Sergio Berni volvió a habitar el micromundo K. Hace un mes, días después del atentado contra la vice, estuvo con Cristina Kirchner en el Senado, que lo convocó para pedirle su opinión sobre el episodio y recabar información extra que pueda tener como ministro de Seguridad. Dos semanas después, tuvo una charla larga y cordial con Máximo Kirchner en la residencia del gobernador en La Plata. Quizá califica como reunión social porque fue durante una reunión familiar, íntima, por el cumpleaños 51 de Axel Kicillof. Las dos presencias dejan un mensaje político sobre el estado de las relaciones entre el gobernador con ambos.
Los dos reencuentros, con Cristina y con Máximo, luego de meses de frialdad y tensión, adquieren para el ministro un valor extra luego de la represión de la Policía Bonaerense en la cancha de Gimnasia en La Plata, donde falleció el hincha César Regueiro, y hubo más de 100 heridos producto de una desorbitada acción de los efectivos, que se extendió durante más de una hora, sin que haya una contraorden política de repliegue o cese, y en la que, según los testigos, los uniformados mostraron una actitud agresiva. “Estaban cebados”, fue una descripción recurrente.
Berni seguía, hasta este sábado, como ministro de Seguridad y lograba atravesar, no sin heridas, las críticas sobre su figura: por la responsabilidad política del operativo, por haber “opinado” sobre el cuadro médico del fallecido o por atribuir el principio de la culpa al club por la supuesta sobreventa de entradas. El ministro, en las horas de más presión, estuvo con Kicillof: no presentó su renuncia ni el gobernador se la pidió. Traducción: ninguno de los dos, creyó que lo ocurrido fuese responsabilidad del ministro.
Más allá de algunas voces del FdT, como Fernando “Chino” Navarro o Lucía Klug, una diputada que responde al espacio de Juan Grabois, el reproche repetido por sectores del oficialismo, se enfocó en el accionar policial como si la fuerza fuese un órgano autónomo, sin conducción, ajeno al sistema que tiene, en la cima del poder ejecutivo, a Kicillof. Algo de eso hay pero su invocación supone, de hecho, un fracaso: aceptar que la Policía, una fuerza de 100 mil hombres, opera por su propia dinámica.
El fracaso aplica ante la hipótesis de que, tal como deslizaron dirigentes como la senadora Juliana Di Tullio, la represión haya sido parte de la acción intencional de un sector de la fuerza para generar un episodio traumático y jaquear al gobierno bonaerense. Berni lo niega. Pero se invoca, casi naturalizados, otros sucesos: el reciente cambio en la jefatura policial de La Plata y el proceso de ascensos y designaciones que se producen, cada fin de año, en la Bonaerense. Algo así como que la policía juega su propio partido y disputa, en un operativo en un partido con 30 mil asistentes, sus propias internas.
Gabinetes
“El único jefe político que Berni reconoce es Axel”, dicen a su lado y verticalizan los costos: esta vez, por las características y por las críticas propias, el malestar sobre el ministro parece derramar más que en otras ocasiones sobre Kicillof que en otro tiempo contempló la posibilidad de remover a Berni, pero se topó con una dificultad: encontrar un reemplazo o aceptar propuestas que, hasta ahora, no lo convencen. Al final, Berni cumple un rol en el ecosistema de poder cristinista: se pone al frente de tareas a las que le escapan los kirchneristas clásicos, más ideologizados. Se puede trazar un paralelismo con Sergio Massa, el socio necesario que ejecuta un ajuste que el dispositivo K considera inevitable pero que no quiere hacer.
El fuego amigo sobre ambos consolida un clima en el oficialismo: la tregua que surgió, ante el abismo, con la designación de Sergio Massa y estiró el intento de magnicidio contra la vice da señales claras de haberse agotado. El tuit de Cristina hace diez días funcionó como una bengala pública para avisar que se abría la temporada de reproches: Máximo Kirchner apuntó contra el dólar soja y Andrés “Cuervo” Larroque retomó la críticas a Claudio Moroni, el ministro de Trabajo, un albertista al que algunas fuentes del FdT ubican fuera del gobierno en los próximos días.
La represión en Villa Mascardi, y el posterior trato a cuatro mujeres mapuches detenidas, derivó en la renuncia de Elizabeth Gómez Alcorta como ministra de las Mujeres. Opera, en este caso, como criterio de oportunidad: la funcionaria estaba hace tiempo, como otros ministros, con un pie afuera de la gestión y lo ocurrido en Río Negro detonó su salida o le balizó el camino. Su reemplazo, en estas horas, parecía reducirse a tres nombres: Marita Perceval, la portavoz Gabriela Cerruti o la secretaria de Legal y Técnica Vilma Ibarra. Excepto Perceval, elegir a Ibarra o Cerruti implicaría mover otros casilleros del gabinete.
Recambios
En la hoja de ruta que definió el gobierno, esos cambios se conocerían este lunes: además del reemplazo de Gómez Alcorta, se conocería a quien ocupará el Ministerio de Desarrollo Social, que dejará libre Juan Zabaleta para regresar a la intendencia de Hurlingham y se anticipa, además, un recambio en Trabajo, actualmente a cargo de Moroni.
En gobierno deslizan que Fernández tiene definidos los nombres y que se anunciarán en estas horas. Para Desarrollo, una de las figuras que se menciona es Victoria Tolosa Paz, diputada nacional que fue, al inicio del gobierno del FdT, titular del Consejo de Políticas Sociales y tuvo, desde el 2002, distintas tareas en cargos vinculados a políticas sociales. En estos días sonaron otros, como el massista Ariel Sujarchuk, intendente con licencia de Escobar, y Laura Alonso, camporista que es una especie de viceministra. Hay un juego de equilibrios: Zabaleta entró convocado por Fernández y su reemplazo debería tener el sello del presidente. Una variable secundaria también pesa: la importancia de sumar a un ministeriable del Interior en la terna de bonaerenses.
El otro movimiento que se anticipa refiere a Trabajo y la salida de Moroni, desempeño que Fernández elogia de manera repetida, y cuya salida no tendría una razón de carácter político o vinculado con su tarea como ministro. De hecho, en el radar aparece el nombre de Marcelo Bellotti, actual secretario de Trabajo, número dos de la cartera, como eventual reemplazo de Moroni, un histórico compañero del presidente: estudiaron juntos, luego compartieron estudio de abogados, e intervino en cuestiones que iban más allá de Trabajo.
La potencial salida de Moroni no tiene que ver, según confían fuentes oficiales, con las críticas que recrudecieron en los últimos días desde sectores cercanos al cristinismo. La designación de Bellotti -alguna vez concejal del Frepaso en La Plata, luego apoderado del partido de la Victoria- expresaría la continuidad porque el dirigente platense llegó a su cargo de la mano de Fernández, a partir de un vínculo con Santiago Cafiero, y se convirtió en una figura de acción silenciosa que se ganó la confianza de la CGT. No está solo: otro nombre que circula es la experimentada abogada laboralista Marta Pujadas, muy elogiada y conocida en el mundo sindical.
Hay un dato que se repite: los cambios en el gabinete no son productos de movimientos que decida hacer Fernández sino de sucesos que ajenos, algunos de naturaleza política, otros personales o tácticos que obligan al presidente a tener que mover el staff. Más simple: no deben leerse esos retoques como relanzamientos o algo por el estilo, sino que se tratan de operaciones que, en la cabeza de Fernández, tienden a mantener el statu quo.
Silvestres
Como se contó la semana pasada en elDiarioAR, el diálogo entre los Fernández es mínimo y la interacción es a través de Massa que sigue con su agenda paralela: el viernes se anotó un respaldo del FMI que le dedicó un párrafo repleto de elogios. Por momentos, Massa siembra y cosecha en un territorio donde el cristinismo construye su identidad simbólica más fuerte. Eso fue, en el último tiempo, el FMI a punto que cuando Cristina y Máximo empezaron a preconizar que el 2023 estaba perdido, planteaban que sería efecto del acuerdo sellado con el fondo por Martín Guzmán con el respaldo de Fernández.
No deja de ser una paradojas del mundo FdT: Massa se hace fuerte en el ring que marcó la debacle de Guzmán. Pero, al mismo tiempo, no hace pie en el rubro que más le importa a Cristina: la inflación. Sin calma en el frente económico, la vice advierte los riesgos de que aparezcan más alteraciones el clima social, muy sensible a episodios como el de la cancha de Gimnasia, cuyas derivaciones son siempre imprecisas. Un reciente informe de la consultora Taquion señala que 83,1% de los consultados tiene sentimientos negativos sobre su futuro.
La masividad de esa proyección excede al oficialismo porque frente a los fracasos del gobierno del FdT, aparecen las internas descarnadas de Juntos. Facundo Manes tiró una bomba sucia en el living de JxC pero no hubo ni una pizca de especulación, ninguna táctica por antagonizar con Mauricio Macri, sino una simple reacción casi defensiva, cuando le mencionaron que el expresidente lo acusaba de populista light, el apuntó a los hechos de espionaje ilegal registrados durante el último gobierno. Al final, Manes pareció hacer un favor a Macri porque hizo que casi todo el espectro de JxC cuestionara al científico radical con lo que, de rebote, defendió a Macri. Una dosis de síndrome de Estocolmo para los espiados que defienden a quien aparece como su espiador.
No es, sin embargo, lo que discuten Macri y Horacio Rodríguez Larreta. Un habitué de las oficinas que tiene en Olivos el expresidente cuenta que Macri está molesto porque Larreta le hizo llegar un planteo: le dijo que hasta que Macri no le dé una señal clara de que lo respaldará como candidato presidencial, él no hará lo mismo con Jorge Macri como candidato a jefe de Gobierno. El hecho, contado desde el macrismo, es amable con Larreta porque lo muestra con iniciativa.
PI