Mauricio Macri carga con una grieta interior. El expresidente alterna entre dos papeles para sí mismo. Sus opciones son: entregarse mansamente a ser un león herbívoro dedicado a construir la figura del expresidente sabio al estilo estadounidense, un “hombre de consulta”, según sus propios términos, o meterse de cabeza en la rosca de Juntos por el Cambio, dando una pelea ideológica doble y desgastante en contra del kirchnerismo y los moderados de su propio frente. Cuando recibe el fuego amigo cambiemita para que apure su retiro, se resiste. Ya sea por orgullo herido, por el deseo de dejar un legado o tentado con la chance de volver a la Casa Rosada en 2023, en esos momentos se niega a tramitar la jubilación anticipada. Pero cuando se libra de esas presiones y se dispone voluntariamente a correrse de las internas de JxC, el pasado y el kirchnerismo lo suben de vuelta al ring.
Dos noticias sobre su biografía lo golpearon mientras estaba de gira por Madrid. Las dos lo conectan con sus vidas previas: la de empresario de la patria contratista que se quedó con el Correo estatal en tiempos de Menem, y la del presidente que jugó al fleje en su prédica y su activismo en contra de los gobiernos “populistas” de la región, en alianza con la OEA de Luis Almagro y con Donald Trump.
A 10.000 kilómetros de distancia se enteró de la quiebra de la empresa del Grupo Macri que había ganado la concesión del Correo en 1997. El 1° de septiembre de ese año, Carlos Menem le dio la Empresa Nacional de Correos y Telégrafos (Encotesa) a la Sociedad Macri en concesión por 30 años. La decisión de comprar el Correo Argentino había sido otro motivo de discordia entre Franco y Mauricio. El heredero quería. El jefe del clan, no. A casi 25 años de la privatización, la empresa del grupo entró en quiebra.
La confirmación judicial era previsible. Macri la esperaba desde hacía meses, acusando una venganza por parte del kirchnerismo. Respecto a la otra, la denuncia sobre el envío de armas de represión para colaborar con las fuerzas armadas que habían expulsado a Evo Morales, sólo él sabe si lo sorprendió del todo. Desde que el canciller boliviano, Rogelio Mayta, presentó las pruebas sobre ese apoyo casi simbólico (unos 40 mil cartuchos de escopeta 12/70 y granadas de gases), los exfuncionarios macristas que podrían haber estado involucrados entraron en la danza del yo no fui. El excanciller Jorge Faurie, la exministra de Seguridad Patricia Bullrich y el exministro de Defensa Oscar Aguad afirmaron que no dieron ese aval. Y se empezaron a pasar la pelota sutilmente entre ellos.
Si bien los macristas todavía se rehúsan a hablar de golpe de Estado y se apuraron en legitimar a Jeanine Áñez en el poder, en aquellos días febriles de noviembre de 2019, niegan haber cruzado el límite de colaborar con armamento represivo.
“Nuestra línea era clara: el presidente Morales se había ido fruto de las presiones de los sindicatos, de gran parte de la sociedad, de las fuerzas cívicas y el ejército, porque él había desatendido el plebiscito que le impedía ir por un nuevo mandato. Además la OEA había señalado irregularidades en su triunfo electoral. Se fue y quedó Áñez”, resume un exfuncionario de Macri. Así evita referirse a un golpe duro, blando o intermedio. Morales simplemente se fue. Pero a la vez descarta haber dado la orden de mandar los cartuchos y los gases para asistir a Áñez.
Otro dirigente que ocupó un cargo en el gobierno de Macri y ahora hace un balance descarnado de aquella experiencia afirma que la denuncia no le resulta inverosímil. “La postura sobre Bolivia y Venezuela siempre se sobreactuó al límite. No me extrañaría que se haya querido hacer un gesto para congraciarse con Estados Unidos”, especula.
Y ejemplifica con un caso concreto para graficar la magnitud del cuentapropismo y los desbordes ideológicos que se produjeron durante la presidencia amarilla. Se refiere al episodio que protagonizó José Luis Vila, quien desde la vuelta de la democracia trabajó en tareas de Defensa e Inteligencia para seis presidentes. Ligado al ex ministro del Interior de Alfonsín, Enrique “Coti” Nosiglia, Vila era un profesional de las tareas de inteligencia. Durante la gestión de Oscar Aguad asumió como subsecretario de Asuntos Internacionales del Ministerio de Defensa.
Desde ese cargo observó manejos irregulares y abusos en la Triple Frontera, por parte de agentes de la AFI y de las Fuerzas Armadas. Al poco tiempo le plantaron un artefacto explosivo en un domicilio en el que había vivido. Macri asegura que no estaba al tanto de los presuntos excesos de los agentes de inteligencia.
“Como Presidente de la Argentina valoro la respuesta y la responsabilidad que asumió la senadora Áñez como presidenta a cargo de Bolivia”, afirmó Macri el 5 de diciembre de 2019. Fue en Brasil, durante su última participación en una cumbre del Mercosur. Faltaban cinco días para que le pasara la banda a Alberto Fernández. “Como ustedes conocen, hay un periodo de transición en mi país. Como presidente electo que asumirá el 10 de diciembre, espero que (Fernández) oficialice la labor que está llevando adelante la presidenta electa”, concluyó.
El deseo de Macri no se cumplió. Alberto Fernández le otorgó asilo a Evo Morales y facilitó la vuelta del MAS al gobierno de Bolivia. Ahora, Macri quedó enredado en una suerte de Plan Cóndor de muy poca monta. Su estrategia para despegarse será la habitual: disolver la noticia en el ácido de la indiferencia. La acusación además le servirá para potenciar aún más su discurso antipopulista.
El Gobierno, sin embargo, intentará por todos los medios forzar su reacción. El oficialismo pretende sostenerlo como el jefe de la oposición. Justo cuando Horacio Rodríguez Larreta había conseguido acomodarlo suavemente y sin derramamiento de sangre en la periferia de la JxC, el pasado del expresidente lo arrastra hacia el centro.
AF/WC