A fines del 2001, Sandra Pitta caceroleaba, como miles de otros argentinos, en las plazas de sus ciudades. Había terminado su doctorado en biotecnología, era profesora en la facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires y, meses antes, en marzo de 2001, también había denostado las medidas anunciadas por el fugaz ministro de Economía Ricardo López Murphy, que incluían recortes a jubilados, universidades y empleo estatal. Hoy es él quien encabeza la lista de precandidatos a diputados nacionales que le dio el segundo lugar. Nacida en Uruguay, pasó buena parte de su vida en Estados Unidos hasta que vino a la Argentina como adolescente para hacer su carrera de grado y de posgrado. La crisis del fin de milenio golpeó su situación económica y el 2001 dinamitó sus expectativas de avanzar con un emprendimiento relacionado con droguerías. Además, el hiato de esa crisis de finales de los noventa, que virtualmente clausuró los nuevos ingresos al CONICET, demoró su efectivización en la carrera científica, algo que comenzó en 2002 pero sucedió de manera oficial en 2005. La historia de su militancia es más reciente: si bien siempre tuvo interés en política y más allá de que el relato de su vida está atravesado de un modo muy directo con la coyuntura del país, empezó su activismo en 2012 cuando decidió ser delegada de UPCN, el sindicato de los trabajadores estatales.
Novata en campañas electorales en el marco de partidos políticos, Pitta acaba de publicar el libro Conicet. La otra cara del relato (Libros del Zorzal), un relato personal de divulgación sobre cómo funciona el sistema científico argentino –en las disciplinas científicas que ella transita– según su experiencia con becarios, investigadores y comisiones evaluadoras, y cómo fue afectado por los últimos gobiernos del país. Quiso hacer, cuenta, “un pequeño manual para la gente que paga sus impuestos y lo financia y que muchas veces no entiende cómo funciona”.
—Una de las cosas que abordás en el libro son las condiciones laborales de los científicos y los becarios del Conicet: ¿cómo se congenia eso con formar parte de la lista que encabeza López Murphy que en su quincena como Ministro de Economía propuso reducir el presupuesto de la educación superior y la planta de empleados públicos?
— Mirá, te cuento algo. Yo lo conocí en el 2019 porque estaba buscando una forma de hacer la transferencia tecnológica y veía que a través del gremio yo podía ayudar un montón, pero existían barreras. Entonces alguien me dijo ¿sabés quién sabe mucho de esto? López Murphy. Le digo “¿pero no es el que nos ajustó?”, “No, andá a hablarle porque ¿sabes qué? No es lo que vos pensás”. Lo fui a ver, me recibió, estuvimos como tres horas hablando, y ahí entendí perfectamente bien lo que él quería plantear en el 2001. Cuando él me da su visión de lo que piensa que se debe hacer en la Argentina, yo dije sí, vamos por este camino.
— ¿En el 2001 lo criticaste?
— Obviamente, sí, sí, sí. Se lo conté, se reía, me decía: “no, yo le voy a explicar bien cómo fue todo”.
— ¿Y ahora lo entendiste?
— Ahora lo entendí, no solamente por esa reunión. Empecé a escuchar sus videos, me dio libros para leer. Dije: la verdad, de haber hecho ese ajuste en ese momento no hubiéramos sufrido la terrible explosión que sufrimos en el 2001, 2002. El 2001 fue un quiebre muy, muy grande en el país. Y creo que se podría haber evitado si López Murphy hubiera durado más de quince días. Yo la viví y fue un momento donde dije: bueno, acá desapareció el país. Y no hubiéramos tenido ese súper mega ajuste que fue el puntapié para que después Kirchner tuviera esos cuatro primeros años con superávit fiscal y todo lo demás. Me parece que de haber tomado esas medidas a tiempo nos hubiéramos evitado muchos males.
Desde hace algunos años, Pitta se convirtió en una voz que retumba en las redes sociales y que traspasa desde ahí a los medios de comunicación del prime-time para hablar de instituciones y científicos y cuestionar que el kirchnerismo haya sido tan virtuoso para el sistema científico nacional. Se explaya sobre la precarización de los becarios y lo separado que está el sector privado de la investigación académica, el verticalismo del Conicet y los sistemas de evaluación. Es crítica de la mayor parte de los años de los tres gobiernos kirchneristas, pero también del de Cambiemos, aunque manejó equipos técnicos en la agrupación Banquemos (que apoyaba al gobierno anterior) y firmó la carta de apoyo a la reelección de Macri en 2019. Pero además, suele denunciar una especie de espiral de silencio que hace que las voces que se oponen al kirchnerismo en general y a la intervención de los últimos gobiernos en la ciencia sean acalladas o caigan en la autocensura para evitar potenciales consecuencias. Ella se autopercibía como una rara avis en el sindicalismo estatal filoperonista –en donde subraya que la hicieron sentir muy cómoda– pero también entre los científicos que más se escuchan por fuera de los papers y los congresos. Por eso, elige alzar la voz por esas posturas que asume silenciadas. Mal no le ha ido en ese propósito: supera los 80 mil seguidores en Twitter y la pandemia la ubicó como una referente habitual en algunos canales de televisión en los que cuestiona la estrategia gubernamental para mitigar el impacto del virus y la campaña de vacunación.
Antes de eso, cuando en 2019 los Fernández culminaban su campaña, tuvo otro pico de popularidad: luego de tuitear que temía ser echada del Conicet si ellos ganaban y que prefería irse antes que “tener miedo”. Alberto Fernández le pidió en un acto masivo en Ciudad Universitaria, con nombre y apellido, ante las carcajadas de los asistentes, que no tuviera miedo: “Sandra Pitta, te prometo que te voy a cuidar como a todos ellos”.
Dos años después es ella la que hace campaña y tiene picos de alta rotación mediática. Uno de ellos fue en el verano, cuando Argentina compró y aprobó la vacuna Sputnik V del Instituto Gamaleya. Pitta criticó el procedimiento de la aprobación, cuestionó a la ANMAT y directa o indirectamente puso un manto de sospecha sobre la vacuna adquirida e inoculada a millones de personas. Llegó a decir que la vacuna podría ser como ponerse té de peperina. Pero no quiere hablar mucho sobre este tema: “Ya creo que hablé demasiado y me parece que en algún momento se va a entender. Espero que sea la mejor vacuna del mundo. Espero que sea recontra efectiva. Ese es mi deseo para todos los que la han recibido. Por ahí lo es”.
—Tu popularidad tiene mucho que ver con las redes sociales que suelen imponer una forma de generar impacto opuesta a los matices y argumentos de la ciencia profesional ¿vos sentís esa contradicción entre tu formación, tu producción científica y tu forma de expresarte en las redes?
— Antes de ser tan conocida a mí me seguían mucho porque yo contaba cosas del Conicet. Armaba hilos. El libro me lo ofrecieron antes de ser conocida, y hay mucha gente que tiene prejuicios, que tiene preconceptos, que no entiende esta diferencia entre becario e investigador, que no entiende por qué el becario está precarizado y que es necesario darle un marco legal, todo lo que yo cuento en el libro. Y yo lo iba contando no en blanco y negro sino explicando. Ahora me parece que toda la comunicación actualmente está yendo por el lado del blanco o negro y es muy difícil apartarse de eso, e inclusive los mails que nosotros recibimos, los mails institucionales que recibimos de la facultad, del Consejo Directivo, son blanco o negro y peor todavía que las redes, porque en las redes hay muchas expresiones que podés o no coincidir, pero los mails institucionales, los que vienen de arriba, vos no podés contestar. Para mí las redes, más allá de todo lo que los comunicadores estudian y que me parece muy interesante, son la posibilidad de que mucha gente que no tenía voz antes la tenga ahora. Por otro lado te cuento que cuando nosotros escribimos papers científicos, por lo menos en mi área, nos tenemos que despojar de todo. Yo tengo una disciplina de simplificar también para que se aclare, porque si vos metes mucha palabra también eso oscurece el mensaje.
—Una cosa es la cantidad y otra cosa es qué tipo de palabras. En tu time line vos vas construyendo un tono bastante vehemente de intervención…
— Yo creo que es firme más que vehemente. Nunca hay insultos de mi parte… Yo creo que es según quién lo lea. Yo justamente siempre marqué los matices, hay gente que me decía “hay que cerrar el Conicet”, yo decía “no, esperá” y explicaba. Soy muy del equilibrio, a mí no me gusta lo blanco o negro. También es cierto que hay gente que lee y construye un personaje, no solamente a través de lo que lee, sino a través de lo que dicen los medios. De repente yo aparecí como alguien agresivo, aparecí como alguien que no era. Yo soy firme en mis convicciones y acepto que otro me diga lo contrario pero si me lo dice correctamente, ahora si me insulta, viste que yo no insulto, generalmente uso el humor y todo ese tipo de cosas. Pero, además, mi función como científica no está acoplada a mi función en las redes. Soy la misma persona pero también sé separar. Yo he visto, por ejemplo, cosas escritas por colegas que son barbaridades y ahí sí me pregunto si eso que dicen no lo están volcando en su trabajo diario, espero que no, ¿no? Concepciones de la ciencia o aseveraciones que me resultan imposibles de entender en personas que sé que son preparadas y formadas.
—¿Pero vos no sentís que desde hace algunos años fuiste cambiando tu postura hacia una más radical?
— No sé si radical, sino que a mí me impactó mucho lo que me pasó con este hombre, con el señor presidente. A mí me impactó mucho que nadie se diera cuenta de que eso [la mención que hizo en el acto en Ciudad Universitaria] era una terrible agresión y que eso iba a marcar lo que iba a hacer él en el futuro y que también marcaba la modalidad de política que había sido siempre el kirchnerismo, esa cosa de señalar. Hubo muchísima gente que sí se dio cuenta. Yo no creo que me haya radicalizado, siempre tuve las mismas ideas. Lo único es que sentí que lo tenía que expresar, quizás, de una forma más directa, porque uno siempre trata de no herir los sentimientos. Sentí que sin ser agresiva yo podía manifestar en forma clara y firme lo que sentía y eso también ayudaba a que otros, que no se animaban a hablar, pudieran hablar, porque hubo muchos años donde mucha gente no habló, se autocensuró, en pos de o mantener amistades o –en el Conicet– para no herir los sentimientos de gente que te evaluaba y que por ahí creías que era oficialista y quizás eso iba a pesar sobre la evaluación. No estoy diciendo que pesaba o no, pero estaba la sospecha… Una vez me acuerdo que en Facebook en un grupo de científicos alguien dijo algo y un joven investigador asistente le comentó y de repente me dijo: “Sandra, me di cuenta de que al que le comenté es fulanito de tal y me evalúa la comisión”. Yo le dije: “Bueno, mirá, no creo que esto que estás diciendo se traslade, pero yo no sé”.
— ¿Cómo le fue en la evaluación?
— No, inmediatamente él borró el mensaje y me dio la razón. Vos no sabes la cantidad de autocensura que hubo, porque te atacaban, si vos llegabas a decir algo era tremendo, hasta con malas palabras.
— ¿Otros científicos?
— Otros científicos, era tremendo. Decir “voté a Cambiemos” ya era la agresión, y en general ¿qué se hace? O no se responde, o se responde con más agresión, cosa que no me gusta, o te callás o te vas yendo o contestás lo que pensás que ellos quieren. Entonces a mí me parece que esa firmeza, a partir de ese momento, se debió a que, sin ser arrogante, me convertí en una especie de la voz de los que no podían hablar, y esa voz tenía que ser lo más racional posible. Vos habrás visto las cosas que dijeron de mí en las redes, periodistas también, que era psicótica, que yo tenía un problema que quería ser famosa, cuando yo toda mi vida fui súper bajo perfil.
—Este año tuviste una circulación mediática intensa cuando cuestionaste la Sputnik, incluso también después de que haya salido el artículo en The Lancet.
— Sí, salí en muchos lugares. Lo que pasa es que lamentablemente acá los medios deberían haber acudido –yo también daba nombres– a gente que sabe de ciencia regulatoria. La ciencia regulatoria es una ciencia por sí misma. Y un biólogo generalmente no sabe ciencia regulatoria. En general los que saben de ciencia regulatoria son farmacéuticos, bioquímicos, los que están específicamente en el área y que saben cómo es que se tiene que aprobar un medicamento, que saben cómo se tiene que aprobar una vacuna. Y yo salí a decirlo porque mucha de esta gente también se callaba, porque la realidad es que da mucho miedo, las personas que están gobernando uno siente que te persiguen. Te persiguen. Entonces, por ejemplo, gente de la ANMAT. ¿Escuchaste a alguna autoridad de la ANMAT hablar? No. Los medios tendrían que haber acudido a la ANMAT. La ANMAT tiene técnicos de primera.
— Pero en ese momento cuestionaste a la ANMAT...
— Lo cuestioné, no, digamos...La ANMAT recomendó, no la autorizó. Hay una cosa ahí muy extraña. A ver... Yo no quiero hablar tanto de esto porque sé que hay mucha gente que se dio la Sputnik, y que por ahí es una buena vacuna y todo. Yo lo que hacía hincapié era en la irregularidad de cómo se había autorizado. La vacuna podía ser excelente, pero la autorización, todo el procedimiento, era irregular.
— Tu libro se llama La otra cara del relato y cuestiona varios aspectos del sistema científico argentino: ¿sos una científica que cuestiona las instituciones de la ciencia?
—La ciencia es cuestionamiento permanente. Yo no soy anti institución, soy institucionalista, pero me parece que las instituciones se tienen que aggiornar, tienen que ir siempre mejorando. No es lo mismo un sistema que funcionaba a principios del siglo XIX con una comunidad científica acotada, cuando empezaban las revistas que un mundo donde todos los días proliferan [las revistas]. Inclusive tenés una base de datos donde tenés todas las revistas que son truchas. Vos abrís tu mail todos los días y te ponen estimado, leímos su trabajo y queremos que usted aporte. Vos decís, esto es trucho.
— ¿Sentís que tenés similitudes con otros precandidatos que debutan en listas en estas elecciones y que son considerados outsiders de la política“?
— Con los de mi lista sí, o sea, somos muchos de nosotros outsiders y somos parte o de las fuerzas productivas o del área académica. Yo soy mitad y mitad, porque trabajé mucho en lo privado. Es como el CONICET, siempre una inyección de algo nuevo mejora. Que no es decir que lo que está es todo malo. Calculo que sí, que somos outsiders. Y que eso de ser outsiders va a movilizar positivamente.
— ¿Te ves muchos años más en política?
— Mirá, yo en ciencia me veía muy poco tiempo y me quedé. En los cines y en los teatros yo siempre me siento en el extremo. Porque siempre está la posibilidad de que me levante y me vaya. Obviamente que si salgo, si me eligen, obviamente, los cuatro años no se preocupen que no me voy a levantar ni me voy a ir. Pero me refiero a que siempre me reservo esa cosa de decir… Me he ido de trabajos que me pagaban muy bien y no me he ido mal, sino que por ahí había una mejor oferta, o no me gustaba lo que se estaba haciendo. Siempre me reservo la posibilidad de que sea por cuatro años, si es que soy electa, si me parece que estoy haciendo un buen trabajo. Si otros evalúan que estoy haciendo un buen trabajo, presentarme. Y después volver al ruedo. Yo tengo mi carrera, tengo varias carreras además.
NS