“No podía terminar de otra manera: ¡Viva la libertad, carajo!”. Javier Milei cierra su primer discurso como presidente electo y la multitud afuera del Libertador Hotel estalla en un grito ensordecedor. La avenida Córdoba al 1000, en el microcentro porteño, está repleta en el asfalto, las veredas, el techo de los kioscos de revistas y florerías. Hay gente hasta en el Obelisco. Fuegos artificiales explotan en el aire.
“Esto es una fiesta. ¡No puedo creer, sacamos a Cristina!”, festeja Rubén, la bandera amarilla con la serpiente y la consigna “Don't tread on me” colgada del cuello. Un señor con canas y anteojos revolea boletas de Milei abrazado a un muñeco de la actual vicepresidenta con traje de presidiaria. El libertarismo al palo ganó la calle y la Argentina entró en las fauces del león.
“Que lindos verles la cara de orto a todos. Mañana pongo una foto al lado de la otra y los orino a todos”, se excita Marcelo Ocampo, 54 años, trabajador independiente, de Capital Federal. “Quiero un cambio urgente”, justifica su voto y defiende algunas de las posiciones más extremas de Milei: “Hablar de que hubo muertos en manos de Montoneros no es reivindicar la dictadura. Hay que escuchar las dos campanas”. Y mientras dice eso en el pequeño escenario montado fuera del hotel ya suben Milei y Victoria Villarruel, su vice electa y con conexiones innegables con militares condenados por crímenes de lesa humanidad.
Si Milei eligió como búnker al Libertador Hotel por su nombre, la ubicación sobre la avenida Córdoba también le dio una señal: la provincia mediterránea fue uno de sus trampolines para la victoria, donde el “voto fernet” salió bien puro: 75-25. “Yo elegí cambiar. Ya fue. Si va mal, ya después lo tacho de la lista, pero quería probar algo nuevo”, dice María, cordobesa en Capital Federal, más de 50, junto con amigos.
El apoyo a Milei atravesó el país, las edades y las clases sociales. Esa masa de votantes tiene caras, es de carne y hueso, y están acá ahora celebrando: familias con uno, dos, tres hijos; una pareja de abuelos en bastón, el grupito de pibes tomando fernet o fumando porro, algunos en reposeras con el mate como en la playa, un payaso, uno disfrazado de un león arriba de una moto, otro de San Martín, de Spiderman, el Guasón también presente; gente de traje y corbata, con camisa floreada, con el ombligo al aire, botas tejanas, con el pelo teñido de violeta, con una motosierra de cartón en la cabeza, con remera de los Rolling Stones, los Ramones, Red Hot Chili Peppers, muchísima camiseta de la Selección de fútbol y de Messi.
Hay gorras de “Las fuerzas del cielo” y de “Make Argentina Great Again”. Se venden cervezas y fernet con coca. Snack y sandwiches, pero no hay choripanes. La bandera de Argentina cuesta mil y dos mil pesos, dependiendo el tamaño. También se pueden comprar a “dos dólares”. Uno de los que vende es Carlos, que viajó desde Lobos hasta Capital para hacer la venta ambulante: en la semana trabaja de albañil. “Si no vengo hasta acá no me alcanza”, asegura. Igual votó en blanco. Y cuenta que entre sus siete hijos tiene repartidos entre massistas y mileistas.
“Se necesita un cambio, para dejar de sobrevivir y empezar a vivir”, afirma Manuel, 35 años, pareja y dos hijos a cuestas: uno de los niños duerme en el cochecito, al otro lo tienen a upa. Él es ingeniero en sistemas. Viven en Puerto Madero. “Ojalá que no se convierta cien por ciento en político”, dice Manuel, que espera un triunfo de su candidato. Reconoce que “no estaba de acuerdo” con la alianza con Mauricio Macri, pero que ahora la entiende: “Milei se bajó los pantalones, pero en definitiva es política. Si no pateas el penal, no sabes si podes ganar”, apunta.
En el aguante libertario no solo hay argentinos: “Milei, somos venezolanos y estamos contigo. No queremos volver a emigrar”, se lee en un cartel. Nancy tiene 65, es de Venezuela y está hace un año en el país. “Me encanta Milei, lástima que no lo pude votar porque no tengo papeles”, reconoce. Su hijo emigró en 2018. Él sí votó a Milei.
“No hay lugar para la tibieza, no hay lugar para medias tintas”, es de los pasajes más aplaudidos del discurso del presidente electo. “La Argentina volverá a ocupar el lugar en el mundo que nunca debería haber ocupado”, promete y se escucha un “vaaaaamos” desde la calle. “Se termina una forma de hacer política y comienza otra”, cierra y sus simpatizantes gritan “uooo”.
El público de un candidato que defendió a Margaret Tatcher ahora canta y salta al ritmo del rock nacional: suenan en los altoparlantes Fito Paez, Ciro, Los Piojos, Catupecu Machu, Babasónico, Charly García, Los Ratones Paranoicos. Hay pogo en “Panic Show” de La Renga y en “Se viene” de Bersuit Vergarabat. “Argentina, sin Cristina”, se hace hit. “Massa, basura, vos sos la dictadura”, también. Se escucha cuatro años después el “Sí, se puede” macrista. Una mamá grita con su hijo: “Tiene miedo, la casta tiene miedo”. Un pibe de menos de 15, vestido con un traje que le queda grande no para de agitar: “¡Zurdos de mierda. Viva la libertad carajo!”.
Milei baja del escenario callejero y saluda a los que están sobre la valla. Ahí estaba desde temprano Jorge, con sus 22 años, con un cartón pintado con la frase “Milei 2023”. “Me gusta el cambio que hizo con la gente. Más allá de si lo cumple o no. Nos despertó sobre la corrupción del kirchnerismo”, dice. No estudia ni trabaja, pero hace cada tanto changas con PedidosYa. Vive en “una casa propia” que recibió de su madre. “Massa nos la deja servido con la corrupción que hay. Además lo apoya Cristina”, asegura. ¿Y qué opina sobre el acuerdo de Milei con Mauricio Macri? “Él tuvo muchísimas trabas en el gobierno que le toco”, lo defiende.
Argentina de Milei, también es Argentina. Y ahora entró a las fauces del león.
MC/DTC