Sergio Tomás Massa, 50 años, hijo de Alfredo, constructor peronista, y de Alicia, ama de casa antiperonista. Hermano de Liliana, psicóloga. Vivió en San Andrés, partido de San Martín; egresó del Agustiniano, un colegio católico, en el albor de los noventa, cuando ya militaba en la UCeDé. Se anotó para abogado en la Universidad de Belgrano y dejó antes de terminar: la vida política lo sedujo más que la universidad. El título, igual, lo tiene. En 2013 aprobó con un 9 Derecho Laboral y Seguridad Social, materia que adeudaba, y asumió la banca de diputado con el diploma de estreno. Casado desde 2001 con Malena Galmarini, hoy presidenta de Aysa, tiene dos hijos. Si juega al fútbol, pide ir al arco porque, dijo una vez, “se ve todo el partido y ordenás distinto la cancha”. Y quizás ahí está la clave.
Cuando todo arde, Massa está ocupado en cosas sencillas: un asado, en la cancha, en una reunión familiar. Cuando Martín Guzmán renunciaba al cargo de ministro de Economía, el asistía al empate la tarde de Tigre contra Talleres, por ejemplo. Esa tarde, la del sábado 2 de julio, fue el principio del fuego. El reemplazo fue anunciado al día siguiente, el 3, y la ungida fue Silvina Batakis. El nombre de Massa, sin embargo, fue el que más piezas bailó en la danza de nombres. El incendió ocurrió en la semana: corrida bancaria, “temor de los mercados”, suba del riesgo país. ¿Leña al fuego? Remarcación de precios “por las dudas” y 5,3% de inflación en junio. ¿Más leña? El dólar blue, récord: casi 350 pesos. Massa estaba sin estar. Que los gobernadores pedían por él, que los mercados pedían por él. Y Malena Galmarini, su esposa, tuiteó que justo revisando su carpetas de fotos en el celular dio con un video en el que... Alberto Fernández le dio a Massa el ministerio de Economía, Desarrollo Productivo y Agricultura, Ganadería y Pesca. Entre la renuncia de Guzmán y la designación de Massa pasaron 27 días. Los y las argentinas deberíamos calcular nuestra edad en “años perro”.
Massa formó parte de la mesa chica que se reunió con el Presidente en la intimidad de Olivos para definir cambios en el Gabinete el fin de semana en el que renunció Guzmán. Alberto y Massa saben de idas y vueltas en público. “Sergio, tomemos un café”, le dijo el ahora Presidente al flamante Súper Ministro. Con este cambio, deja la presidencia de la Cámara de Diputados. La invitación fue en vivo, por el canal C5N, en junio de 2019, un mes antes de las PASO. Alberto estaba en el estudio y Massa estaba en Chubut, en un acto y en representación de su espacio político, el Frente Renovador. No había indicios de una pandemia y Alberto estaba fresquísimo, radiante. Massa estaba como está ahora: los ojos muy pícaros, la sonrisa del terrateniente que no para de contar ganado.
Massa se para en el borde, mira y espera. Al final hay que ir a pedirle. Pedirle la porción, pedirle opinión, pedirle que componga. Y pedirle es darle algo a cambio. O mucho.
Con la fuerza de los viejos
Es que fue un envión. Muchachito de la UCeDé, asesoró a un concejal de San Martín. En 1990, a sus 18 años, Graciela Camaño lo afilió al peronismo. Presidió la Juventud Liberal en la provincia de Buenos Aires entre 1994 y 1996. De la mano de Luis Barrionuevo, marido de Camaño, caminó San Martín. Llegó a una subsecretaría del Ministerio del Interior. Se subió al Tren de la Esperanza de Palito Ortega en 1999, como asesor del artista. Ese año ocupó una banca como diputado provincial por Buenos Aires.
Se autopercibía peronista, aunque fuera el mimado de Álvaro Alsogaray. También se autopercibía hincha de Tigre aunque era hincha de San Lorenzo (¿Le comprarías un auto usado a…?). Pasa que había empezado a simpatizar con el club cuando conoció a Fernando “Pato” Galmarini, que era asesor de Eduardo Duhalde cuando compartió fórmula con Palito. El Pato se convirtió en un padrino político de Massa, y Massa empezó a participar de la vida institucional de Tigre. Y como una cosa lleva a la otra, Massa no sólo simpatizó con el club, también con la hija de Galmarini, Malena, hoy su esposa y socia política. A la boda asistió Carlos Saúl Menem con Cecilia Bolocco.
El estallido de 2001 colocó Massa como director de la Anses, su trampolín político. Entre 2002 y 2007, durante los cinco años que ocupó el cargo, consiguió doce subas consecutivas para un sector castigado -siempre- y olvidado -a quién le importa el voto de los viejos-: los jubilados. El primer aumento fue de 50 pesos y la mínima pasó a ser de 200. Otro país. Al frente del Anses, Massa impulsó la jubilación anticipada para desocupados con 30 años de aportes. Fue un alivio para al menos 75 mil personas que se habían quedado sin trabajo en el peor momento económico del siglo nuevo: 21,5% de desocupación en el año 2002. También amplió la moratoria previsional para que más personas con la edad mínima para jubilarse pero sin los requisitos pudieran estar cubiertas.
El capo de Tigre
Tanto quiere a Tigre, que rechazó el convite que le hizo Néstor Kirchner para ser ministro de Economía de Cristina en reemplazo de Miguel Peirano. “No puedo, Néstor. Si no me quedo con la intendencia no tengo futuro político”, dicen que dijo. Sabe correrse, Massa; administra la ambición. Al municipio de Tigre lo gobernó una agrupación vecinalista durante dos décadas hasta que en 2007, Massa fue como candidato en una lista-alianza con el Frente para la Victoria. Caminó 140 cuadras por día durante diez días de campaña. Se quedó con el 46% de los votos y por ende, con la intendencia. El 71% de los mayores de 65 años los votaron: ahí está el músculo de la Anses.
Los números de Tigre en ese momento eran así: media cama en un hospital cada 3.300 personas, 90% de vecinos sin cloacas y 60% sin agua corriente, 7 de cada 10 habían sido víctimas de la inseguridad. Massa nunca ocupó un cargo dirigencial -ni siquiera vocal suplente- en el Club Atlético Tigre, pero gestionaba. Redujo, por ejemplo, una deuda de 7,6 millones de pesos a 600 mil. El 2007 fue un gran año para Massa.
Una de sus primeras medidas como intendente fue reclutar jubilados que le pasaban un “parte semanal”. La “abuelo-army” andaba de incógnito por el municipio, testeando servicios y pasilleando la municipalidad, a ver qué delegado municipal respondía con celeridad (y cuál no). Les pedían que hicieran filas y tomaran nota del tiempo que tardaban en hacer tal trámite. O que iniciaran un trámite, cualquiera, y luego le contaran qué problemas habían tenido durante la gestión. La clave era que los funcionarios no conocieran la identidad de los jubilados-detectives. Se divierte, Massa.
A esa altura de la historia,de Tigre, ya era un clásico vender muy barato terrenos pantanosos e inundables para levantar barrios cerrados. “Una puesta en valor de áreas de poca utilidad”, era otra manera de decir. Massa no sólo levantó ese guante sino que se lo calzó. La explosión inmobiliaria vino después de que ajustara la tasa municipal de acuerdo al valor de la propiedad, que llevaba más de una década sin cambios.
Romper con kirchnerismo para volver empoderado
El conflicto con el campo fue en 2008. En ese entonces, Alberto Fernández era Jefe de Gabinete de Cristina Fernández de Kirchner. Fernández, hoy presidente, renunció y se retiró del Gobierno. CFK convocó entonces a Massa para que ocupara el puesto, así que el intendente de Tigre cedió su lugar a Julio Zamora y se instaló en la Casa Rosada. “La Presidenta me pidió que trabajara para que haya diálogo”, dijo Massa a La Nación. Sergio, el intermediario. Massa, la rueda de auxilio. Al año siguiente, en las elecciones de medio término, rompió con el kirchnerismo. Hay, ahí, un primer pasaje: del regazo de Cristina al pezón tibio de no ser ni anti ni del todo renovador.
Néstor Kirchner perdió las elecciones de medio término en la Provincia por dos puntos y medio. (Haré un asterisco-nota-al-pie en este paréntesis: a NK le gana Francisco de Narváez, el empresario de cuello tatuado que revolvió una olla vacía en plena campaña; pero en realidad ganó el actor que lo puso en el ojo público con alica-alicate, una parodia en lo de Tinelli. Ambos, de Narváez y el actor, se retiraron después de la escena política y artística, respectivamente). Bueno, aquellos dos puntos y medio dolieron.
Massa rompió filas con el kirchnerismo y volvió a Tigre, su hogar y trinchera. Volvió a nuestra Miami, a la naturaleza del Delta domesticada en los canteros de la costa, en palmeras seriadas frente al río. Massa volvió a la tierra fértil de los cantri. Criarse sin cordón ni vereda. El peligro está del otro lado de la cerca electrificada, el peligro es el Otro. Nordelta es la madre multípara: se clonó en el conurbano y creó una categoría social. No era capricho, era estrategia. Massa sabe elegir el fuego con el que quemarse. Y si no le conviene, se corre. Demasiados veranos en el CR de Pinamar. El 2011 fue su segundo gran año político, aún con un par de frases malogradas - “CFK era una sometida del marido”, por ejemplo- y filtradas en la Wikileaks, que desmintió una y otra vez.
Entre los muchos datos sobre Sergio Massa que consigna Martín Rodríguez en esta columna, me quedo con este: “El hombre común que escucha Arjona”, dijo una vez mientras lo maquillaban antes de un debate. Es una forma de definirse, pero que no pase por alto que la puesta a punto del make up era para plantarse a cámara. Y si hay algo que le encanta a Massa es la cámara, sobre todo las de vigilancia. Uno de los logros de su gestión en el municipio de Tigre fue haber bajado el índice de inseguridad con una Central de Monitoreo que replicarían varios municipios del conurbano. Instaló 620 cámaras de vigilancia. Aspiraba a 800.
En 2013, armó el Frente Renovador, su propio partido, y ganó una banca como diputado en el Congreso. Ese año, Massa y su familia fueron víctimas de un robo. En su propia casa, la del country Isla del Sol, en Rincón de Milberg, con un sistema de vigilancia provisto por una empresa privada. Estaba todo intacto, pero faltaba la caja de seguridad. Quien hizo la denuncia fue la esposa, Malena Galmarini. Decidieron no hacer público el hecho, pero quince días después lo publicó Horacio Verbitsky en Página/12. El ladrón era un prefecto que trabajaba en una dependencia de Sergio Berni, entonces secretario de Seguridad de CFK. Le había disparado a la cámara de seguridad. Al prefecto lo condenaron a 18 años de cárcel.
Outsider durante cuatro años. Se probó para presidente en 2015 por su partido, Frente Renovador, y bajo el lema “El odio se va. El futuro pide un país más unido”. Obtuvo el 21% de los votos: no llegó. Paciencia. Dos años después, en 2017, fue como candidato a senador nacional. Massa encabezó la lista de 1País. Tampoco le alcanzó, ni siquiera en su territorio, donde quedó tercero. Rearmado. Massa nunca dejó de sonreír para las fotos.
Y llegó 2019 y Alberto Fernández ungido por Cristina, fresco Alberto, radiante. En C5N lo cruzaron con Massa, que estaba en un acto en Chubut: “Sergio, volvé a Buenos Aires, tomemos un café y terminemos con esto. Porque estoy de acuerdo con todo lo que decís…”. Así, Alberto sellaba su destino como candidato presidencial en las PASO que venían. Massa, fijó la vista en un punto por fuera del plano, como si estuviera viendo algo que a nosotros se nos impide. Después sonrió a cámara, pegó una fila de dientes a otra, los mostró todos. Fue más que una sonrisa, fue el paso anterior a la carcajada. Ese día Massa ganó. Ahí estaba, frente a la cámara, el camaleón que al sol espera el momento, la oportunidad, para pegar el salto.
VDM/MS