Aporta o aparta

“¿Qué te impide ser tu mejor versión?”: la obsesión por el desarrollo personal en una sociedad 'exitocéntrica'

Marta Sader

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Cuando era pequeña, mi madre me decía que lo importante en la vida, pasase lo que pasase, era ser buena. Ser 'buena', según sus enseñanzas, era ser amable, generosa, empática. Sostener a los que te acompañan en la vida, tratar de hacer el bien. Ahora no basta con eso. Ni siquiera sé si 'ser buena' forma parte de las aspiraciones del siglo XXI. Probablemente, no del todo, pues el desarrollo personal hace mucho hincapié en eso de poner límites, de modo que quizá no tendría sentido 'ser buena' con alguien que no te aporta 'energía positiva' o que no es tu 'persona vitamina' (“¡Aporta o aparta!”, “¡A llorar, a la llorería!”, se oye ininterrumpidamente en los mentideros del desarrollo personal). En realidad, sería algo así como perder el tiempo. Y si de algo carece esta época es de tiempo, razón por la cual hay que destilarlo al máximo, persiguiendo solo aquellos propósitos que contribuyan a nuestro 'crecimiento'. Todo el rato, en cada uno de los ámbitos de nuestra vida.

El bestseller Hábitos atómicos: Cambios pequeños, resultados extraordinarios (Diana, 2020) es un ejemplo de este tipo de filosofía. El libro no solo te facilita los pasos para ser la persona más plena posible en la cotidianidad: si lo adquieres con bonus desde la página web de su autor, James Clear, te ofrece también una guía para aplicar estos hábitos dedicados a cambiarte la vida a los negocios e, incluso, a tu forma de crianza. 

Otro caso es el de Sanctum, una nueva escuela de fitness basada en “una secuencia de movimientos inigualable para potenciar el cuerpo y expandir la mente diseñada para desbloquear el potencial humano, alcanzando los límites físicos y la euforia consciente”, según sus creadores. En mitad de la sesión, mientras los participantes saltan y se esfuerzan en respirar según el patrón que se marca, el entrenador pregunta cosas como: “¿Cuál es tu intención de hoy? ¿Qué te impide ser tu mejor versión?”.

La sociedad del cansancio

Es evidente que no vale con dejarse ir, no basta con 'ser'. Hay que aplicar los análisis de eficiencia que antaño usábamos para medir la rentabilidad de una empresa también a cada ser humano individual, en un nuevo y demandante giro del poscapitalismo denunciado ya por el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio (Herder, 2012). Y lo más interesante del tema es que nadie nos lo pide: somos nosotros los que nos esforzamos, los que invertimos con gusto (y quizá, también, con cierta dosis de ansiedad) en nuestro desarrollo personal.

Compramos libros, acudimos a cursillos, nos tragamos reels en los que se nos exhorta a levantarnos a las cinco de la mañana para aprovechar el día al máximo. Llevamos un 'diario de agradecimiento' para asegurarnos de ver siempre el lado bueno de la vida y no 'intoxicarnos' con pensamientos negativos. Nos empujamos a 'salir de nuestra zona de confort' (cuando para muchos es un mérito el mero hecho de haberla encontrado), contamos nuestros pasos, no tomamos 'alimentos que nos inflamen', vamos a yoga y a terapia, nos ponemos una alarma cada hora que nos recuerda que debemos beber agua. Si suena agotador, es porque lo es.

Nos empujamos a 'salir de nuestra zona de confort', contamos nuestros pasos, no tomamos 'alimentos que nos inflamen', vamos a yoga y a terapia, nos ponemos una alarma cada hora que nos recuerda que debemos beber agua. Si suena agotador, es porque lo es

Hace unos días, Rodrigo Taramona, creador digital especializado en tecnología, compartió en Instagram un vídeo en el que aconsejaba cómo hacer una agenda “útil de verdad”. La misma incluía un “registro de hábitos”, así como un inventario personal con los logros que quieres alcanzar, lo que estás haciendo para conseguirlos e, incluso, lo que no estás llevando a cabo (pero deberías) para obtener tus objetivos o, simplemente, para disfrutar (“cosas que te molan y no haces” es otro de los índices a rellenar).

Taramona explica además que, al final de cada día, conviene hacerse tres preguntas: qué has hecho bien hoy, qué has hecho mal y qué puedes hacer para mejorar. Tal y como sucede cada enero, cuando los gimnasios se llenan de caras nuevas, puede que sean muchos los que se apunten a customizar la agenda con este método, conocido y comercializado como bullet journal. Por supuesto, si quieres implementarlo, desde la web de su autor (Ryder Carroll) se te anima a hacer un curso, a comprar un libro y a adquirir la agenda en cuestión para poder llevarlo a cabo.

Sin embargo, también hay quien se pone a temblar ya a mitad de la explicación de Taramona solo de pensar en el grado de análisis y planificación que requeriría completar un diario así. “¡Estresada solo con oírlo!”, se lee en uno de los comentarios. “Yo no tengo tiempo para apuntar todo eso y luego, además, hacerlo”, indica otro. Pero son minoría; la mayoría de perfiles participantes afirman que se apuntarán a probarlo.

La pirámide de Maslow, que se ha convertido ya casi en verdad de perogrullo pese a haber sido sobradamente refutada, afirmaba en 1943 que el desarrollo personal solo llegaría cuando estuvieran satisfechas el resto de necesidades básicas del ser humano. Es decir, las alimentarias, las fisiológicas, las de seguridad y protección y las afectivas. El tema es que, actualmente, el crecimiento personal ha sumergido sus tentáculos en cada ámbito de la vida, convirtiéndose casi en obligación social —“si no va a terapia, no te lo folles” es la frase de moda—, de modo que uno puede perfectamente no tener resueltas ninguna de sus necesidades básicas y, aun así, sentirse impelido a alcanzar las más altas cotas de consciencia y productividad. 

El lado más oscuro del crecimiento personal

La vertiente más inquietante del desarrollo personal propugna a veces imposibles, como conquistar a la mujer de tus sueños (los cursos de ligue están destinados normalmente a hombres heterosexuales) o ganar un sueldo muy alto trabajando muy poco siguiendo sencillos pasos —previo paso por caja, claro—. En este caso, son precisamente personas con dificultades económicas las que se sienten tentadas a probarlos. En ocasiones, incluso, son la puerta de entrada a verdaderas estafas piramidales, como la de IM Academy. O la que muchos sospechan que puede estar llevando a cabo el controvertido influencer Amadeo Lladós, famoso por sus duros discursos, cargados de aporofobia, gordofobia y machismo contra los “panzas”, los “blandos” y los “mileuristas”. A todos ellos los conmina a vivir la mejor vida posible (la suya) mediante ejercicio, disciplina y, por supuesto, inversión en sus cursos.

El crecimiento personal ha sumergido sus tentáculos en cada ámbito vital, convirtiéndose casi en obligación social: uno puede no tener resueltas sus necesidades básicas y, aun así, sentirse impelido a alcanzar cotas más altas de consciencia y productividad

“El desarrollo personal está lleno de mentiras”, explica en uno de sus vídeos el youtuber Hemisferio Derecho, cuyo perfil —con casi 140.000 suscriptores— está dedicado, precisamente, al desarrollo personal. “Es triste ver cómo un ámbito como este, con tanto potencial para ayudar a la gente, se encuentra tan sumamente sobrecargado. Coaches de palo, millonarios de la noche a la mañana, supuestos eruditos y gurús que tienen todos los remedios para todos los problemas y un largo etcétera”.

Particularmente, el autor se queja de quienes venden “mierda” en lugar de contenido genuino, aprovechándose de las necesidades de la gente, y cita como ejemplo el bestseller El secreto (Rhonda Byrne, 2007). El mismo que puso de moda el 'poder de la manifestación', que propugna que basta con pensar en algo que deseas para conseguirlo. También se muestra en contra de aquellos que proponen seguir un camino sencillo para conseguir objetivos excesivamente ambiciosos, pues considera que están comerciando con imposibles.

El vídeo denuncia asimismo que el desarrollo personal se puede convertir en algo adictivo e ineficiente si lo único que se hace es consumir más y más contenido enfocado a la mejora sin llegar a llevarlo nunca a cabo. Aunque, en realidad, puedes incluso estar poniéndolo en práctica y acabar siendo adicto a tu mejoramiento, una tarea que puede tornarse interminable: ¿cuándo se supone que uno es lo 'suficientemente' bueno?

Olvídate de tu mejor versión

“Ya no basta con conseguir tus objetivos en el trabajo; ya tenemos presión en el ocio (¿cómo no vas a ir al restaurante de moda?) o en los viajes, que tenemos que mostrar a través de las redes”, comienza Buenaventura del Charco, psicólogo sanitario, profesor universitario y autor del libro Te estás jodiendo la vida. Olvídate de tu mejor versión y sé tú mismo (Ed. Martínez Roca, 2023). El profesional se refiere a ese mantra mil veces repetido del “acumula experiencias, acumula momentos”, un carpe diem tan exigente como propio de esta época. “Mi padre, que era médico, se preocupaba de ser bueno en su trabajo, pero luego se tiraba todo el verano en el mismo chiringuito, tomando la misma cerveza, y no tenía ningún problema con estar calvo o con su outfit. Ahora el perfeccionismo lo inunda todo y hay un montón de expertos tecnificando la vida humana —en este sentido la psicología es un verdadero cáncer— y diciéndole a la gente cómo vivirla”.

En conversación telefónica, el autor explica que nuestro ancestral miedo al rechazo (el ser humano, débil depredador, siempre ha necesitado de una comunidad de pares para sobrevivir) es el motor del que se alimentan las estrategias de crecimiento personal en la sociedad actual, en su opinión, profundamente exitocéntrica. “Me hace mucha gracia cuando vas a terapia y un psicólogo te dice que si te rechazan, bueno, no te tiene que importar. Pero ¡tu cerebro está diseñado para que te importe! Yo creo que lo que hay que hacer es aceptar que el rechazo nos duele y permitírnoslo”.

El perfeccionismo lo inunda todo, hay un montón de expertos tecnificando la vida humana y diciéndole a la gente cómo vivirla

Con su tono directo y nunca exento de humor, Del Charco se muestra en contra de ese “poco de azúcar” que Mary Poppins usaba para que los niños se tomaran la píldora. “Actualmente, se emplea una psicoterapia un poco infantil que trata de evitar lo negativo a través de una reformulación en positivo”. De hecho, como respuesta a este afán de mejora interminable, del Charco propone el amor incondicional por uno mismo y la autocompasión. “Llaman desarrollo personal a lo que es dependencia del logro. Sí, cuando consigues tus objetivos te sientes bien, pero eso también le ocurre a una persona anoréxica que llega a la talla 28, y todos sabemos que no es sano. Lo que estás intentando es crear una nueva versión de ti mismo para compensar lo que no aceptas de tu ser. Yo reivindico romper con esta idea actual de autoestima en la que vales lo que produces, en la que solo te puedes querer si cuentas con más características 'buenas' que 'malas', y aceptarte incondicionalmente, con tus defectos, como haces con la gente a la que quieres”.

“Estamos en el momento de la historia en el que la vida es más agradable y, a la vez, es cuando peor salud mental tenemos. Somos la generación más insatisfecha de la historia. Nos dicen que todo depende de nuestra actitud, de nuestras herramientas, de nuestra voluntad. Pero ser freelance, por ejemplo, hace que tengas ansiedad, porque la estabilidad socioeconómica es uno de los marcadores que mayor salud mental aporta. También el tiempo que pasas con la gente a la que quieres, que ya se ha demostrado científicamente que mejora el ánimo mucho más que hacer deporte. Y, sin embargo, en esta sociedad hiperindividualista que privatiza el malestar lo único que te dicen una y otra vez es que vayas al gimnasio para estar mejor, pero no, por ejemplo, que llames a tu abuela”.

El autor Christopher Ryan lo resume de esta manera en Civilizados hasta la muerte. El precio del progreso (Capitán Swing, 2020): la civilización es como un zoológico para los humanos, en el que la comida y el entorno son solo sucedáneos de lo que realmente necesitamos. En realidad, nuestra evolución de miles de años no nos ha programado para vivir en cubículos cerrados, alejados de la naturaleza y de nuestra comunidad, ni para trabajar durante ocho horas (con suerte), ni para ser sedentarios, ni para relacionarnos a través de una pantalla. El desarrollo personal sería, pues, un 'parche', como tantos otros, ante la constante insatisfacción que nos genera el mundo tal y como está concebido. 

“Si cada vez estoy más aislado y más solo porque invierto en mí y en mi proyecto todo el tiempo, eso me acerca a la depresión. Si siempre tengo un discurso autocrítico en el que me digo que no soy suficiente o me llevo al límite y trabajo por encima de mis capacidades, probablemente, acabe con ansiedad. ¿Por qué lo bueno es solo lo productivo? Por qué mi 'mejor versión' no es la más descansada, o la que ve más a sus amigos. No hay nada bueno ni malo per se en el desarrollo personal, no me gusta ser reduccionista, pero toda esta narrativa lleva al perfeccionismo y a la autocrítica, que pueden generar ansiedad, depresión y trastornos de la conducta alimentaria; los problemas de salud mental más extendidos entre la población actual”, resume del Charco.

En esta sociedad hiperindividualista que privatiza el malestar lo único que te dicen una y otra vez es que vayas al gimnasio para estar mejor

¿Puede ser beneficioso el desarrollo personal?

El reto, quizás, esté en poder usar las herramientas del desarrollo personal con sensatez para aprovecharlas verdaderamente. Pero en un entorno extremadamente crítico, exigente y vigilante, saturado de programas de este tipo lanzados por toda suerte de perfiles con mayor o menor profesionalidad, ¿cómo manejarnos? ¿Cómo saber de quién fiarnos?

Algunas red flags (banderas rojas), según del Charco, se dejarían notar en aquellos libros, consejos o cursos que te quieren vender una receta mágica e igual para todo el mundo. “La herramienta es algo preconcebido; tienen que mirarte a ti y hacer algo desde ahí”, dice. También en los discursos que te generan culpabilidad, partiendo del 'no lo estás haciendo bien', así como en quienes los articulan (coaches, psicólogos, gurús) que solo aportan 'soluciones' sin cuestionar los objetivos. En general, para el profesional, lo importante es desde dónde nos posicionamos para hacer lo que hacemos: “¿Vas al gimnasio porque te hace sentir mejor o para alcanzar unos estándares?”, se pregunta. “Lo malo es que tu bienestar dependa de ello, que ser digno de amor y de felicidad dependa de tu rendimiento y de tu consecución de objetivos”.