El 2023 en la cabeza de Alberto: cumplir metas del FMI sin devaluar, PBI en crecimiento y mantener las PASO
La estrategia electoral del Presidente colisiona con el objetivo del cristinismo de eliminar las primarias. La aversión a la devaluación del peso, factor común en un frente con responsables que no se hablan. Balance a contramano de la mayoría del oficialismo y mirada retrospectiva del conflicto con la vice. Qué le piden, de qué se queja y qué quiere.
Alberto Fernández piensa en 2023 y la estrategia, como un destino inexorable, vuelve a chocar de frente con el cristinismo. El Presidente ratifica ante su círculo más próximo que la candidatura presidencial del oficialismo debe ser resuelta en primarias obligatorias del peronismo unido. Considera, con un dejo de satisfacción, que el intento de derogar las PASO está terminado, básicamente, porque faltan los votos necesarios en la Cámara de Diputados.
Quienes frecuentan a Alberto le escucharon definiciones que parecen tener una destinataria específica: “Las PASO son el método más sano para definir una candidatura, mucho más que el dedo de una persona” y “nunca el peronismo le tuvo miedo a contar los votos”.
Contra la opinión unánime de los encuestadores que escenifican un futuro adverso para el peronismo y un índice de imagen positiva presidencial de poco más de un tercio del electorado o la mitad de eso —según quién mida—, Fernández se apoya en un descenso “paulatino” de la inflación y un probable crecimiento económico en 2023 para desafiar el ánimo de derrota que campea en el oficialismo.
Evitar una devaluación brusca, como la que reclamó en su momento el actual viceministro de Economía, Gabriel Rubinstein, y como la que propone hoy Emmanuel Álvarez Agis, un economista con el que el Presidente suele hablar. Esa es una de las escasas ideas compartidas entre Alberto, Cristina y Sergio Massa: una devaluación derivaría en recesión y aumento de la pobreza, sin la fortaleza política ni tiempo suficientes para evitar una agudización de la crisis en la antesala electoral.
Por ello, tanto funcionarios del Palacio de Hacienda como de Casa Rosada —el Presidente incluido— insisten en que la reducción del déficit fiscal y de la inflación será “paulatina”, y algunos incurren en el equívoco de hablar de un plan de estabilización sin devaluación. “El problema de un plan de estabilización sin devaluación es que no estabiliza”, advierte un economista heterodoxo que reclama reserva de identidad.
Microclima de vaso lleno
Alberto evalúa que el crecimiento de la economía en 2023, aunque sea por “arrastre” del alza del PBI en 2022, marcará tres años consecutivos con signo positivo por primera vez en una década y media. Tres años de crecimiento en cuatro de mandato, con dos de ellos pandemia, valora el Presidente, inmerso en un microclima del vaso medio lleno que languidece a unos metros de su despacho en Balcarce 50.
Las cuentas dejan de cerrar cuando se observa el poder adquisitivo de los salarios. Durante el Gobierno de Mauricio Macri, cayó 21% en el segmento registrado privado y 23% en el público, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC). Con el Ejecutivo de Fernández y hasta diciembre pasado, los sueldos en blanco crecieron grosso modo a la par de la inflación, pero el registro de 2022 marca otro escalón descendente.
El panorama es mucho más desalentador para los trabajadores informales. Con Cambiemos, los sueldos habían perdido 24%, y con Todos, hasta julio pasado, otro 12%.
Ese cuadro que afecta de lleno a la base electoral peronista es citado por propios y extraños como un condicionante crucial para la proyección del oficialismo. Esta semana, el Gobierno anunció un paliativo de $ 45.000 para 2,5 millones de personas no tienen ningún ingreso en blanco ni reciben AUH u otro plan social.
Plato frío
El pasado 5 de octubre, Andrés Larroque oficializó el intento del cristinismo y de La Cámpora de derogar las primarias simultáneas, abiertas y obligatorias, con el argumento de que esa elección funciona en realidad como una primera vuelta y es, por lo tanto, redundante. Buena parte de los gobernadores y algunos opositores coinciden en que el sistema estrenado en 2011 debe ser eliminado, pero un puñado de diputados oficialistas —en especial, los que no serían beneficiados por el dedo de Cristina a la hora de armar listas— ya objetaron el intento. Con el rechazo de Juntos por el Cambio, el proyecto de derogación de las PASO parece naufragar. Un plato vengativo que Alberto Fernández podrá comer frío.
No caer en la “necedad” de la división del peronismo que derivó en la victoria de Macri en 2015 es una condición inexorable para dar pelea en 2023, en la mirada que transmiten del Presidente. De allí que se abrace a la PASO y a “una enorme movilización social” como garantía de unidad de lo que el mandatario sigue llamando Frente de Todos.
'Vos recorré el país que yo hago campaña con el libro, voy a estar tranquila'. Esa parte —según el recuerdo que le asignan a Alberto Fernández— fue cumplida. 'Y después vos estás en el Gobierno y yo me voy al Senado'. Esa parte, no
En el cristinismo no desmerecen el valor del monopolio de la boleta peronista, pero ven otro camino de llegada. Como “los votos son nuestros”, creen que la candidatura oficial de Cristina (de ella misma o de un elegido) hará que el resto que quiera conservar cargos vaya al pie, y prescinden de la voluntad de Alberto Fernández. “¿Vos pensás que un intendente no va a querer estar con una candidata que revienta la plaza de su ciudad?”, dice una voz con una lógica que suena pre-2019.
De ayer a hoy
Para entender al Alberto que piensa la economía hoy y la proyección en 2023 cabe conocer la mirada del mandatario sobre cómo su Gobierno llegó hasta acá.
No se percibe furia, ni siquiera enojo del Presidente con la vice, según las fuentes que lo escuchan. Habla como quien conoce a Cristina en profundidad hace mucho tiempo y nada lo sorprende demasiado.
El diálogo comandado por la entonces senadora para definir la candidatura del Frente de Todos en 2019 incluyó dudas de Alberto en cuanto a que quien había vuelto a ser su jefa política no podría asumir un rol secundario en el Gobierno. La entonces senadora fue categórica: “Vos recorré el país que yo hago campaña con el libro, tranquila”. Esa parte —según el recuerdo que le asignan a Alberto Fernández— fue cumplida. “Y después vos estás en el Gobierno y yo me voy al Senado”. Esa parte, no.
El jefe de Estado atribuye el supuesto incumplimiento a que prevaleció la naturaleza de la vicepresidenta. “No pudo, la política la hacemos seres humanos”.
Las diferencias de Alberto con Cristina parecen alcanzarlo todo —visión económica, evaluación del Gobierno y del pasado, estrategia electoral—, pero encuentran un límite: “Es honesta, porque la conozco. Las causas por las que la juzgan son jurídicamente un disparate”, dice el Presidente en registros reservados que son similares a los públicos.
Las palabras del mandatario son más despectivas cuando habla de quienes “asumen derechos adquiridos sobre la marca CFK”. No obstante, le asigna a la vicepresidenta la autoría de todos los movimientos, incluida La Cámpora.
Ni títere, ni vueltero
“Seré redébil”, dijo Alberto Fernández en el coloquio de IDEA en Mar del Plata para luego enumerar que fue el encargado de reestructurar la deuda por US$ 66.000 millones con acreedores privados, refinanciar US$ 44.500 millones con el FMI y lidiar con la pandemia. Esa idea de la debilidad o del presidente indeciso, títere y vueltero —crítica recurrente hasta en el mismo edificio que preside— ronda los argumentos de Alberto.
El Presidente mantiene un diálogo frecuente con el ex vice boliviano Álvaro García Linera. La gestión para recibirlo en Buenos Aires y, un año y medio después, para organizar su regreso a Bolivia, finalizado el Gobierno de facto, selló ese vínculo. Comparte con el intelectual boliviano la noción de que “la gran batalla” del poder político se juega en la comunicación. Alberto cita versiones que lee sobre sí mismo que le parecen disparatadas y falsas, y cuestiona la lógica de algunas críticas. “¿Por qué creerán que Cristina se enoja tanto con un tipo que hace todo lo que ella quiere?”, se preguntó Alberto ante García Linera, quien dedicó sus últimos años a analizar la dificultad de la segunda oleada de Gobiernos progresistas y de centroizquierda de América Latina para dar respuestas a las demandas tras el breve ciclo de derecha antipopulista.
Ni títere de Cristina ni dubitativo, razona Alberto ante su círculo de confianza. En lo único que admite haber dado marcha atrás durante su mandato es en la estatización de Vicentin, la comercializadora de cereales que entró en quiebra tras recibir préstamos por centenares de millones de dólares de la banca pública en el tramo final del Gobierno de Macri. A la luz del proceso, el mandatario entiende que la decisión revertida resultó beneficiosa porque el Estado podrá ser accionista de la firma al finalizar el concurso, sin poner fondos adicionales. Un tribunal de provincial decidirá si es así.
Dolor, respeto y timing
“Mucho respeto” por Martín Guzmán y “dolor” por la forma en que se fue. El problema del exministro de Economía que parecía ser la principal carta de Alberto Fernández en el gabinete es que “nunca tuvo timing político”, dicen que piensa el Presidente. Así explica la demora en poner punto final al esquema de subsidios masivos de tarifas de servicios públicos que beneficiaban a millones de familias con poder adquisitivo medio y alto, un objetivo muy reclamado por Guzmán para terminar con una cuenta que lastra el equilibrio fiscal.
La versión que le asignan a Alberto es que él mismo terminó de convencer a Aníbal Fernández para que pasara del Ministerio de Seguridad a la Secretaría de Energía, con el fin de hacerse cargo de la reducción de subsidios, en reemplazo de funcionarios de La Cámpora que obstaculizaron la medida durante dos años y medio. Ese mismo sábado 2 de julio de 2022, Guzmán se precipitó y renunció, cuando Aníbal ya había dado el sí, indica el relato. Fuentes próximas al exministro de Economía, por el contrario, afirman que el Presidente intentó dilatar una decisión “una vez más”, pese a que tenía claro que ya no había más margen.
El Presidente evalúa resultados económicos “muy buenos” de la gestión Guzmán ante la secuencia de la herencia del Gobierno de Macri, la pandemia y la guerra, y reivindica haber mantenido el rumbo aun cuando Cristina se cruzó de vereda en rechazo al acuerdo con el FMI, en enero pasado.
Vuelve la contraofensiva ante acusada debilidad. Quienes conocen lo que piensa citan la molestia del Presidente ante una frase transmitida por un periodista: “Lo que pasa Alberto es que vos tenés que ser un poco más hijo de puta”. Es un tópico de “gente muy valiosa” que se sienta frente a su escritorio.
“Lo último que le pediría a un Presidente es que sea un hijo de puta. Un Presidente tiene ampliar derechos y cumplir la ley”, lo escucharon quejarse. “La historia no me va a juzgar como un traidor ni una persona claudicante”, repite ante terceros, como quien anticipa sus memorias.
SL
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