca más arriba. “En seis meses, si esto no arranca, los intendentes y los gobernadores se repliegan en sus provincias para sobrevivir y chau”, avisa para quien quiera leer.
Un ministro aplica el mismo criterio a otro aspecto: la permanencia de Sergio Berni en el gabinete de Kicillof. Teoriza que debe haber un cambio rápido, que permita un período -que fija, discrecional pero específicamente en diez meses- para que el nuevo ministro se ordene y pueda dar alguna señal de mejora en el rubro inseguridad, una herida abierta.
PI